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Día de fiesta en el infierno

Diferentes festejos y el mismo final.
Roma esperaba hoy el vaticinio de un astrólogo agorero que vaticinó hace más de treinta años que la ciudad eterna sufriría un devastador terremoto. Será casualidad, o no, pero la tragedia ha asolado una ciudad hermosa, como un oasis en el yermo murciano, que es Lorca. Diez muertos como mínimo y muchas lágrimas.

Sin salir al mundo, en guerra como siempre, instalado en la injusticia, en este insignificante estado español seguimos como siempre. Sin industria, sin cultura, sin sanidad en la política y sin política sanitaria sensata, sin empleo y, para mucha gente, con muy pocas esperanzas de prosperar. Eso es lo más grave: no hay objetivos felices a corto ni a medio plazo.

Sin embargo, el día empezaba con la carroza del Real Madrid haciéndose visitar (fuerzo el verbo a propósito) por los políticos de turno en un claro itinerario electoralista: ayuntamiento, Comunidad de Madrid e iglesia de la Almudena. Casi nada. Con final bajo la sombra del Papa Juan Pablo II, a un tiro de piedra de la Plaza de Oriente. Y la gente, tan feliz.

Después de salir del cine, a eso de las doce, me entero de que el Barça ha empatado a un gol contra un equipo de pobres, el Levante. Y veo, mientras regreso a casa, como la marabunta estrena las nuevas equipaciones del club (a unos 50 euros la camiseta), enciende sus petardos y apura sus cervezas y cubatas. En mitad de la Gran Via barcelonesa, un coche conducido entre cuatro borrachos embiste a dos motoristas que cargaban con una bandera del Barça. Paran el tráfico y discuten unos minutos, pero como no ha habido daños, se abrazan y uno de los motoristas y un tipo del coche se dicen algo al oído, seguramente "visca el Barça". Un autobús urbano espera a que alguien ponga un poco de control en el tráfico antes de arrollar a los coches que apuran el claxon, la gente que se cruza en su camino, etc.

Más arriba, pasa un coche con un niño de unos 10 años como copiloto, de pie sobre el asiento y con medio cuerpo sobresaliendo por el ventanuco del techo. En general, el tráfico es un caos. Los de a pie tampoco estamos demasiado confiados de acabar la fiesta con todo en su sitio. Mientras barrunto este texto, los niñatos y los guiris ensucian las aceras y se sobrepasan con las personas que viven ajenas a su euforia.

Llego a casa y en la tele sólo hablan de fútbol. La mayoría homenajea al Barça. La cadena de tintes neofascistas Intereconomía se prepara para mirar con lupa los excesos de los aficionados barcelonistas en la fuente de Canaletas. Pongo el canal: sorpresa. Discuten sobre un tema candente. ¿Quién es mejor, Messi o Cristiano?

Paso el canal a TV3 y ya veo los primeros desperfectos en la famosa fuente. Tampoco hay que ser un lince para fijarse en los gilipuertas de siempre subidos a los quioscos, los árboles, las marquesinas y las farolas. Zumban los petardos, estallan las bengalas y toda la gente que me he cruzado al subir a casa se unirá al desenfreno general en unos minutos.

Ojalá fueran a celebrar el final de la crisis, el pleno empleo, el final de las guerras puestas en marcha por Occidente o la milagrosa salvación de algunos habitantes de Lorca. No. Se preparan para sacar la bestia que llevan dentro y gastarse sus pocos ahorros en suministro para destrozar el mobiliario urbano. Luego, gracias a su ímpetu, la Generalitat tendrá que pagar más horas extra a más mossos d'escuadra que, en torno a las dos de la mañana, recibirán la orden siguiente: "A tomar por culo con los capullos que quedan".

Los antidisturbios harán una barrida desde la parte alta de las Ramblas y dispararán sus carísimas balitas de broma contra los que han acudido a la celebración con el solo propósito de montarla. De paso, repartirán palos a los despistados que asomen el morro. Después, las ambulancias multiplicarán esfuerzos para que los servicios de urgencias se vean desbordados. En lugar de los mossos airados, los borrachos maltrechos y los furgones y ambulancias, tomarán el escenario los basureros, barrenderos y los limpiadores mecanizados. Cuando ya no haya cámaras de televisión ni flashes ni nadie más en la calle que los mendigos y las putas de cada día.

Y mañana, los que abusan del poder político y económico tendrán un día de tregua, como cada celebración futbolística, como cada domingo, para meternos en vena sus mentiras propagandísticas y meter las tijeras de la crisis en la solapada privatización de la sanidad y la educación, entre otros ámbitos.

Sobre todo, tendrán un día más para planificar sus próximas broncas en esa cueva de Ali-Baba que es el Congreso y ensayarán los discursos populistas por todos los rincones de España... ¿Todos? No, sólo los que los asesores señalen en los mapas.

Un día más o un día menos, según se mire, porque mañana no habrá ni un solo cerebro de entre nuestros gobernantes o la oposición dedicado a sacarnos de este caos.

Nuestros descendientes estudiarán en los libros de Historia la asombrosa historia de aquellos infelices puteados por la vida que no movían un dedo para frenar la barbarie del boom hipotecario, el capitalismo salvaje y el fin del estado del bienestar, que nunca llegó a consolidarse, y, que sin embargo saltaban a la calle a las tantas de la noche para celebrar un resultado futbolístico.

Seas del Barça, como yo, o del Real Madrid, o del equipo que te venga en gana, creo que entenderás que sienta vergüenza de vivir en este país e incluso de que me guste el fútbol.

No, esta vez no pienso ponerme la vieja camiseta del Barça, porque lo que está pasando en el mundo real y el futuro que nos espera convierte cualquier acto de frivolidad en una tragedia.

Lucha y trabajo para salir de ésta. Muchos ánimos para los lorquinos y lorquinas. Un largo etcétera de deseos que, de alguna manera, ya he mencionado antes y seguiré tratando mientras tenga fuerzas y... al final de todo, visca el Barça. Pero cada cosa en su lugar.

Imagen vía As

NOTA: disculpad las erratas, la estructura caótica, los tacos, etc. pero tiene que ser así, sin filtros.

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