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Breve recordatorio sobre la calidad humana de nuestros periodistas

Piqueras tiene sus prioridades.
El día 11 de marzo, cuando el terremoto más grave en muchos años sacudió Japón y provocó el posterior tsunami, el espacio de noticias de Pedro Piqueras arrancó con una ligera mención al cataclismo. Eso sí, prometió retomar la noticia enseguida. Antes tenía que tratar otro asunto más grave. O al menos, eso creyeron sus espectadores.

¿Acaso se trataba de las revueltas en los países islámicos? Ni hablar, en uno de los días más negros de 2011, se postergó la información sobre el terremoto para hablarnos de la pugna de tres falsos vaqueros semidesnudos que exhiben sus encantos en Times Square (Nueva York), donde hacen las delicias de los turistas a cambio de la voluntad.

Varios días después leo con estupor una de las columnas que han hecho célebre a un mal periodista y peor persona que colabora en el mismo diario que saltó a la fama por su acoso y derribo a Felipe González. No citaré el nombre del periodista para no darle publicidad, ya que parece que en este país se premia al más hiriente y sensacionalista. De acuerdo, una pista: hablo del mismo individuo que en un programa de Telemadrid confesó su debilidad por las menores de edad en presencia de niños de varios colegios.

Este individuo escribió en una de sus estúpidas columnas que los españoles lamentaban desastres como el de Haití mientras que en el fondo se alegraban por lo que sucedía en países ricos como Japón. Así, tal cual. Su pobre intelecto había decidido argumentar que sus lectores se dejaban llevar por la raza mayoritaria en Haití, la negra, a la hora de simular una piedad de pega.

Horas más tarde se me ocurre sintonizar la COPE y tengo la mala fortuna de escuchar a un contertulio, del que tampoco haré publicidad, que asegura que mucha gente está esperando un desastre nuclear en Japón para poder sacar las pancartas a la calle en contra de las centrales.

Durante dos o tres días intenté ceñirme a los datos sobre el desastre japonés, evitando al máximo cualquier filtrado informativo. Tengo que reconocer que me resultó muy complicado obtener imágenes e informes contrastados. Y he de lamentar que me fue imposible escuchar y leer un solo análisis que no estuviera sesgado o manipulado.

Me sentí tan frustrado que al cabo de un par de días, casi una semana después del terremoto, decidí que no merecía le pena luchar contra lo inevitable. Ya que la caverna mediática me había llevado a una posición extrema opté por contraatacar hasta el límite de mi dignidad sin morir en el intento. Pero, ¿cómo vencer a un emporio nacional e internacional con un poder incuantificable? ¿Desde un modesto blog? Por supuesto que no. En realidad, sólo tenía que atenerme a dos propósitos.

Uno. Prescindir de cualquier noticia, opinión o informe procedente de los cavernícolas. Tan fácil como no darles cancha.

Dos. En lugar de seguirlos a ellos, optar por la competencia. En el fondo es lo único que les duele. Luego, aparte, por la salud de mis propias neuronas, me comprometí a atarme al mástil del barco como hizo Ulises para evitar el hechizante canto de las sirenas.

Claro que no me puedo alimentar sólo de los medios afines a mi ideología (es un decir), de los que sé que casi siempre me van a regalar el oído. De hecho, el grupo PRISA trata de convencernos de que esta guerra es inevitable y beneficiosa. Todavía espero encontrarme con alguna guerra exenta de dolor, miedo, odio, sangre y muerte.

Además, como ya he comentado en más de una ocasión, si desde ahora las resoluciones de la ONU son imperativas, por coherencia, tendría que serlo también el mes que viene, aunque condene a tiranos que suelen salir en las fotografías con los mandatarios poderosos de Occidente, como hace poco sucedía con Gadafi.

Otro asunto diferente es la legitimidad que puede tener la ONU tras el infierno de Irak, o, mejor dicho, tras varias décadas de guerras, genocidios y vulneración de los derechos humanos en cualquier esquina del planeta: desde el trato a los prisioneros, la intervención alegal en cambios de gobierno, el ejercicio de la pena de muerte y un larguísimo etcétera que no cabe ni en mi memoria ni en toda la blogosfera.

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