El determinismo del siglo XIX, que plasmaron muy bien los naturalistas franceses, sigue vigente hoy en día, porque en realidad nadie ha superado las teorías de Darwin, que es donde esta idea cobra forma.
Vinieron filósofos después, e incluso antes del Beagle, pero las teorías de Darwin, todavía discutidas e incluso rechazadas por instituciones muy poderosas como el catolicismo y no del todo ampliadas por la ciencia, son las que han calado en la idiosincrasia del ser humano. Al igual que ocurre con las teorías freudianas, a pesar de los pesares.
El determinismo biológico, o herencia genética, dio lugar a aberraciones como el plan para desarrollar una raza aria imposible, un futuro de hombres y mujeres perfectos. Cruel ironía cuando los ideólogos del plan no cumplían con los requisitos que ellos mismos dictaban.
Sin embargo, y afortunadamente, la gente, con clamorosos u ocultos defectos, sigue teniendo hijos en el siglo XXI. Quizá a algunos les parezca una inconsciencia. Están en su derecho de opinar mientras sus fantasías se queden en su cabeza o entre los límites de la libertad de opinión respetuosa.
Yo creo que la mayoría de la gente, con o sin estudios, ha aprendido la lección. El ser humano, el mundo incluso, se basa en su imperfección. Es la existencia de atributos mejorables el verdadero motor de la evolución, que queda muy lejos de la manipulación humana. Al menos de momento.
Y es que el tiempo, quién sabe si la divinidad también, queda fuera del alcance del ser humano, tan diminuto ante el avance de la muerte y los millones y millones de años luz que lo separan de, acaso, el verdadero conocimiento del Universo.
Puede ser, y añado una versión menos idealista del asunto, que las prioridades actuales, como la autorrealización personal según un modelo de familia determinado, hayan influido más que Darwin a la hora de que una pareja se decida a tener un hijo a pesar de los riesgos de que se perpetúen los defectos paternos (pienso sobre todo en aspectos de la salud, que cada cual imagine otros, según sus prioridades).
Quizá se trate de una de las pocas ventajas, enteramente positivas, de esta sociedad hiperglobalizada, egoísta y ciega, o cuando menos sesgada.
Vinieron filósofos después, e incluso antes del Beagle, pero las teorías de Darwin, todavía discutidas e incluso rechazadas por instituciones muy poderosas como el catolicismo y no del todo ampliadas por la ciencia, son las que han calado en la idiosincrasia del ser humano. Al igual que ocurre con las teorías freudianas, a pesar de los pesares.
El determinismo biológico, o herencia genética, dio lugar a aberraciones como el plan para desarrollar una raza aria imposible, un futuro de hombres y mujeres perfectos. Cruel ironía cuando los ideólogos del plan no cumplían con los requisitos que ellos mismos dictaban.
Sin embargo, y afortunadamente, la gente, con clamorosos u ocultos defectos, sigue teniendo hijos en el siglo XXI. Quizá a algunos les parezca una inconsciencia. Están en su derecho de opinar mientras sus fantasías se queden en su cabeza o entre los límites de la libertad de opinión respetuosa.
Yo creo que la mayoría de la gente, con o sin estudios, ha aprendido la lección. El ser humano, el mundo incluso, se basa en su imperfección. Es la existencia de atributos mejorables el verdadero motor de la evolución, que queda muy lejos de la manipulación humana. Al menos de momento.
Y es que el tiempo, quién sabe si la divinidad también, queda fuera del alcance del ser humano, tan diminuto ante el avance de la muerte y los millones y millones de años luz que lo separan de, acaso, el verdadero conocimiento del Universo.
Puede ser, y añado una versión menos idealista del asunto, que las prioridades actuales, como la autorrealización personal según un modelo de familia determinado, hayan influido más que Darwin a la hora de que una pareja se decida a tener un hijo a pesar de los riesgos de que se perpetúen los defectos paternos (pienso sobre todo en aspectos de la salud, que cada cual imagine otros, según sus prioridades).
Quizá se trate de una de las pocas ventajas, enteramente positivas, de esta sociedad hiperglobalizada, egoísta y ciega, o cuando menos sesgada.
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