A algunos indocumentados en música clásica, como es mi caso, nos da terror comprarnos un disco si no lo hemos podido escuchar antes, porque a pesar de que algunas carátulas ofrecen más información de lo que viene siendo habitual en la industria discográfica, nos podemos equivocar muy fácilmente.
A mí me ha pasado más de una vez: desde llevarme un disco de canto coral, que lo odio, hasta una horrible, para mi gusto, selección de marchas militares. A mi favor podría decir que en ambos casos los discos estaban rebajados y la información en algún idioma desconocido, pero seguro que a un melómano de pro no le habría pasado.
Claro que también uno está harto de esas recopilaciones con el bolero de Ravel, las valquirias de Wagner, el Adaggio de Albinoni, el dichoso canon de Pachelbel, etc., etc. Lo mismo que los compositores de siempre: Mozart, Beethoven, Bach, Verdi y demás amigos. Por supuesto que son unos auténticos maestros. Pero, apetece salirse de los clichés, aunque nunca lleguemos a dominar ni una décima parte de los logros de los compositores citados.
A mí me encanta Tchaikovsky (o Chaikovsky, como se estila hoy en día), seguramente porque me parece sencillo, o quizá porque fue lo primero que escuché en mi vida cuando tenía doce años y me dio por hacerme con una cinta que llevaba fragmentos de El cascanueces, La bella durmiente y alguna pieza conocida más.
De vez en cuando me visualizo en paz y armonía, sin salir de casa, y ninguno de los discos que me acompañan habitualmente me sirve para la ocasión. Entonces, me acuerdo de que, más allá de Belle and Sebastian, Nacho Vegas, Antonia Font y demás moderneces suculentas, existe todo un universo de música maravillosa que siempre aparece arrinconada en las tiendas: la música clásica.
El otro día, aprovechando la línea económica del sello Naxos, me compré un disco porque, lo confieso, la portada a lo Van Gogh me llamó la atención y porque sentí curiosidad de escuchar música clásica de una compositora rusa nacida en el siglo XX, Alla Pavlova (todavía vive y por muchos años).
Se trata de la Sinfonía número 6 y según consta en la carátula está inspirada en el cuadro La noche estrellada del loco del pelo rojo. La pequeña reseña, a modo laudatorio, me recuerda a las descripciones de los vinos (pura poesía barata) y viene repleta de maravillosos adjetivos en inglés entre los que me quedé con "romantic". Ojo, pensé, si alguien usa este adjetivo hoy en día es que le gusta el riesgo.
Y es que no hay nada más denostado que el romanticismo. Prácticamente nadie celebra el movimiento artístico que tumbó más de veinte siglos de clasicismo. Por esto, por lo anterior y, sobre todo, porque tuve una corazonada me llevé el disco a casa.
Tengo que decir que acerté de pleno, que la música destila una melancolía que, a ratos, se convierte en una ola de emoción contenida que arremete contra los sentimientos más graníticos.
No estoy capacitado para meterme en los entresijos técnicos de la obra, y mucho menos en los detalles de la interpretación, pero si te gusta la música clásica sin aspavientos y te apetece pasarte una buena tarde junto a un libro y en un ambiente sosegado y mágico, te recomiendo que descubras a Alla Pavlova. Sinfonía 6, recuerda, pues del resto de su obra no respondo.
NOTA: Después de escribir el texto, descubrí esta reseña y me llevé una sorpresa. Son estas casualidades de la vida que merece la pena compartir. Si te da pereza leerla: habla de romanticismo y de Tchaikovsky. Sorprendente.
A mí me ha pasado más de una vez: desde llevarme un disco de canto coral, que lo odio, hasta una horrible, para mi gusto, selección de marchas militares. A mi favor podría decir que en ambos casos los discos estaban rebajados y la información en algún idioma desconocido, pero seguro que a un melómano de pro no le habría pasado.
Claro que también uno está harto de esas recopilaciones con el bolero de Ravel, las valquirias de Wagner, el Adaggio de Albinoni, el dichoso canon de Pachelbel, etc., etc. Lo mismo que los compositores de siempre: Mozart, Beethoven, Bach, Verdi y demás amigos. Por supuesto que son unos auténticos maestros. Pero, apetece salirse de los clichés, aunque nunca lleguemos a dominar ni una décima parte de los logros de los compositores citados.
A mí me encanta Tchaikovsky (o Chaikovsky, como se estila hoy en día), seguramente porque me parece sencillo, o quizá porque fue lo primero que escuché en mi vida cuando tenía doce años y me dio por hacerme con una cinta que llevaba fragmentos de El cascanueces, La bella durmiente y alguna pieza conocida más.
De vez en cuando me visualizo en paz y armonía, sin salir de casa, y ninguno de los discos que me acompañan habitualmente me sirve para la ocasión. Entonces, me acuerdo de que, más allá de Belle and Sebastian, Nacho Vegas, Antonia Font y demás moderneces suculentas, existe todo un universo de música maravillosa que siempre aparece arrinconada en las tiendas: la música clásica.
El otro día, aprovechando la línea económica del sello Naxos, me compré un disco porque, lo confieso, la portada a lo Van Gogh me llamó la atención y porque sentí curiosidad de escuchar música clásica de una compositora rusa nacida en el siglo XX, Alla Pavlova (todavía vive y por muchos años).
Se trata de la Sinfonía número 6 y según consta en la carátula está inspirada en el cuadro La noche estrellada del loco del pelo rojo. La pequeña reseña, a modo laudatorio, me recuerda a las descripciones de los vinos (pura poesía barata) y viene repleta de maravillosos adjetivos en inglés entre los que me quedé con "romantic". Ojo, pensé, si alguien usa este adjetivo hoy en día es que le gusta el riesgo.
Y es que no hay nada más denostado que el romanticismo. Prácticamente nadie celebra el movimiento artístico que tumbó más de veinte siglos de clasicismo. Por esto, por lo anterior y, sobre todo, porque tuve una corazonada me llevé el disco a casa.
Tengo que decir que acerté de pleno, que la música destila una melancolía que, a ratos, se convierte en una ola de emoción contenida que arremete contra los sentimientos más graníticos.
No estoy capacitado para meterme en los entresijos técnicos de la obra, y mucho menos en los detalles de la interpretación, pero si te gusta la música clásica sin aspavientos y te apetece pasarte una buena tarde junto a un libro y en un ambiente sosegado y mágico, te recomiendo que descubras a Alla Pavlova. Sinfonía 6, recuerda, pues del resto de su obra no respondo.
NOTA: Después de escribir el texto, descubrí esta reseña y me llevé una sorpresa. Son estas casualidades de la vida que merece la pena compartir. Si te da pereza leerla: habla de romanticismo y de Tchaikovsky. Sorprendente.
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