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Cuatro clásicos para una crisis

Las callejuelas que llevan al mar vilero.
Por frívolo que parezca, esta mañana me he levantado contento y a la vez nervioso por los tres partidos entre el Madrid y el Barça que me quedan. Cuatro en menos de un mes.

Después, me he duchado, me he tomado el desayuno ligero con la brisa mediterránea como compañera, y he pensado, joder, mira que hay que ser tonto para levantarse contento con la birria de sueldo que tengo, las pocas perspectivas de mejorar, las oposiciones a la vuelta de la esquina y la precariedad en la que vivo, en esa cueva ubicada en pleno centro de la Barcelona de cartón piedra.


Por el camino que baja hacia el mar de La Vila Joiosa y, sumido en mis pensamientos, me ha dado por pensar que no es lógico sentirse tan emocionado por los partidos de fútbol y, a continuación, he estado cerca de hundirme en la miseria por el temor a un futuro que se me antoja un nubarrón con plumas de cuervo.

Habrá sido el sol, ni muy tórrido ni demasiado ajado, el que me ha devuelto a la cordura, y en el paseo de vuelta hacia mi casa me ha dado por abrir los sentidos y llenarme de mar y de recuerdos de una infancia, en resumidas cuentas, feliz.

Justo antes de enfilar el camino a casa he reparado en la suerte que tengo de tener la familia que me ha tocado, de mantener los amigos de siempre y de haber hecho algunos nuevos, de tener una compañera que me soporta y, por momentos, me disfruta. Y tan dichoso me sentía que se me ha olvidado incluso de quedar para ver el partido del miércoles. De hecho, he apagado el teléfono móvil inconscientemente. Y no lo quiero encender.

Ahora en el momento de escribir esta crónica de un paseo razonable y razonado, visualizo la balanza de mi humor y en sus platillos veo tantos pesos de diversa consideración que prefiero dejar volar la imaginación y situar la dichosa báscula en un país ingrávido.

Allá, donde nunca he estado más que en mis sueños, pesa más lo que más importa y no lo que más preocupa; y por eso, la acumulación de agujeros negros se eleva hasta desaparecer de mi vista y me quedo con la consistencia sólida de los pequeños detalles y, por qué no, el próximo Real Madrid-Barça (o viceversa) se estira hasta equipararse casi (sólo casi) al café con un amigo y el paseo que me espera cuando caiga la tarde.

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