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Mostrando entradas de julio, 2014

Empezar por el principio: las cuentas del fútbol

Todos son amigos. Todos son ricos y famosos. Tomaré como modelo los clubs más importantes de fútbol en España: el F. C. Barcelona y el Real Madrid. El Barça lleva varios años fichando pocos jugadores, si bien cuestan un dineral, pero lo cierto es que cada vez que se interesan en un futbolista, el deportista vuela a otro equipo. ¿La razón? Podría ser que, como aseguran algunos, Andoni Zubizarreta entre en las enciclopedias como el secretario técnico más incapaz de la historia. También puede ser que los demás equipos les ofrezcan mejores contratos y paguen más dinero a los clubs de origen por su contrato. Recordemos que un jugador de fútbol tiene dos precios. El que tienes que pagar al club donde juega y el que percibirá el futbolista cuando lo contrates.

Cementerios vacíos bajo la luna nueva

En un corto trayecto en metro y, luego de paseo, me he encontrado con tres parejas discutiendo. En una de esas escenas, ella y él, muy jóvenes, estaban locos por abrazarse y reafirmar su amor con un beso, pero no podían hacerlo. Había una fuerza centrífuga que lo impedía. Al resto de parejas he preferido verlas de soslayo. Más tarde he dicho en voz alta: "seguro que hay luna llena". Casi he acertado y prometo que no me pierdo en los tejados de Barcelona intentando atravesar la contaminación lumínica y tóxica. El sábado, si el calendario lunar no se equivoca, habrá un ojo más en el firmamento. Quién sabe si malévolo o loco, como se cree popularmente, o hermoso faro que despeja las tinieblas como prefiero considerar a este fenómeno óptico, tan irreal o cierto como su contrario, que es la oscuridad de la luna nueva. Esta  noticia  (haz clic en la palabra, por favor) no es tal, porque para serlo tendría que ser nueva, como la luna que, callada, sirvió de cómplice a los trág

Profanan el cielo de Barcelona y luego... el silencio

Imagen que recuerda a lo que vi, pero más concurrida. Doce de las madrugada del 7 de julio en pleno centro de Barcelona. Un sábado a las doce y media de la noche. Uno se espera cualquier escena excepto que los turistas y barceloneses señalen el cielo con una sonrisa en los labios. Miras hacia arriba y ves dos luces sobre los edificios más altos de la ciudad. Descartas que se traten de aviones, porque las dos luces se desplazan muy cerca la una de la otra. Van demasiado lentos para tratarse de aviones comerciales o cazas. Sean lo que sean, vuelan demasiado alto para ser helicópteros y demasiado bajo para tratarse de aviones. Los dos vehículos, porque no crees en dragones, se desvanecen en la inmensidad de la noche. Las grandes torres de la ciudad como testigos y algunos curiosos que enseguida dejan de mirar hacia arriba.

Cero en culpabilidad

Después de un curso y un principio de año movidito en cuanto a las relaciones personales, podría pensar que voy por mal camino, que mis problemas con los seres humanos me retratan como un tipo conflictivo, culpable de todos los males que le persiguen. Sin embargo, de lo único que me declaro culpable es de equivocarme por el mismo motivo que acierto en otros asuntos, porque tengo derecho a hacer las cosas mejor o peor según las circunstancias, porque no soy inmune al error y, por ende, desconozco la fórmula mágica para actuar siempre en virtud de unos principios éticos que, además, suelo revisar cada cierto tiempo.

El curso más amargo

Antes de pasarme a la enseñanza, sufrí todo tipo de humillaciones en el ámbito de la empresa privada, ni más ni menos que otros, pero igualmente dolorosas. Recuerdo que, trabajando de teleoperador, me cayó una bronca por utilizar dos veces seguidas el sistema de reclinación de una silla. Recuerdo que una chica de más o menos mi edad me gritó: "¿Es que quieres romperla?" En otra ocasión, mi coordinadora me amonestó por ir al baño tres veces en ocho horas. Pero no todos los abusos ocurren en los denominados trabajos basura. Trabajando en una editorial me llamaron al despacho del gerente porque un tipo que se llamaba como yo había escrito un artículo en una revista de una editorial de la competencia. No tenía contrato de exclusividad (sólo faltaba con la miseria que cobraba), pero el gerente me anticipó que era un asunto muy grave dado que ellos publicaban una revista de la misma temática. Delante de mis narices llamó a la editorial y le confirmaron el segundo apellido