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Alumnos en Facebook, en blogs, en los bares o en el armario

Hay profesores con complejo de juguete.
Que un alumno tuyo, sobre todo si es menor, se asome a tu blog y te asalte con un comentario pueril, es como irte a un spa a relajarte y que salga a la superficie un tiburón cuando lo que esperas es un torrente de burbujas.

Adoptar alumnos menores de edad como amigos en Facebook es claramente un suicidio profesional y personal. En mi caso no tengo ni tendré a ninguno de mis pupilos en ese espacio de cotilleos. Sólo me faltaba ese plus de autocensura. ¿Cómo arriesgarme a que un adolescente se haga una composición de lugar a partir de cuatro chascarrilos y bromas y se imagine que mi vida es como la suya, toda enfocada al ocio? ¿Para qué correr el riesgo de que no capte los dobles sentidos o las ironías? Ni hablar. Que aprenda que la vida no es monocroma, como todos, a palo seco y limpio.

Si permito que uno de mis alumnos, uno solo, por maduro que parezca, departa conmigo en mi blog o se una a mis conversaciones en Facebook, estoy creando un espacio virtual que equivale a irme de cañas con él o ella. No quisiera tener que rendir explicaciones a sus padres a la puerta del bar.

Por eso, los alumnos que intenten colgar comentarios en el blog sufrirán la terrible sacudida de la censura. Aunque me digan la verdad del barquero, sus mensajes se irán al cubo de la basura, porque no están invitados. Al igual que las peticiones de amistad en Facebook, con una única diferencia: tienen mi promesa de que se quedarán en la sala de espera hasta que tengan dieciocho años y no les dé clases. Entonces, si todavía tienen ganas, que me lo recuerden y los aceptaré.

Con esta declaración de principos, supongo que acabo de salir del armario de los profesores caducos y dictatoriales, pero como se me dan tan mal los bailes de máscaras, no merece la pena luchar contra la evidencia.

Ya de por sí hacerse amigos virtuales de entre las postales del pasado me parece tan provechoso como escanear las viejas fotos de los álbumes y aplicarles efectos de Photoshop. Que no le extrañe a nadie, pues, que coleccionar amigos virtuales entre mis alumnos me parezca tan absurdo como alistarse en el ejército para aprender idiomas.

Dedicado a los profesores guays, que se jactan de serlo, y a los alumnos que quieren crecer demasiado deprisa. A los primeros les cambiaría su seguridad por mi temor y, a los otros, su juventud por mi prudencia.

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