Tras su debut con Azul oscuro, casi negro (gran película, pero durísima), pocos se imaginaban que el tercer trabajo de Daniel Sánchez Arévalo fuera una desternillante película. Y es que no sólo de Amenábar vive el cine español. Hay talento para dar y tomar. Lástima que no se estabilice una industria del cine en España. Lástima también de los pícaros y caraduras que se dedican a vivir de rentas y de subvenciones.
De todas maneras, ir al cine porque la película que echan es española me parece absurdo. Tan ridículo como dejar de ir a ver films de Estados Unidos o de cualquier lugar del mundo.
El patriotismo y el cine se llevan especialmente mal. Como la literatura, como el arte en general.
Sin embargo, la comedia que propone Primos te dará más motivos de satisfacción que la última producción hollywoodiense en la que dos neoyorquinos se disputan su amor en el Caribe. Básicamente porque conoces a muy poca gente que se mueva entre Nueva y York y los Ángeles, se codee con supermodelos y pase los fines de semana en el Caribe.
Primos es una comedia española en el sentido que comentaba antes: todos los referentes forman parte de nuestro acervo común. Por supuesto exagerados, porque si no maldita la gracia que tendría.
Con todo, uno de los aciertos del film es que no abusa de los arquetipos. El trío protagonista, aunque podría pasar a primera vista por una nueva versión del bueno, el bruto y el raro, va más allá, dentro de lo que el género permite. De hecho, Daniel Sánchez Arévalo jugaba con fuego con este material, pues al trabajar tan bien sus personajes, al conseguir conferirles vida y profundizar en sus dramas y sus miserias, podría haber compuesto un dramón involuntario.
También tiene mérito que haya sabido darle una importancia similar a los tres personajes. Lo habitual (y lo más fácil) es que el protagonista principal, el primo al que dejan plantado en la boda, acabara cobrando protagonismo en detrimento de sus dos primos. Sin duda, él es el eje principal de la historia, pero los otros dos no funcionan como meras comparsas: tienen sus propias problemáticas.
Esta comedia presenta otra ventaja. Veamos, lo habitual es que una película ideada para provocar la carcajada del público recurra sobre todo a un mecanismo cómico, sea el gag tipo slapstick, más físico, sea el enredo de la trama, los juegos de palabras, etc.
Sánchez Arévalo incorpora una gran variedad de recursos cómicos sin descuidar el trasfondo humano de algunos personajes. Este logro, de nuevo, sería casi imposible si no hubiera compuesto un universo perfectamente verosímil.
¿Es una comedia redonda? Quizá por pretenderlo tanto no lo consiga. En cualquier caso, resulta del todo gratificante, pero se le pueden achacar un par de problemas: el principal es la urgencia con la que se rematan todas las subtramas de forma previsible. La verdad es que nadie puede dudar de cómo terminarán cada una de las historias que se inician. No es que quiera disculpar al director y guionista, pero sólo las obras maestras del género cómico consiguen evitar la poderosa atracción del final feliz que se vislumbra desde el inicio.
Tengo un segundo pero. Para mi gusto, eso de que el primer amor siempre se imponga a las nuevas oportunidades me deja un regusto conservador. Creo que es involuntario. Desde luego no se puede relacionar con el tópico de las ventajas del pueblo frente a la ciudad. Ahí el realizador ha estado muy hábil: no muestra un entorno urbano cosmopolita en ningún momento, por lo que no hay comparación posible.
Además, el pueblo, a pesar de su belleza (es Comillas, nada más y nada menos), dista mucho de parecer idílico: la gente de pueblo puede encajar mal a los visitantes y, sobre todo, puede sentenciar moralmente a sus propios vecinos. En ese sentido, el pueblo funciona como metáfora del espacio lúdico de los tres protagonistas, pero también como cárcel (preciosa) de los que tienen que vivir allí los 365 días del año.
Después de todas estas disquisiciones, lo importante: ¿hace reír? Sí, mucho. Y sonreír también. Porque si algo deja esta película es un buen sabor de boca que no va reñido con el realismo, o, mejor dicho, con lo verosímil.
Sólo por la primera secuencia de la película ya merece la pena. Nada más y nada menos que el conjunto de escenas rodadas en una iglesia donde más tacos se dicen por minuto. Ojo, estoy hablando de la historia del cine.
¿Y qué decir de los actores? Quim Gutiérrez y Antonio de la Torre lo bordan, pero el resto no le va a la zaga. Mérito también del director, pero, por encima de todo, de los magníficos profesionales de los que ha sabido rodearse. Nada que envidiar a Adam Sandler, Jennifer Aniston y compañía. Nada de nada.
De todas maneras, ir al cine porque la película que echan es española me parece absurdo. Tan ridículo como dejar de ir a ver films de Estados Unidos o de cualquier lugar del mundo.
El patriotismo y el cine se llevan especialmente mal. Como la literatura, como el arte en general.
Sin embargo, la comedia que propone Primos te dará más motivos de satisfacción que la última producción hollywoodiense en la que dos neoyorquinos se disputan su amor en el Caribe. Básicamente porque conoces a muy poca gente que se mueva entre Nueva y York y los Ángeles, se codee con supermodelos y pase los fines de semana en el Caribe.
Primos es una comedia española en el sentido que comentaba antes: todos los referentes forman parte de nuestro acervo común. Por supuesto exagerados, porque si no maldita la gracia que tendría.
Con todo, uno de los aciertos del film es que no abusa de los arquetipos. El trío protagonista, aunque podría pasar a primera vista por una nueva versión del bueno, el bruto y el raro, va más allá, dentro de lo que el género permite. De hecho, Daniel Sánchez Arévalo jugaba con fuego con este material, pues al trabajar tan bien sus personajes, al conseguir conferirles vida y profundizar en sus dramas y sus miserias, podría haber compuesto un dramón involuntario.
También tiene mérito que haya sabido darle una importancia similar a los tres personajes. Lo habitual (y lo más fácil) es que el protagonista principal, el primo al que dejan plantado en la boda, acabara cobrando protagonismo en detrimento de sus dos primos. Sin duda, él es el eje principal de la historia, pero los otros dos no funcionan como meras comparsas: tienen sus propias problemáticas.
Esta comedia presenta otra ventaja. Veamos, lo habitual es que una película ideada para provocar la carcajada del público recurra sobre todo a un mecanismo cómico, sea el gag tipo slapstick, más físico, sea el enredo de la trama, los juegos de palabras, etc.
Sánchez Arévalo incorpora una gran variedad de recursos cómicos sin descuidar el trasfondo humano de algunos personajes. Este logro, de nuevo, sería casi imposible si no hubiera compuesto un universo perfectamente verosímil.
¿Es una comedia redonda? Quizá por pretenderlo tanto no lo consiga. En cualquier caso, resulta del todo gratificante, pero se le pueden achacar un par de problemas: el principal es la urgencia con la que se rematan todas las subtramas de forma previsible. La verdad es que nadie puede dudar de cómo terminarán cada una de las historias que se inician. No es que quiera disculpar al director y guionista, pero sólo las obras maestras del género cómico consiguen evitar la poderosa atracción del final feliz que se vislumbra desde el inicio.
Tengo un segundo pero. Para mi gusto, eso de que el primer amor siempre se imponga a las nuevas oportunidades me deja un regusto conservador. Creo que es involuntario. Desde luego no se puede relacionar con el tópico de las ventajas del pueblo frente a la ciudad. Ahí el realizador ha estado muy hábil: no muestra un entorno urbano cosmopolita en ningún momento, por lo que no hay comparación posible.
Además, el pueblo, a pesar de su belleza (es Comillas, nada más y nada menos), dista mucho de parecer idílico: la gente de pueblo puede encajar mal a los visitantes y, sobre todo, puede sentenciar moralmente a sus propios vecinos. En ese sentido, el pueblo funciona como metáfora del espacio lúdico de los tres protagonistas, pero también como cárcel (preciosa) de los que tienen que vivir allí los 365 días del año.
Después de todas estas disquisiciones, lo importante: ¿hace reír? Sí, mucho. Y sonreír también. Porque si algo deja esta película es un buen sabor de boca que no va reñido con el realismo, o, mejor dicho, con lo verosímil.
Sólo por la primera secuencia de la película ya merece la pena. Nada más y nada menos que el conjunto de escenas rodadas en una iglesia donde más tacos se dicen por minuto. Ojo, estoy hablando de la historia del cine.
¿Y qué decir de los actores? Quim Gutiérrez y Antonio de la Torre lo bordan, pero el resto no le va a la zaga. Mérito también del director, pero, por encima de todo, de los magníficos profesionales de los que ha sabido rodearse. Nada que envidiar a Adam Sandler, Jennifer Aniston y compañía. Nada de nada.
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