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Mostrando entradas de agosto, 2013

Dos grandes pintores para una ciudad pequeña

Una obra de Alguacil que recuerda a Monet. En la calle Pizarro de La Vila Joiosa, probablemente una de las arterias principales de la ciudad (o pueblo, los que me habéis leído sabéis que los uso indistintamente en referencia a mi lugar de nacimiento) hay abierto desde tiempos inmemoriales un taller de un gran pintor: Evaristo Alguacil. Casi sin anunciarse, muchos aficionados a la pintura han insistido hasta recibir sus clases y quién más o quién menos conoce lo más representativo de su trabajo, sobre todo al óleo, principalmente esas marinas tan personales, tan vileras y universales al mismo tiempo. Sin embargo, pocos, en relación a la categoría del artista, conocen bien la obra de Alguacil. Creen que es un señor que repite cuadros sobre las casas de colores representativas de La Vila o se dedica solamente al puerto y sus barcos de pesca. Es cierto, y él lo reconoce, que son parte de su sello personal y la gente aprecia estas pinturas por dos motivos: por su calidad y, además,

Un verano sin Internet

No sé cómo podían pasar el verano sin frigoríficos eléctricos nuestros bisabuelos. No lo sé. Ni tampoco logro concebir cómo les fue posible, incluso a mis abuelos que nacieron en el siglo XX, atravesar las dunas de los estíos mediterráneos sin agua corriente. Ni idea. Trato de entenderlo. Me hago una idea, pero no. Sí que he comprobado que se puede sobrevivir a los cuarenta grados de exterior con una buena ducha, el cuerpo al aire y una terraza por la que se cuela el viento desde todas las direcciones. El ventilador, invento del que nunca se habla, también sirve para vivir encierros veraniegos. O sea, que la ilusión de que es imposible pasar un verano sin aire acondicionado es sólo eso, un engaño de la mente.

La belleza femenina en tiempos del ocio

Prácticamente iguales, pero una es superguapa y la otra no. Claro que es algo relativo. En realidad, es bastante esclavo: sobre todo de modas, estereotipos, prefiguraciones de la realidad, el imaginario colectivo y tantas otras cosas intangibles. Antes del referente cinematográfico, antes incluso de esas fotografías que causaban furor entre los hombres adinerados (que hasta para tocar la zambomba fuera del horario comercial hay clases), las chicas guapas del pueblo se debían a cientos de referentes invisibles: la pintura de la virgen de tal iglesia, la estatua de la diosa del templo de la belleza, la hija del cacique que encabezó el desfile del Corpus, la bisabuela de no sé quién, la que logró que tres caballeros se batieran en duelo por ella, etc.

Dos blockbusters para arruinarte el verano: Guerra Mundial Z y Lobezno inmortal

Después de la secuencia inicial, lo mejor de Guerra Mundial Z. Tengo que decir que la primera de estas dos propuestas apocalípticas empieza con buen pie. La sensación de agobio, de verdadera opresión, está tan lograda que uno estaría dispuesto incluso a mandarle un helipcótero a Brad Pitt para que se salvara con su familia del atasco más terrorífico que he visto en años en una sala de cine. Luego, la película se convierte en un Pánico nuclear con actor negro incluido (¡y por suerte no es Morgan Freeman otra vez!) ocupando un puesto de responsabilidad que obliga al Rambo de turno, pero es Brad Pitt, a salvar a la humanidad de una horda de zombis que, virus mediante, se van contagiando unos a otros salvo en Israel (metáfora que prefiero no captar, porque o se le ha ocurrido a algún sionista fanático o es obra de un antisemita cobarde, aunque hay muchos protestantes que darían su brazo por Israel y muchos más que por cabrear a los musulmanes son capaces de lo que sea).

Escrito materialista

El mundo se vuelve materialista cuando se pierde la perspectiva entre el valor aproximado de un objeto y su coste real. Cuando se habla de ayudas al sistema bancario de miles de millones de euros, cuando se pujan millones por jugadores de fútbol, cada año una decena más por el crack de moda, y cuando uno no sabe que la camiseta que lleva cuesta en realidad 10 euros y ha pagado casi 90, porque es la versión oficial. Sucede también cuando un restaurante de lujo cierra sus puertas porque aseguran no poder afrontar la crisis sin mantener los precios que, juran y perjuran, son necesarios para dar un buen servicio, aunque te sirvan una lubina que hemos visto en el mercado por la mañana y sepamos su precio exacto y sumándole a la lubina, el foie de pato y las anchoas del cantábrico más los champiñones y la tarta de queso a nosotros nos salga una cantidad muy inferior a 150 euros aunque nos asignemos un generoso sueldo simbólico, aun tirando de imaginación.

A propósito de mi abuelo

Cerro de La Jamula (Granada). Reconozco que, a menudo, muchas muchas veces, escribir un artículo supone un golpe con el puño cerrado al aire que me sostiene en equilibrio. Como la vida en sociedad (en esta sociedad) consiste en abrirse paso a puñetazo limpio (y a patada y sable en cursos avanzados), los que no pegamos ni los sellos necesitamos hacer cosas que nos impidan caer en el bucle estúpido de hacer lo que todos hacen, pero sin limitarnos a soportar cómo nos llueven las hostias de los ignorantes que no respetan la diferencia. Se le llama catarsis, pero no es verdad. En mi caso no, porque no tengo la sensación de que esté produciendo más movimiento que el de mis propios dedos al escribirlo. Para que hubiera catarsis, los artículos tendrían que crear una especie de ola u onda magnética que afectase al movimiento de otros seres pensantes y éstos, a su vez, tendrían que lanzarme su propio eco. Sin embargo, hay una solución a este problema de incomunicación, y es mont