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Exponerse implica siempre un riesgo

Mi webcam y yo: mala pareja.
Ya lo digo en el título: exponerse implica siempre un riesgo, porque todos tenemos una visión muy parcial de la realidad y nos quedamos con uno o dos detalles del conjunto sin que nos demos cuenta de que ya estábamos predestinados a coger una mínima porción del pastel.

El que escribe para que los demás lean los textos, y lo hace con su firma e incluso muestra su jeta, se expone. En estos tiempos, ya te habrás dado cuenta de que todo el mundo mide mucho sus palabras y se abstiene de ejercer el derecho a la crítica, sobre todo con poderosos de por medio.

Con un país a la deriva y, condenados a esta crisis artificial, deberíamos andar de revuelta en revuelta. Sin embargo, sólo nos quejamos de tapadillo. Ellos tensarán la cuerda hasta donde les dejemos. Y les estamos ayudando a preparar el nudo de la soga.

Escribir aquí, la verdad, no supone un gran peligro. Al fin y al cabo no soy nadie. Por lo tanto, nada debo temer. De todas maneras, en mi pequeño círculo ha habido ya gente que me ha enseñado las uñas por dar mi opinión. Por exponerme. Gente que debería entender que pensar distinto no tiene por qué separar a las personas, pero que ve las cosas de otra manera. Si esto ocurre con mis supuestos amigos, se entiende que un enemigo mío se vea dibujado en tal artículo, pues en realidad ha entrado al blog en busca de esos indicios. Y, por supuesto, se enfade.

Otra posibilidad es que un amigo al que no llamo desde hace tiempo piense que estoy la mar de bien cabalgando sobre mi ombligo y a vueltas todo el día con el blog y, por tanto, deduza en esa fantasía las causas de que hayamos interrumpido el contacto. Menudo disparate... como si este blog me quitara más de media hora al día.

También se puede dar la circunstancia de que un empresario, a punto de contratarme, busque información sobre mí y tope con un texto, todo ficción, donde hable desde un yo inventado y me imagine totalmente trastornado. Puede, incluso, que pruebe con otro artículo y me encuentre más comedido, pero al siguiente me vea más disparado todavía que en el primero, y entonces deduzca que estoy como una cabra y, por supuesto, que no soy de fiar.

Ya sé que queda feo decirlo, sobre todo cuando hay gente que entra a leer los textos sólo por saber de mí. Porque son mis amigos. Pero es la verdad: la mayor parte de los textos, a pesar de la pretendida sinceridad, son pura ficción.

Sólo los que me conocen de veras sabrán deducir qué temas o qué sentimientos salen de mi interior casi cristalinos, camuflados entre un carnaval de estilos e imposturas diversos. Así y todo, es probable que se equivoquen, pues yo mismo no sé, muchas veces, cuando estoy siendo yo o el personaje que querría ser en el momento de la escritura.

Es más. Debo a ese desdoblamiento, que no siempre se da, las mejores páginas de mi insignificante obra.

Por eso, lo más sensato es tomarse todo el blog como un pequeño espectáculo itinerante que se coge al vuelo de la voluntad de cada uno y del tiempo y pericia del artista.

Las cosas serias, las más divertidas y las más tristes, las digo a la cara. Eso también lo saben mis amigos.

Después del aviso, cada cual que obre en consecuencia. A propósito, la cara de tonto de la foto es sin querer: no me estoy burlando de los insensatos que se tomen la vida demasiado en serio. Aunque, bien mirado, un poco de risa sí que da.

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