La posmodernidad nos ha traído la ilusión de democracia universal, la hermandad tecnológica y la supresión de autoritarismos. También ha ayudado a que el cinismo se practique con normalidad y que cada cual pueda decir la idiotez que le dé la gana sin aportar pruebas,
Ante tal profusión de idiotas opinadores, yo no voy a ser menos. Sostengo que Ada Colau, como Carmena en Madrid, es la esperanza de la democracia.
Ante el político de carrera, el que no repite traje, el que gasta camisas de seda caras, el que vuela en Business, el que coloca a sus familiares y amigos, el que no ha trabajado en un curro precario en su vida, reivindico a la persona que se ha peleado en el barro de las injusticias sociales sin esperar prebendas y que tarde o temprano ha dado el paso a la primera línea política para cambiar las cosas.
Ada Colau no tiene una carrera de jueza implacable ni se jugó el tipo ya desde la transición para combatir los penúltimos vestigios del franquismo.
Y no lo hizo porque pertenece a otra generación, la de la precariedad social, la de la ignominia de los poderes que se atreven a desalojar a familias o individuos sin recursos porque un banco o un fondo buitre requiere de una propiedad más con la que hacer negocio.
Ada Colau se jugó el tipo en contra de los desalojamientos inhumanos, y dio la cara por los okupas que, como ella, como un servidor, se creyeron el apartado de la Constitución que habla de que todos los españoles (y añado, todos los seres humanos) tienen derecho a una vivienda digna. Eso no la convierte en responsable de todos los okupas del mundo, ni siquiera de los de España ni de los de Barcelona.
Los políticos de toda la vida, los afincados en eso que llaman centro derecha o centro izquierda, se pusieron muy nerviosos cuando las primeras encuestas vaticinaron el éxito de la candidata a alcaldesa.
Es comprensible: no procede de una buena familia, no llega bajo el ala de ningún gran partido político, es mujer, dice lo que piensa y no se casa con nadie.
Desde que alcanzó la alcaldía se inició una campaña en su contra. No contra el equipo de gobierno que preside, sino sobre su persona. La despreciaron por su físico, le sacaron imágenes y vídeos de cuando muy joven, la acusaron injustamente de haber enchufado a su marido. Obviaron que ha continuado defendiendo a destajo los derechos de los demás. Obviaron que continúa viviendo de alquiler. Obviaron que ha tenido que hacer malabarismos para mostrarse comprensiva con independentistas sin caer en el error de deberse a una única causa que ni siquiera es la suya ni la de sus votantes. Para colmo, condenó el 155, pero se negó a dar aliento a la causa independentista. Y le dieron palos desde todos los bandos.
Que yo sepa, y si me equivoco agradeceré la enmienda, no se dedica a insultar a sus adversarios. Sin embargo, suscita ingentes cantidades de odio y acumula insultos en redes sociales. Y lo que es peor, mentiras en forma de fake news.
Por la izquierda y por la derecha observo con cierta incredulidad a supuestos demócratas de a pie que la denigran sin pruebas y que invierten más energías en defenestrarla que en combatir a los políticos de carrera que nos han mentido desde hace décadas o a la extrema derecha.
Sé que a Ada Colau se le va a exigir siempre más que al resto. Como al estudiante aplicado e inteligente de la clase, injustamente le reclamamos que se acerque a la perfección mientras que a los vagos y a los gamberros les perdonamos todo. Incluso les premiamos por no hacer casi nada.
Sé que ella misma y su equipo son conscientes de que han hecho menos de lo que necesita Barcelona.
Sin embargo, sus detractores tendrán que atribuirle un mérito al menos: su presencia ha colocado en la esfera pública por primera vez en décadas un debate sobre las necesidades de la ciudad. Hasta ahora nadie esperaba nada de los alcaldes de Barcelona y ni siquiera se preocupaban en analizar sus errores. Mucho menos sus proyectos de futuro.
A mí me enorgullece poder vivir en una ciudad que se ha atrevido a votar a una advenediza, a una descastada como Ada Colau. Sé que esta señora no olvida de dónde proviene, y siento que proviene del mismo lugar que la mayoría de nosotros.
Con la putrefacción que recorre los partidos políticos mayoritarios de nuestro país, cuento con un aval importante: su trayectoria al servicio de los oprimidos y la incapacidad de sus numerosos adversarios para no presentar una crítica seria a su trabajo.
Ojalá repita mandato. Ojalá tengamos más motivos para la esperanza.
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