Del poeta Antonio Machado se conocen sus dos libros más castellanos (es decir, sobrios y serenos) Campos de Castilla y Soledades, galería y otros poemas. Son dos obras maestras, pero su poesía evoluciona y se sale de ese (bellísimo) clasicismo. De hecho, no dejó de escribir nunca. De su pensamiento, pues también era un filósofo, dejó poca impronta, con la excepción de su vasta prosa epistolar. El éxito lo conoció en compañía de su hermano gracias a sus obras de teatro, tan del gusto del pueblo, tan alejadas de la profundidad de sus poemas.
Desde hace muchas décadas, su tumba en Collioure se ha convertido en un símbolo de la literatura, del republicanismo y, por qué no decirlo, de la nostalgia.
La muerte le sobrevino al poco de cruzar la frontera francesa huyendo junto a su madre de la represión franquista. Como él predijo, se fue de este mundo ligero de equipaje. Tres días después falleció su madre, doña Ana, como en el más sentido de sus poemas y las últimas palabras de madre e hijo fueron del uno para el otro. Luego, los enterraron juntos.
La vida de Antonio Machado destila tristeza y soledad. También pasión, pero de la que bulle dentro del corazón de un hombre que fue, como se propuso, bueno.´
La necesidad de impartir clases para sobrevivir y su increíble margen para la resignación lo llevaron de instituto en instituto, sufriendo los rigores invernales de Soria y Segovia, o el destierro en la bella pero alejada Baeza.
No le dejaron ser sevillano a Antonio Machado. Sus críticos lo admiran como a un clásico aunque dedicó sus poemas a las nuevas tendencias, coqueteando incluso con el haiku, llevado por los resabios modernistas. Amó como un loco a su joven esposa Leonor, pero tuvo que llorarla demasiado pronto. Muchos años más tarde, forjó un amor platónico con una mujer casada, pero no pasó de un sueño de madurez. Por eso, porque Antonio Machado nunca jugó, como otros intelectuales de su época (y de todas las épocas) a ser un semidiós, es que se ha ganado el corazón de todos sus lectores.
Sus poemas evitan el efectismo y llegan claros y cristalinos, pero como el mejor vino, consiguen perdurar.
Se le ha querido convertir en símbolo político, pero Antonio Machado no militó más que con las ideas krausistas de la institución libre de enseñanza y con su bondad natural. Es al final de su vida, cuando las circunstancias le obligan a dejar Madrid en dirección a Valencia. Una vez allí, aunque enfermo, no tuvo otro remedio que poner su pluma al servicio de la legalidad, que era (por más que se tergiverse la historia), la II República.
Sin embargo, yo no lo veo como un símbolo republicano. Para mí la figura de Machado encarna la resistencia silenciosa, el amor al arte, la libertad de vivir y el saber estar, sin estruendos ni arribismos. Incluso me atrevería a decir que supo morir para, sin quererlo, erigirse en el mito que es hoy en día.
Durante mucho tiempo se ha añadido a la vida de sinsabores de Antonio Machado, la militancia franquista de su hermano Manuel... como si Antonio hubiese sobrevivido a la guerra (murió el 22 de febrero de 1939) para avergonzarse del servilismo de su hermano. De hecho, se obvia a propósito que Manuel se enteró del fallecimiento de sus familiares por la prensa y que acudió a Colliuore en cuanto pudo.
En fin, Manuel se pasó al otro bando, como muchos españoles independientemente de su credo, pero su cobardía o cambio de convicciones no resta ni suma nada a la importancia de Antonio Machado.
Siguiendo con la hagiografía, se ha dicho también que Antonio murió de pena, pero la verdad es que el tabaco y su excesiva afición al café tuvieron mucho que ver con su muerte, más incluso que la desolación por una España quebrada. Por supuesto, tuvo una gran incidencia el cansancio por el ajetreado viaje hasta Francia, muy distinto al que hizo Manuel en coche oficial. Antonio, su hermano José y su madre de 85 años tuvieron que soportar largas caminatas, incómodos trenes y la amargura del frío hasta que pasaron la frontera.
No hace falta revestir con leyendas la figura de Antonio Machado. Su obra basta. Y su vida fue como la de la mayoría de la gente, la mejor que pudo vivir, pero con una salvedad: casi siempre fue fiel a sus principios y mantuvo su código ético desde el principio hasta el fin. Este ejercicio de dignidad humana ya no lo practica la mayoría de la gente.
Porque es más bella su poesía que todo lo que yo te pueda contar, en este enlace podrás leer varias de las poesías de Machado.
Como colofón, un poema poco conocido de un poemario que sólo se cita en las oposiciones y en las tesis doctorales:
PROVERBIOS Y CANTARES - XXXVI
Fe empirista. Ni somos ni seremos.
Todo nuestro vivir es emprestado.
Nada trajimos; nada llevaremos.
Desde hace muchas décadas, su tumba en Collioure se ha convertido en un símbolo de la literatura, del republicanismo y, por qué no decirlo, de la nostalgia.
La muerte le sobrevino al poco de cruzar la frontera francesa huyendo junto a su madre de la represión franquista. Como él predijo, se fue de este mundo ligero de equipaje. Tres días después falleció su madre, doña Ana, como en el más sentido de sus poemas y las últimas palabras de madre e hijo fueron del uno para el otro. Luego, los enterraron juntos.
La vida de Antonio Machado destila tristeza y soledad. También pasión, pero de la que bulle dentro del corazón de un hombre que fue, como se propuso, bueno.´
La necesidad de impartir clases para sobrevivir y su increíble margen para la resignación lo llevaron de instituto en instituto, sufriendo los rigores invernales de Soria y Segovia, o el destierro en la bella pero alejada Baeza.
No le dejaron ser sevillano a Antonio Machado. Sus críticos lo admiran como a un clásico aunque dedicó sus poemas a las nuevas tendencias, coqueteando incluso con el haiku, llevado por los resabios modernistas. Amó como un loco a su joven esposa Leonor, pero tuvo que llorarla demasiado pronto. Muchos años más tarde, forjó un amor platónico con una mujer casada, pero no pasó de un sueño de madurez. Por eso, porque Antonio Machado nunca jugó, como otros intelectuales de su época (y de todas las épocas) a ser un semidiós, es que se ha ganado el corazón de todos sus lectores.
Sus poemas evitan el efectismo y llegan claros y cristalinos, pero como el mejor vino, consiguen perdurar.
Se le ha querido convertir en símbolo político, pero Antonio Machado no militó más que con las ideas krausistas de la institución libre de enseñanza y con su bondad natural. Es al final de su vida, cuando las circunstancias le obligan a dejar Madrid en dirección a Valencia. Una vez allí, aunque enfermo, no tuvo otro remedio que poner su pluma al servicio de la legalidad, que era (por más que se tergiverse la historia), la II República.
Sin embargo, yo no lo veo como un símbolo republicano. Para mí la figura de Machado encarna la resistencia silenciosa, el amor al arte, la libertad de vivir y el saber estar, sin estruendos ni arribismos. Incluso me atrevería a decir que supo morir para, sin quererlo, erigirse en el mito que es hoy en día.
Durante mucho tiempo se ha añadido a la vida de sinsabores de Antonio Machado, la militancia franquista de su hermano Manuel... como si Antonio hubiese sobrevivido a la guerra (murió el 22 de febrero de 1939) para avergonzarse del servilismo de su hermano. De hecho, se obvia a propósito que Manuel se enteró del fallecimiento de sus familiares por la prensa y que acudió a Colliuore en cuanto pudo.
En fin, Manuel se pasó al otro bando, como muchos españoles independientemente de su credo, pero su cobardía o cambio de convicciones no resta ni suma nada a la importancia de Antonio Machado.
Siguiendo con la hagiografía, se ha dicho también que Antonio murió de pena, pero la verdad es que el tabaco y su excesiva afición al café tuvieron mucho que ver con su muerte, más incluso que la desolación por una España quebrada. Por supuesto, tuvo una gran incidencia el cansancio por el ajetreado viaje hasta Francia, muy distinto al que hizo Manuel en coche oficial. Antonio, su hermano José y su madre de 85 años tuvieron que soportar largas caminatas, incómodos trenes y la amargura del frío hasta que pasaron la frontera.
No hace falta revestir con leyendas la figura de Antonio Machado. Su obra basta. Y su vida fue como la de la mayoría de la gente, la mejor que pudo vivir, pero con una salvedad: casi siempre fue fiel a sus principios y mantuvo su código ético desde el principio hasta el fin. Este ejercicio de dignidad humana ya no lo practica la mayoría de la gente.
Porque es más bella su poesía que todo lo que yo te pueda contar, en este enlace podrás leer varias de las poesías de Machado.
Como colofón, un poema poco conocido de un poemario que sólo se cita en las oposiciones y en las tesis doctorales:
PROVERBIOS Y CANTARES - XXXVI
Fe empirista. Ni somos ni seremos.
Todo nuestro vivir es emprestado.
Nada trajimos; nada llevaremos.
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http://www.poesi.as/amach097.htm