Del estereotipo de macho ibérico fomentado por el franquismo apenas quedan resquicios: la mayoría, ya entrados en años, se han visto anulados por el éxito de las películas de Torrente.
Aquel protohombre español se caracterizaba por ostentar un poderío físico y una rudeza que hacían pensar en la parte más animalesca del ser humano. Por supuesto, lo peor de la idea base estaba en los imitadores: bajitos, regordetes, luciendo pelambrera, jactándose de su machismo e incultura general y caracterizados por una forma de vestir hortera y un vocabulario malsonante.
Los tipos duros de hoy en día han cambiado los sacos de cemento por las sintéticas pesas del gimnasio, los filetes por los complejos vitamínicos y el vello corporal por una piel depilada y supuestamente tersa.
Cuando caminan con la cabeza bien alta para lucir sus galas fantasean con parecerse a un modelo muy distinto a Kabir Bedi (Sandokan), Tom Selleck, Sean Connery y el español Juan Luis Galiardo (buscad fotos de cuando era el galán de moda, allá por los setenta). Ahora se trata de acercarse a la androginia desde la masculinidad. Lo que equivale a pensar que el rumbo fijado tiene como puerto de destino la feminidad estética desde el patrón metrosexual. Y, por bandera, ese buque lleva la estampa de Cristiano Ronaldo.
Los chicos duros de hoy en día se depilan las cejas hasta dejarlas en su mínima expresión, dedican una partida de su presupuesto a los cuidados estéticos más por salvar las apariencias que por gozar de un buen estado físico, pero exhiben la misma chulería de su ancestro, el macho ibérico, y continúan con un machismo renovado, pero machismo al fin y al cabo.
El nuevo machismo, al igual que las nuevas dictaduras, han cambiado las palizas y las vejaciones por la anulación invisible, pero esto es demasiado generalizar: por desgracia, los dos tipos de maltratos conviven en el tiempo y tampoco me parece justo etiquetar a todos los cristinizados (por Cristiano Ronaldo) de machistas maltratadores.
No obstante, merece la pena fijarse en la estética de los nuevos macarras, tan diferente a aquellos melenudos de los ochenta o los cabezas rapadas que surgieron entrados los noventa. Sólo hay que echar un vistazo a los chavales que delinquen y que terminan apareciendo en las páginas de sucesos. A primera vista, visten y se peinan igual. Ojo, porque al tratarse de la estética de moda, muchos chicos copian la apariencia sin que esto justifique que se les tenga que meter a todos en el mismo saco.
Puestos a comparar, no encuentro un paralelismo entre los homosexuales afeminados, vulgarmente denominados locas o gays con pluma. Dadas las circunstancias, uno se esperaría que este estereotipo también mutara a otro distinto, aunque he de reconocer que me faltan referentes para intuir el nuevo rumbo. A priori, lo esperable sería un colectivo orgulloso de su amaneramiento, pero más comedido a la hora de vestir, de usar cierto vocabulario en público (que si maricona por aquí, que si puta por allí).
Al contrario, detecto, desde un punto de vista algo lejano, que los homosexuales afeminados no han cambiado apenas ninguno de sus elementos distintivos desde hace veinte años.
Espero que ni la comparación anterior ni el fondo mismo del artículo convoquen a los amigos de lo políticamente correcto. Al fin y al cabo, sólo observo y opino. Y, en resumen, lo que más me llama la atención es la disparidad entre la feminidad del “look cristinizado” y las maneras broncas de los jóvenes que lo exhiben.
En el fondo, lo que todas las personas de bien deseamos es que cunda la diversidad, y que el personal se afeite desde las uñas de los pies hasta los pelotes de la nariz si le viene en gana. Lo que ya no me parece tan bien es que detrás de un tipo colmado de afeites se esconda el mismo perro con distinto collar, esto es, un personaje insultante, machista y tendente a la violencia. Ahí es donde entra mi denuncia: ojo con los personajes que presumen de un “look” moderno y refinado, porque, ahora y siempre, lo importante está en el interior de las personas.
Aquel protohombre español se caracterizaba por ostentar un poderío físico y una rudeza que hacían pensar en la parte más animalesca del ser humano. Por supuesto, lo peor de la idea base estaba en los imitadores: bajitos, regordetes, luciendo pelambrera, jactándose de su machismo e incultura general y caracterizados por una forma de vestir hortera y un vocabulario malsonante.
Los tipos duros de hoy en día han cambiado los sacos de cemento por las sintéticas pesas del gimnasio, los filetes por los complejos vitamínicos y el vello corporal por una piel depilada y supuestamente tersa.
Cuando caminan con la cabeza bien alta para lucir sus galas fantasean con parecerse a un modelo muy distinto a Kabir Bedi (Sandokan), Tom Selleck, Sean Connery y el español Juan Luis Galiardo (buscad fotos de cuando era el galán de moda, allá por los setenta). Ahora se trata de acercarse a la androginia desde la masculinidad. Lo que equivale a pensar que el rumbo fijado tiene como puerto de destino la feminidad estética desde el patrón metrosexual. Y, por bandera, ese buque lleva la estampa de Cristiano Ronaldo.
Los chicos duros de hoy en día se depilan las cejas hasta dejarlas en su mínima expresión, dedican una partida de su presupuesto a los cuidados estéticos más por salvar las apariencias que por gozar de un buen estado físico, pero exhiben la misma chulería de su ancestro, el macho ibérico, y continúan con un machismo renovado, pero machismo al fin y al cabo.
El nuevo machismo, al igual que las nuevas dictaduras, han cambiado las palizas y las vejaciones por la anulación invisible, pero esto es demasiado generalizar: por desgracia, los dos tipos de maltratos conviven en el tiempo y tampoco me parece justo etiquetar a todos los cristinizados (por Cristiano Ronaldo) de machistas maltratadores.
No obstante, merece la pena fijarse en la estética de los nuevos macarras, tan diferente a aquellos melenudos de los ochenta o los cabezas rapadas que surgieron entrados los noventa. Sólo hay que echar un vistazo a los chavales que delinquen y que terminan apareciendo en las páginas de sucesos. A primera vista, visten y se peinan igual. Ojo, porque al tratarse de la estética de moda, muchos chicos copian la apariencia sin que esto justifique que se les tenga que meter a todos en el mismo saco.
Puestos a comparar, no encuentro un paralelismo entre los homosexuales afeminados, vulgarmente denominados locas o gays con pluma. Dadas las circunstancias, uno se esperaría que este estereotipo también mutara a otro distinto, aunque he de reconocer que me faltan referentes para intuir el nuevo rumbo. A priori, lo esperable sería un colectivo orgulloso de su amaneramiento, pero más comedido a la hora de vestir, de usar cierto vocabulario en público (que si maricona por aquí, que si puta por allí).
Al contrario, detecto, desde un punto de vista algo lejano, que los homosexuales afeminados no han cambiado apenas ninguno de sus elementos distintivos desde hace veinte años.
Espero que ni la comparación anterior ni el fondo mismo del artículo convoquen a los amigos de lo políticamente correcto. Al fin y al cabo, sólo observo y opino. Y, en resumen, lo que más me llama la atención es la disparidad entre la feminidad del “look cristinizado” y las maneras broncas de los jóvenes que lo exhiben.
En el fondo, lo que todas las personas de bien deseamos es que cunda la diversidad, y que el personal se afeite desde las uñas de los pies hasta los pelotes de la nariz si le viene en gana. Lo que ya no me parece tan bien es que detrás de un tipo colmado de afeites se esconda el mismo perro con distinto collar, esto es, un personaje insultante, machista y tendente a la violencia. Ahí es donde entra mi denuncia: ojo con los personajes que presumen de un “look” moderno y refinado, porque, ahora y siempre, lo importante está en el interior de las personas.
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