Me ha sorprendido gratamente el seguimiento que ha tenido en Internet el trágico final del profesor de Princeton que, supuestamente, terminó con su vida por un despido lleno de interrogantes. Este interés, o al menos así lo entiendo yo, significa que la gente se preocupa por las tragedias humanas. Quiero pensar que ése es el motivo y no el puro morbo, porque para eso ya tienen la televisión.
En este post hice lo posible por explicar los hechos y, de veras, que después he intentado mantener viva la información para aquellos que buscan lo mismo que yo, la verdad. Sin embargo, no me ha sido fácil contar algo que mereciera la pena. A día de hoy pocos más detalles he encontrado, pero vamos a llegar hasta el final para que la muerte de Antonio no quede en un misterio más.
Hace algunos días The New York Times publicaba un extracto de las páginas del diario de Antonio Calvo, escritas tres tres días antes de su suicidio, y uno después de saberse despedido. En su diario hablaba del proceso de renovación de su contrato en estos términos: "una tortura emocional que se ha convertido en insoportable".
"Es mejor dejarlo aquí en lugar de continuar por este camino hacia una mayor tortura, de marchar marcado como si fuera culpable de un crimen cuando en realidad el comité rechazó ver el mérito de mi trabajo, centrándose en su lugar solo en el hecho de que alce la voz a alguno de mis subordinados", continuaba relatando el profesor, según el diario neoyorquino.
Y eso es todo. Sospecho que este tema no debe interesar demasiado a los periodistas, o quizá la elitista universidad de Princeton tenga más poder del que creía, pero la verdad es que, aparte de lo anterior, apenas ha trascendido a los medios la queja amarga de los familiares de Antonio Calvo (que a fecha del 3 de mayo seguían sin ninguna comunicación oficial del despido por parte de Princeton).
Tampoco se ha dado el eco que merecía la noticia a la voz de los compañeros, alumnos y amigos del desafortunado profesor.
A mí no me gusta entrar en la rumorología y los chismorreos a propósito de las desgracias ajenas, por más que queramos saber qué ha ocurrido para que un reputado profesor se suicide a escasas horas de ser cesado de su trabajo durante los últimos diez años. Recordemos que se quitó la vida justo antes de acudir a una reunión en la que se le comunicaría su despido oficialmente. Días antes lo echaron como un perro, retirándole las llaves y el carné y acompañándolo a la salida como a un delincuente. Y no era un profesor cualquiera, pues coordinaba a los profesores becarios y estaba comprometido con un sinfín de actividades, entre ellas, un programa de inmersión lingüística en Toledo. Además, era carismático, muy querido y, sin duda, más odiado de lo que él mismo presuponía.
Después de leer cantidades ingentes de blogs y páginas web que se copian los unos a los otros, todos los indicadores señalan hacia la posible homosexualidad de Antonio Calvo. De alguna manera, las declaraciones timoratas y, en algunos casos, anónimas apuntan a este rasgo, uno más, que supuestamente caracterizaba a Antonio Calvo.
De ser verdad, y atando cabos, sólo caben dos posibilidades: que los órganos dirigentes de Princeton destilen homofobia por los cuatro costados o, algo incluso peor, que acusaran al profesor de haber mantenido algún tipo de relación íntima con un alumno. O quizá sólo sea un signo más de estos tiempos de conspiranoia.
En cualquier caso, sus familiares, sus amigos y sus compañeros (que por cierto, no es que presenten mucha batalla contra los métodos dictatoriales de Princeton) se merecen saber la verdad. Sea la que sea. Cuesta creer que Antonio Calvo haya hecho algo tan sumamente grave como para colocarlo en un callejón sin salida. Por tanto, si ha habido acoso laboral, que los culpables paguen las consecuencias. Y que alguien explique por qué, entre todos los métodos, el profesor recurrió a un tipo de suicidio tan poco usual.
Escribo este post la madrugada del 12 de mayo y lo último fiable sobre el caso de Antonio Calvo que he encontrado data del pasado 3 de mayo. Corren malos tiempos para los que amamos la verdad a pesar de la supuesta nueva era de la comunicación. O quizá debamos llamarla de la manipulación global.
En este post hice lo posible por explicar los hechos y, de veras, que después he intentado mantener viva la información para aquellos que buscan lo mismo que yo, la verdad. Sin embargo, no me ha sido fácil contar algo que mereciera la pena. A día de hoy pocos más detalles he encontrado, pero vamos a llegar hasta el final para que la muerte de Antonio no quede en un misterio más.
Hace algunos días The New York Times publicaba un extracto de las páginas del diario de Antonio Calvo, escritas tres tres días antes de su suicidio, y uno después de saberse despedido. En su diario hablaba del proceso de renovación de su contrato en estos términos: "una tortura emocional que se ha convertido en insoportable".
"Es mejor dejarlo aquí en lugar de continuar por este camino hacia una mayor tortura, de marchar marcado como si fuera culpable de un crimen cuando en realidad el comité rechazó ver el mérito de mi trabajo, centrándose en su lugar solo en el hecho de que alce la voz a alguno de mis subordinados", continuaba relatando el profesor, según el diario neoyorquino.
Y eso es todo. Sospecho que este tema no debe interesar demasiado a los periodistas, o quizá la elitista universidad de Princeton tenga más poder del que creía, pero la verdad es que, aparte de lo anterior, apenas ha trascendido a los medios la queja amarga de los familiares de Antonio Calvo (que a fecha del 3 de mayo seguían sin ninguna comunicación oficial del despido por parte de Princeton).
Tampoco se ha dado el eco que merecía la noticia a la voz de los compañeros, alumnos y amigos del desafortunado profesor.
A mí no me gusta entrar en la rumorología y los chismorreos a propósito de las desgracias ajenas, por más que queramos saber qué ha ocurrido para que un reputado profesor se suicide a escasas horas de ser cesado de su trabajo durante los últimos diez años. Recordemos que se quitó la vida justo antes de acudir a una reunión en la que se le comunicaría su despido oficialmente. Días antes lo echaron como un perro, retirándole las llaves y el carné y acompañándolo a la salida como a un delincuente. Y no era un profesor cualquiera, pues coordinaba a los profesores becarios y estaba comprometido con un sinfín de actividades, entre ellas, un programa de inmersión lingüística en Toledo. Además, era carismático, muy querido y, sin duda, más odiado de lo que él mismo presuponía.
Después de leer cantidades ingentes de blogs y páginas web que se copian los unos a los otros, todos los indicadores señalan hacia la posible homosexualidad de Antonio Calvo. De alguna manera, las declaraciones timoratas y, en algunos casos, anónimas apuntan a este rasgo, uno más, que supuestamente caracterizaba a Antonio Calvo.
De ser verdad, y atando cabos, sólo caben dos posibilidades: que los órganos dirigentes de Princeton destilen homofobia por los cuatro costados o, algo incluso peor, que acusaran al profesor de haber mantenido algún tipo de relación íntima con un alumno. O quizá sólo sea un signo más de estos tiempos de conspiranoia.
En cualquier caso, sus familiares, sus amigos y sus compañeros (que por cierto, no es que presenten mucha batalla contra los métodos dictatoriales de Princeton) se merecen saber la verdad. Sea la que sea. Cuesta creer que Antonio Calvo haya hecho algo tan sumamente grave como para colocarlo en un callejón sin salida. Por tanto, si ha habido acoso laboral, que los culpables paguen las consecuencias. Y que alguien explique por qué, entre todos los métodos, el profesor recurrió a un tipo de suicidio tan poco usual.
Escribo este post la madrugada del 12 de mayo y lo último fiable sobre el caso de Antonio Calvo que he encontrado data del pasado 3 de mayo. Corren malos tiempos para los que amamos la verdad a pesar de la supuesta nueva era de la comunicación. O quizá debamos llamarla de la manipulación global.
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