¿Quién quiere ser un donjuán después de empaparse de El burlador de Sevilla? Es muy fácil querer apuntarse a la orgía frenética que supone seguir las andanzas de Don Juan, pero, ¿y qué importa el goce de hoy si mañana se repetirá la misma historia? Aún peor, ¿cómo ser felices haciendo desgraciados a los demás?
Al haberse convertido en mito, la mayoría de la gente cree que el primer Don Juan, el genuino (el de Tirso, no el de Zorrilla y la monja doña Inés), es un tipo simpaticote que va clavando picas en Flandes, en Teruel y donde le viene bien.
Hay que leer la obra, o verla, para saber que Tirso tenía muy claro que eso de ser un donjuán nunca sale gratis. Y, moralismos aparte, tiene razón el dramaturgo: todo se acaba pagando en la vida. Lo que pasa es que las divisas son tan dispares que a veces nos clavan la banderilla y todavía pedimos más pensando que es obligatorio morir en la plaza de toros. ¿No sería más sensato curarse los complejos de toro bravo y semental? A veces el determinismo sólo está en la cabeza del que lleva la venda en los ojos.
Pensar que puede haber un señor eternamente joven, con la bragueta siempre bajada y la maleta preparada, es ciencia ficción. Sin embargo, estoy seguro de que mucha gente se imagina a los personajes del corazón, del cine o de la música en ese estado de desenfreno perpétuo.
Cómo me gustaría ser George Clooney, suspiran los maduritos. Y yo, Brad Pitt, dicen los jóvenes sin saber que ese hombre les dobla en edad, que nada tiene que ver en realidad con la imagen que se han forjado de él.
Vamos a ver, si practicar el donjuanismo fuese la clave de la felicidad, ¿a santo de qué se iban a casar los que están en la cúspide del atractivo y del dinero?
Al fin y al cabo, las metas ilusorias no están nada mal mientras se sepa que son parte de la fantasía, pero el que trata de hacer de donjuán por la vida sin percatarse de que siembra vientos y recogerá tornados, ése se merece un final a la altura de sus hazañas: ¡de cabeza al Infierno, como el Don Juan de Tirso!
Al haberse convertido en mito, la mayoría de la gente cree que el primer Don Juan, el genuino (el de Tirso, no el de Zorrilla y la monja doña Inés), es un tipo simpaticote que va clavando picas en Flandes, en Teruel y donde le viene bien.
Hay que leer la obra, o verla, para saber que Tirso tenía muy claro que eso de ser un donjuán nunca sale gratis. Y, moralismos aparte, tiene razón el dramaturgo: todo se acaba pagando en la vida. Lo que pasa es que las divisas son tan dispares que a veces nos clavan la banderilla y todavía pedimos más pensando que es obligatorio morir en la plaza de toros. ¿No sería más sensato curarse los complejos de toro bravo y semental? A veces el determinismo sólo está en la cabeza del que lleva la venda en los ojos.
Pensar que puede haber un señor eternamente joven, con la bragueta siempre bajada y la maleta preparada, es ciencia ficción. Sin embargo, estoy seguro de que mucha gente se imagina a los personajes del corazón, del cine o de la música en ese estado de desenfreno perpétuo.
Cómo me gustaría ser George Clooney, suspiran los maduritos. Y yo, Brad Pitt, dicen los jóvenes sin saber que ese hombre les dobla en edad, que nada tiene que ver en realidad con la imagen que se han forjado de él.
Vamos a ver, si practicar el donjuanismo fuese la clave de la felicidad, ¿a santo de qué se iban a casar los que están en la cúspide del atractivo y del dinero?
Al fin y al cabo, las metas ilusorias no están nada mal mientras se sepa que son parte de la fantasía, pero el que trata de hacer de donjuán por la vida sin percatarse de que siembra vientos y recogerá tornados, ése se merece un final a la altura de sus hazañas: ¡de cabeza al Infierno, como el Don Juan de Tirso!
Comentarios
Salut, pequeño saltamontes!
p.d: cuélgale a Lola un enlace en su muro, le gustará jaja.
Lola se te ha adelantado jejejeje
pd: Pero yo no quería hacer una síntesis de la clase... Es que con el estrés sólo me vienen los temas que cazo al vuelo.