Me gusta el fútbol que hace vibrar miles y miles de corazones de todo el mundo. En realidad, me gusta cualquier obra de arte que me haga sentir parte de un todo precioso, desde los arrabales del tebeo, la saeta espontánea, el rap callejero hasta las alturas de la ópera y el ensayo.
Y a poco que entiendas de fútbol, el partidazo del Barça contra el Manchester te parecerá un recital único.
¿El arte por el arte? También lo aprecio, pero disfruto más el arte que destila humanidad. En esta final de Wembley me quedo con muchos momentos. Demasiados como para enumerarlos. Imposible competir con las imágenes. De entre todos los actos de esta maravilla, me salgo del marco de la obra maestra y me quedo con el momento en el que Pujol le cede el brazalete de capitán a Abidal. Para que el francés, recién recuperado de un cáncer, levante la copa más preciada.
Ceder la gloria a los que más sufren. Ni siquiera a los que mejor juegan ni a los que más trabajan ni a los que más se le merecen (sin desmerecer a Abidal). Esto es humanidad, la necesaria solidaridad sin la que seríamos unos espléndidos gorilas salvajes.
Sé que sólo es un juego. Y nadie me tiene que recordar que hay cosas mucho más importantes de las que hablar.
Pero por un momento vamos a pensar que, como estos chavales del Barça que han hecho historia (en minúsculas, pero historia), todo puede mejorar con ilusión, trabajo y mucha humildad.
Ahora dirás... como si todo fuera tan fácil. Claro que no. Imagínate qué se les pasará hoy por la cabeza a tantos jóvenes futbolistas que se quedaron en el camino, a todos aquellos que compartieron vestuario con unos anónimos entonces Pedro, Iniesta, Puyol, Villa, Messi, etc.
Por eso, porque la victoria va mucho más allá de cada persona, con sus miserias minúsculas y sus pequeñas alegrías, tenemos que tener esperanza y compartir todas las cosas buenas que nos esperan en el camino hacia ¿dónde? Ni idea, pero disfrutemos del viaje y seamos cada tramo más sabios, más imperfectos y hermosos, y ganemos con la pureza en el corazón y la sonrisa en el pensamiento a la oscuridad que acecha.
Visca el Barça, la llibertat, la pau i les persones de bé. ¿A qué se entiende? Hablando con el corazón no hay fronteras ni muros.
Y a poco que entiendas de fútbol, el partidazo del Barça contra el Manchester te parecerá un recital único.
¿El arte por el arte? También lo aprecio, pero disfruto más el arte que destila humanidad. En esta final de Wembley me quedo con muchos momentos. Demasiados como para enumerarlos. Imposible competir con las imágenes. De entre todos los actos de esta maravilla, me salgo del marco de la obra maestra y me quedo con el momento en el que Pujol le cede el brazalete de capitán a Abidal. Para que el francés, recién recuperado de un cáncer, levante la copa más preciada.
Ceder la gloria a los que más sufren. Ni siquiera a los que mejor juegan ni a los que más trabajan ni a los que más se le merecen (sin desmerecer a Abidal). Esto es humanidad, la necesaria solidaridad sin la que seríamos unos espléndidos gorilas salvajes.
Sé que sólo es un juego. Y nadie me tiene que recordar que hay cosas mucho más importantes de las que hablar.
Pero por un momento vamos a pensar que, como estos chavales del Barça que han hecho historia (en minúsculas, pero historia), todo puede mejorar con ilusión, trabajo y mucha humildad.
Ahora dirás... como si todo fuera tan fácil. Claro que no. Imagínate qué se les pasará hoy por la cabeza a tantos jóvenes futbolistas que se quedaron en el camino, a todos aquellos que compartieron vestuario con unos anónimos entonces Pedro, Iniesta, Puyol, Villa, Messi, etc.
Por eso, porque la victoria va mucho más allá de cada persona, con sus miserias minúsculas y sus pequeñas alegrías, tenemos que tener esperanza y compartir todas las cosas buenas que nos esperan en el camino hacia ¿dónde? Ni idea, pero disfrutemos del viaje y seamos cada tramo más sabios, más imperfectos y hermosos, y ganemos con la pureza en el corazón y la sonrisa en el pensamiento a la oscuridad que acecha.
Visca el Barça, la llibertat, la pau i les persones de bé. ¿A qué se entiende? Hablando con el corazón no hay fronteras ni muros.
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