José Mourinho se ha caracterizado, desde que gana títulos, por su falta de respeto a rivales y compañeros y por creerse por encima del bien y del mal para escupir a diestra y siniestra sin que nunca le llueva encima.
De vez en cuando, el buen hombre tiene un arranque aparentemente sincero y muestra algún gesto humano. De tarde en tarde incluso demuestra tener sentido del humor (signo imprescindible de la inteligencia).
Sin embargo, siempre habla y gesticula de forma controlada, como el actor que se sabe controlado por no una, sino muchas cámaras. Y, cuando al día siguiente, Mourinho vuelve a las andadas y, con su peor cara de perdonavidas, lanza un dardo envenenado a cualquier profesional del fútbol, entonces uno tiene dos opciones: considerar que es un ganador nato; es decir, que cuando se comporta como un cerdo es porque quiere provocar una reacción en enemigos o aliados; o la otra opción, que es una mala bestia siempre, incluso cuando interpreta el papel de simpático.
Un personaje de esta calaña, en circunstancias normales, sólo tendría detractores. En cambio, hay quien le procesa devoción. Le pasa a Mourinho como a los impresentables de la tele del corazón (la Estebán, el Matamoros, etc.). Tienen éxito, ergo hay que admirarlos. No importa que no tengan modales ni que hagan acopio de crueldad: son ganadores y no sólo se les perdona todo, sino que se les admira y, peor aún, se les comprende.
Esta moda en el show business (incluyendo el espectáculo del fútbol) tiene mucho peligro, porque se mezcla realidad y ficción, de modo que los ciudadanos de a pie podrían empezar a trasladar la tabla de valores (éxito o fracaso) de sus héroes mediáticos a unas vidas reales que, desde luego, lo último que necesitan es una mayor dosis de frívola injusticia.
Por eso, ni Mourinho ni Belén Esteban merecen tanto odio ni admiración. Son simples peones de un juego que acabará desbordándoles (y que espero no tener que jugar en la vida real). A don José le darán la patada en el trasero cuando su equipo no gane y a Belén Estebán, cuando la gente se canse de sus bufonadas. Dos caras de la misma moneda con algunas diferencias: de entrada, a Mourinho se le puede juzgar por los resultados futbolísticos. Belén Esteban, en cambio, carece de un baremo objetivo del trabajo que desempaña. Esto ocurre porque el entrenador ejerce dos profesiones al mismo tiempo: técnico de fútbol y payaso mediático. Belén Esteban, en cambio, sólo es payasa. En cualquier caso, ni todas las copas del mundo ni los mayores índices de audiencia de la historia de la televisión deberían justificar la cínica ostentación que estos personajes hacen de su bajo perfil humano.
De vez en cuando, el buen hombre tiene un arranque aparentemente sincero y muestra algún gesto humano. De tarde en tarde incluso demuestra tener sentido del humor (signo imprescindible de la inteligencia).
Sin embargo, siempre habla y gesticula de forma controlada, como el actor que se sabe controlado por no una, sino muchas cámaras. Y, cuando al día siguiente, Mourinho vuelve a las andadas y, con su peor cara de perdonavidas, lanza un dardo envenenado a cualquier profesional del fútbol, entonces uno tiene dos opciones: considerar que es un ganador nato; es decir, que cuando se comporta como un cerdo es porque quiere provocar una reacción en enemigos o aliados; o la otra opción, que es una mala bestia siempre, incluso cuando interpreta el papel de simpático.
Un personaje de esta calaña, en circunstancias normales, sólo tendría detractores. En cambio, hay quien le procesa devoción. Le pasa a Mourinho como a los impresentables de la tele del corazón (la Estebán, el Matamoros, etc.). Tienen éxito, ergo hay que admirarlos. No importa que no tengan modales ni que hagan acopio de crueldad: son ganadores y no sólo se les perdona todo, sino que se les admira y, peor aún, se les comprende.
Esta moda en el show business (incluyendo el espectáculo del fútbol) tiene mucho peligro, porque se mezcla realidad y ficción, de modo que los ciudadanos de a pie podrían empezar a trasladar la tabla de valores (éxito o fracaso) de sus héroes mediáticos a unas vidas reales que, desde luego, lo último que necesitan es una mayor dosis de frívola injusticia.
Por eso, ni Mourinho ni Belén Esteban merecen tanto odio ni admiración. Son simples peones de un juego que acabará desbordándoles (y que espero no tener que jugar en la vida real). A don José le darán la patada en el trasero cuando su equipo no gane y a Belén Estebán, cuando la gente se canse de sus bufonadas. Dos caras de la misma moneda con algunas diferencias: de entrada, a Mourinho se le puede juzgar por los resultados futbolísticos. Belén Esteban, en cambio, carece de un baremo objetivo del trabajo que desempaña. Esto ocurre porque el entrenador ejerce dos profesiones al mismo tiempo: técnico de fútbol y payaso mediático. Belén Esteban, en cambio, sólo es payasa. En cualquier caso, ni todas las copas del mundo ni los mayores índices de audiencia de la historia de la televisión deberían justificar la cínica ostentación que estos personajes hacen de su bajo perfil humano.
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