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Código fuente: espectáculo contenido

La película de Duncan Jones, ultraconocido director por haberse estrenado con una meritoria Moon y por tener como padre a David Bowie, es un producto para disfrutarse sin demasiados arrebatos intelectuales.

Código fuente es un film vertiginoso que te hace sentir inteligente en los momentos en los que la historia te deja un par de segundos para anticiparte a este héroe involuntario, esclavo del sistema militarizado de Estados Unidos.

Sin embargo, la mayoría del tiempo, sobre todo al principio, seguirás sin resuello los intentos desesperados del protagonista (Jake Gyllenhaal) por cumplir su misión en una especie de Atrapado en el tiempo (en clave de thriller serio) con toques de Imparable, una divertida película de trenes desbocados.

Con todo, hay espacio para el humor en algunas secuencias en las que el sufrido capitán Colter Stevens se anticipa a la jugada. Por su parte, la bella dama de compañía, Michelle Monaghan (no porque se prostituya, sino porque no hace nada más que acompañar y enamorar al héroe) reacciona de un modo muy distinto a cada repetición de la secuencia de ocho minutos en la que el chico bueno está atrapado. O sea, que de un flojo papel Michelle saca petróleo. Mérito del realizador, sin duda. Donde el guionista vio una cara bonita, Duncan Jones ha plasmado un personaje creíble. Como de costumbre, Jake Gyllenhaal está muy convincente.

Aparte del disfrute de subirte a una montaña rusa de acción, con algo de ciencia y más de ficción, la grandeza del film está en su escaso determinismo. Hay libertad en las acciones de los personajes principales a pesar de que se repita la misma situación una infinidad de veces.

El viaje en el tiempo continuo destierra la idea del destino atroz. Si acaso, la predestinación viene de la mano de sus poderosos jefes militares. El mundo, en cambio, tanto el virtual como el real, ofrece todas las posibilidades que puedan surgir de las acciones de los personajes.

Yo me quedo con esto último y con lo bien que lo pasé inmerso en una historia trepidante como pocas. Si la película tenía un exceso de moralina al final, con tufo a Hollywood, no me quiero acordar... Ojo, de todas formas, a la pésima interpretación de Jeffrey Wright como encargado del experimento. Ése sí que descarrila.

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