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Por Dios, que haya otra vida

P. Hellyer, ex ministro que cree en los OVNIS
A la vista está que sólo existe la vida cotidiana: los rastros de polvo en la estantería, los cristales de la ventana un poco sucios, el cielo nublado, la temperatura a disgusto por alta o por baja, quizá un rayo de sol de esperanza, un pájaro en medio del asfalto y, a lo mejor, una pareja que se besa en la calle.

Esto es lo que hay. Y nada más. No está mal, porque encontramos un sinfín de posibilidades en la vida para hacer y deshacer. Aunque, la mayoría de las ocasiones, bastante tenemos con capear el temporal. Incluso los que viven en esa otra realidad, la de la gran ilusión del papel couché, la tele, Internet, etc. Los ricos, aparte de hacer el ridículo, también lloran.
Sin embargo, tenemos que rendirnos a la evidencia. Desde hace siglos, un grupo muy reducido de personas decide dónde están los limites del progreso de la Humanidad. Ahí es nada. Unas pocas personas decidiendo qué otras realidades puede disfrutar el resto de la humanidad.

Lo peor es que estas organizaciones son cada día más complejas y apenas cometen errores. Me atrevo a citar unos pocos fallos: en primer lugar, ase equivocan l creer que la gente es tonta y también yerran al practicar el nepotismo descarado entre sus miembros y, perpetuar así, una especie de clases priviligiadas.

Vamos por partes.

Cuando Galileo dio con la clave del movimiento de los astros en nuestra galaxia, lo hicieron callar. Tenían mucho poder y lo tienen. Me refiero a la Iglesia Católica. Desde luego, sólo las élites de las sociedades consiguen llegar al Vaticano.

Que la gente no es tonta no es un acto de fe, sino una certeza. Casi toda Europa se opuso a la intervención, o directamente invasión, en Irak. Los ciudadanos musulmanes reivindican su derecho a la democracia. Nadie se acaba de creer el asunto de la muerte de Bin Laden etc. En todo caso, la mala noticia es que casi siempre el sentido común de la gente acaba en saco roto.

En cuanto a las cotas de poder heredadadas, podríamos hablar de las conexiones entre las monarquías europeas, los Romanov, y su actual presencia en grupos de poder como el Club Bilderberg, donde la Reina Sofía es miembro destacada.

En el fondo, no tiene mucho misterio: familias tan pudientes como la de la Duquesa de Alba tienen que agradecer su posición privilegiada a alguna hazaña bélica que un señor consiguió allá por el siglo XIV. Hoy en día, ¡siete siglos después!, mantienen su cota de poder.

Algo después, a partir de la Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, se impone una nueva clase poderosa: la burguesía y, con ella llegan los nuevos ricos. ¿Qué sucede con estas familias? Lo mismo que con la nobleza y la realeza. Enseguida se aglutinan en grandes dinastías. El primer Rockefeller conocido nació en 1834. Todavía hoy controlan las finanzas del mundo.

Vuelvo a la actualidad. E insisto con algo que ya he dejado por escrito más de una vez: en la época en la que más facilidad hay para comunicarse, más ciegos andamos por el mundo.

Nadie sabe quién ni qué se cuece en las altas esferas. Se invaden países, se asesinan personas, revientan los mercados, las bombas estallan... y todo son preguntas sin respuesta.

Por eso digo en el título que ojalá haya una vida posterior, porque me gustaría tener la oportunidad de saber cómo es el aire que respiro, sin mentiras, sin cortapisas y sin intereses ocultos.

A mí me gusta mi casa, mi familia, mi pareja, mis amigos, mis libros, pero soy un ser humano pensante y necesito más. Por supuesto que ya me he rendido a ciertas evidencias:

moriré sin saber por qué no se encuentra la solución al cáncer, por qué se deja morir a la gente de hambre y por qué la ciencia se ha detenido en seco para centrarse en una tecnología de consumo, una fábrica de hacer pijadas sin ninguna trascendencia.

Ya no hablemos de los supuestos contactos con alienígenas (y no bromeo, me remito a las declaraciones del ex ministro canadiense Paul Hellyer) ni de las revelaciones que el ADN nos podría proporcionar sobre el origen del ser humano, por ejemplo.

Nunca entenderé tampoco porque no se invierten millones de euros en un gran grupo de investigadores encargado de frenar la muerte, la gran enemiga de la vida, la negación de todo.

A estas alturas me conformo con encontrar el brebaje mágico que me haga convertirme en una pieza más de la cadena de montaje. Nunca he visto a un destornillador triste. ¿Y tú?

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