Como nadie me pregunta los motivos por los que me he decidido a escribir sin cobrar nada a cambio (también es verdad que ni me forraba ni me divertía), me tiro a la piscina. Durante mucho tiempo quise hacer de la escritura mi profesión, pero redacté tanta basura que escribir se convirtió en una losa. Además, en este país nadie quiere contratar a un redactor y corrector (sólo hay que ver los rótulos de los noticiarios). Lo que quieren son creativos (pero sin pasarse), maquetistas, telefonistas, traductores, investigadores privados, administrativos y, en último lugar, redactores. Todos esos puestos integrados en un solo asalariado que, para colmo, tiene que estar inspirado ocho, nuevo o diez horas al día.
Mal empiezo, ¿verdad? Lo sé y seguiré saliendo por la tangente del título del artículo, pero prometo acercarme al final. Confía en mí. Vamos allá: ¿Por qué escribo? Por muchos motivos. Pero, en primer lugar, voy a despachar algunos tópicos.
No escribo por exhibicionismo. Si quisiera exhibirme, supongo que iría de vez en cuando al gimnasio, cuidaría mi vestuario y me pasearía por las Ramblas, suponiendo que eso sirva para algo.
No escribo para que me quieran. Básicamente porque el cariño no se obtiene superando pruebas ni, desde luego, escribiendo en un blog.
Tampoco escribo para brindar al mundo las alegrías de mi prosa. Si perdimos a Lorca y a Hernández tan jóvenes (bueno, no se perdieron, los mataron los abuelos de los dirigentes del PP), es bastante probable que el orden cósmico siga inalterable en el fatídico caso de que David Navarro decida no volver a publicar nada.
Me dejo de negaciones, porque podría agotar la paciencia del lector. Sí, eres inteligente: escribo para que me lean. Aunque también porque me lo pide el cuerpo. Es decir, necesito expresarme y compartir lo que me circunvala el cerebro y lo que me corre por las venas, pero no me gustan los monólogos. Si no creyera que estoy dialogando con una persona como mínimo, no desperdiciaría ni una línea.
Además, escribo para aprender. ¿Aprender qué? En primer lugar, a escribir y, en segundo lugar, a descubrir algo sobre los temas que decido abordar. Es así: primero, elijo el tema (eso es ahora. Antes, cuando escribía por dinero, lo elegía algún lumbreras por mí) y luego intento aprender algo nuevo al mismo tiempo que escribo.
Voy a terminar muy mal el artículo. Lo siento, pero no puedo confesar el motivo más íntimo que me hace escribir por amor al arte. Es mezquino, como muchos de los sentimientos íntimos, pero si algún día publico una novela, lo contaré... Vaya, se me ha escapado. Que el lector perdone estos pecadillos. Y si me juzga, que me condene por exceso de romanticismo.
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