Clarín, no eres mediático |
Más al grano, ¿cómo es que la gente no siembra las playas de copias de la Regenta? Pues sencillamente porque Leopoldo Alas escribió una novela inabarcable.
Cada página da para una lección de literatura y eso, en un mundo en el que menos es más, cuando todo se dispara a ritmo de Dragon Khan, determina la muerte pragmática de la obra. En plata, que es un libro que se lee poco y mal.
Tampoco es que me vaya a dedicar aquí a loar las numerosas proezas narrativas que encierra La regenta. Para eso hay una extensa bibliografía. Es más, a mí este tipo de novelas me resultan antipáticas.
Ya no es que me dé pereza disfrutar con concentración máxima de cada línea de un novelón, que a veces me pasa, como en las peores familias, sino que tanta perfección me abruma.
Y más que la perfección, lo que me irrita por momentos es la ubicuidad de Clarín, que erige uno de los narradores omniscientes más poderosos que he visto jamás.
El narrador de La regenta describe a la perfección ambientes, personajes y acciones. Sabe resumir las conversaciones, los pensamientos, las tentaciones, las dudas, incluso los pálpitos. Reproduce sueños, ensoñaciones, diálogos, monólogos y los sonidos de cada elemento en escena si es necesario.
Leopoldo Alas retrata a la perfección numerosos personajes, pero sobre todo se encarga de tres: Ana Ozores, Fermín de Pas y Vetusta, la ciudad basada en Oviedo.
Más de un siglo después, los grandes temas que se tocan en La regenta siguen vigentes. Por citar algunos (ya he dicho que es una novela inabarcable y más para un artículo y articulista modesto), la miserable manipulación religiosa, la eterna lucha entre corazón y razón, la duda existencial como arma de doble filo (capaz de convertirte en esclavo o en dictador) y la corrupción endémica de la política española.
A su vez, queda retratada la sociedad de Vetusta, que podría ser la que de cualquier ciudad o pueblo español de entonces y de ahora. Si lo extradimensionamos, el español medio es un ser incapaz de librarse de los muchos convencionalismos sociales, tan caducos como resistentes.
Pero, volviendo a la pregunta del inicio, yo creo que La regenta seguirá siendo un libro tabú. Demasiada pulcritud en cada página, demasiados valores estéticos y narrativos como para llegar a un estudio semidefinitivo y una antipática fama de lectura universitaria.
Yo no sé si es, después de El Quijote, la mejor novela española de todos los tiempos. A mí no me gusta tanto, quizá porque me supera, pero no me atreveré a desmentirlo. Preferencias aparte, no necesito saber mucho de pintura como para extasiarme ante la perfección artística de Las meninas, la majestuosidad de la ópera Norma o la grandiosidad del Empirate State Building.
Las verdaderas obras maestras asustan al público y frustran a los eruditos, porque nunca acabarán de analizar todo su potencial. En el caso de La regenta, ya una lectura ajustada a una preconfiguración estrecha presenta muchas dificultades. No digamos un estudio que abarque todas las posibles lecturas. Se puede hacer con La catedral del mar, y también es un novelón, pero no con La regenta.
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