El siglo XVIII trajo la moda muy racional de criticar las costumbres de los españoles y muchos autores, entre ellos José Cadalso y, sobre todo, sus “Cartas marruecas”, se propusieron identificar los vicios de los españoles. En aquel tiempo, las denuncias abarcaban el territorio español en general, pero en los siglos venideros, a medida que se iban consolidando las dos Españas, la crítica comenzó a especializarse en regiones.
Me llama la atención el acierto de Unamuno, que en 1911 escribe “Por tierras de España y Portugal”. En esta obra, a medio camino entre el libro de viajes y el ensayo, don Miguel consigue descifrar el interior del alma de los lugares que visita.
Es a partir de un viaje a Barcelona que Unamuno deduce que el peor de los males de los catalanes (obviamente, también había visitado otras zonas de Catalunya) es la vanidad.
Una de las principales pruebas que aporta es que el catalán se considera odiado por el resto de España, especialmente por Madrid y las dos Castillas. Además, detecta un tufillo enfermizo en la manía de compararse siempre con Madrid. Cuando, según Unamuno, a los madrileños les importa un bledo lo que ocurra en otros lugares de España.
Creo que acierta plenamente en su razonamiento. De hecho, opino lo mismo 99 años después. Además, es de elogiar que no caiga en el tópico del catalán tacaño. Sin embargo, también define a los burgueses de Catalunya como ricos que viven como pobres. Es, sin duda, una consecuencia de la alta industrialización de Catalunya en comparación con el resto del Estado. Y, ¿tal vez del carácter catalán? Este debate me queda grande.
En cualquier caso, lo más asombroso es que, 99 años después, Unamuno sigue teniendo razón. Es la vanidad la que nos convierte (a los catalanes) en acomplejados. Si no fuéramos tan vanidosos, ¿por qué tendríamos que desvivirnos con comparaciones con otras ciudades, por muy capitales del reino que sean?
Respecto al mundo laboral, los patronos en Catalunya se desviven por enriquecerse, pero no parecen disfrutar de sus ganancias. Tampoco dejan que sus peones disfruten de la más mínima oportunidad para conciliar la vida familiar, o el ocio, con las diez o doce horas diarias que les toca calentar la silla (ocho en teoría, pero a ver quién es el guapo que se va antes que el jefe). Por supuesto, no ha cambiado la situación del trabajador. Su invisibilidad y pobreza se remonta al siglo XVIII, cuando no existían los kleenex. De haber existido, tal vez UGT se llamaría UGK y el PSOE, PSKE.
Me llama la atención el acierto de Unamuno, que en 1911 escribe “Por tierras de España y Portugal”. En esta obra, a medio camino entre el libro de viajes y el ensayo, don Miguel consigue descifrar el interior del alma de los lugares que visita.
Es a partir de un viaje a Barcelona que Unamuno deduce que el peor de los males de los catalanes (obviamente, también había visitado otras zonas de Catalunya) es la vanidad.
Una de las principales pruebas que aporta es que el catalán se considera odiado por el resto de España, especialmente por Madrid y las dos Castillas. Además, detecta un tufillo enfermizo en la manía de compararse siempre con Madrid. Cuando, según Unamuno, a los madrileños les importa un bledo lo que ocurra en otros lugares de España.
Creo que acierta plenamente en su razonamiento. De hecho, opino lo mismo 99 años después. Además, es de elogiar que no caiga en el tópico del catalán tacaño. Sin embargo, también define a los burgueses de Catalunya como ricos que viven como pobres. Es, sin duda, una consecuencia de la alta industrialización de Catalunya en comparación con el resto del Estado. Y, ¿tal vez del carácter catalán? Este debate me queda grande.
En cualquier caso, lo más asombroso es que, 99 años después, Unamuno sigue teniendo razón. Es la vanidad la que nos convierte (a los catalanes) en acomplejados. Si no fuéramos tan vanidosos, ¿por qué tendríamos que desvivirnos con comparaciones con otras ciudades, por muy capitales del reino que sean?
Respecto al mundo laboral, los patronos en Catalunya se desviven por enriquecerse, pero no parecen disfrutar de sus ganancias. Tampoco dejan que sus peones disfruten de la más mínima oportunidad para conciliar la vida familiar, o el ocio, con las diez o doce horas diarias que les toca calentar la silla (ocho en teoría, pero a ver quién es el guapo que se va antes que el jefe). Por supuesto, no ha cambiado la situación del trabajador. Su invisibilidad y pobreza se remonta al siglo XVIII, cuando no existían los kleenex. De haber existido, tal vez UGT se llamaría UGK y el PSOE, PSKE.
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