La extrema derecha amenaza Europa. |
Este testimonio necesario no lo vas a encontrar aquí tampoco, pues nunca he ocultado que el blog tiene unas pretensiones estilísticas y una ideología propia, la mía. A fin de cuentas si quisiera escribir un diario íntimo, me cuidaría mucho de que nadie lo leyese, incluido su autor, pues su fin no es otro que purgar heridas del alma.
Lo que sí puedo es decirte mi verdad: creo que a ese malnacido tendrían que haberlo tumbado con varios disparos en las piernas y en los brazos, de modo que sólo le quedara el tronco para respirar y la cabeza para afrontar su culpa. Si te parece una barbaridad, a mí me resulta inconcebible que dediquen un solo minuto a arrestarlo intacto después de la carnicería para que esté en plena forma al cabo de las pocas horas para montar su defensa y, de paso, pavonearse de encarnar al demonio, al cristiano modelo, al patriota perfecto o al antimarxista con una misión divina.
A la ciudadanía sólo nos deberían preocupar dos asuntos: si actuó por su cuenta y riesgo o, en cambio, hay asociaciones, grupúsculos o incluso partidos políticos que lo han alentado directa o indirectamente.
Si está como una cabra, que lo aíslen bien de los demás internos y que lo suelten cuando las familias de los fallecidos sean demasiado viejos como para matarlo a machetazos.
Si cualquier grupo de extrema derecha, por pequeño o grande que sea resulta ser cómplice, instigador o mero animador de la tragedia, espero que sigan el a menudo mal ejemplo español y se salten la democracia por una vez para imponerles un duro castigo.
Ahora que las tragedias son globales, y siendo europeos en los paupérrimos momentos, no podemos observar la matanza como un hecho lejano. Hemos de hacer un esfuerzo y adoptar medidas como una sociedad moderna y, por tanto, bien informada, que se anticipa a los desastres.
Por tanto, toda organización radical, del signo político que sea, que auspicie la violencia debe censurarse, prohibirse y, si es necesario, perseguirse.
Es más, hay que terminar con las trifulcas que los políticos mantienen artificialmente para aumentar su cota de poder y que muchos ciudadanos pueden acabar confundiendo con las señas de identidad genuinas de una ideología que se ajusta a sus miedos u obsesiones.
La realidad es que en España, y en otros muchos países, vivimos de espaldas a lo que sucede en el mundo. Los sociólogos ya han advertido, desde antes de que la vida y los libros de Stieg Larsson lo pusiera de moda, un creciente aumento de la derecha extremista en casi toda Europa.
En Escandinavia incluso se han convertido en una opción de gobierno. En Holanda, también. Y todos hemos oído hablar del Frente Nacional de los Le Pen. Además, recordemos que en el Este de Europa tienen motivos de sobra para huir de las propuestas que huelan a comunismo y, por deformación ideológica, son carne de la extrema derecha (recordarás los gemelos polacos, por ejemplo, y su cruzada contra los homosexuales).
No quiero ahondar en un tema que requiere de una investigación rigurosa. En el siguiente artículo aporto mi grano de arena para evitar el crecimiento de estas corrientes atroces en nuestro propio suelo, o mejor dicho, en el suelo que pisamos (porque bien podríamos haber nacido en Ruanda y ni siquiera tener la oportunidad de perder el tiempo en Internet).
Imagen vía El antifascismo está despierto (no conozco a fondo el blog, por tanto no comparto sus opiniones, sólo he tomado prestada la imagen)
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