Los medios de comunicación han conseguido darle la vuelta a la tortilla y mostrar cómo una banda de vándalos agasajaban a algunos parlamentarios catalanes (los que no tenían helicópteros) con escupitajos, pintadas, insultos y todo tipo de sustancias corrosivas.
No digo que no ocurriera, porque mis obligaciones y una faringitis, me han impedido asistir. Digo, porque lo sé de buena tinta, que los salvajes eran una minoría frente a los indignados. Tampoco sabré nunca qué parte de este circo fue dirigida por la policía secreta. Aunque basta con habérselo dejado a huevo a los indignados para que estallase la ira de algunos, que en el fondo es lo que le conviene a los poderosos.
Temo ahora que se vaya inflando una campaña contra los indignados aprovechando las gamberradas de unos pocos.
Temo también que el movimiento del 15M se convierta en una bola pegajosa que aglutine todo, desde los intentos de IU por ganar votos hasta las quejas necesarias de los colectivos de gays y lesbianas de Madrid pasando por los trasnochados de la extrema derecha mediática que siguen jugando a meter a ETA en todas las sopas.
A propósito, ojalá no les tengan que poner escolta nunca por jugar con fuego y mentir a costa de una organización terrorista que aún no ha desaparecido. Lo digo en serio, aunque sean individuos tan dañinos como don Federico y su amigo César Vidal: sólo con que hubiera cincuenta agitadores más como ésos, tendríamos la guerra de los 100 años montada. Son unos pésimos profesionales. Son, sobre todo, unos agitadores irresponsables que merecen el ostracismo.
De todas maneras, aquí queda pendiente una reflexión. Si estamos de acuerdo en que hay que legislar siempre a favor de la ciudadanía, entonces se debería incluir una claúsula en los referéndums que contemplara abstenciones, votos en blanco y votos en nulo.
En mi modesta opinión, una participación que raye el cincuenta por ciento o que ni siquiera llegue a la mitad de los electores convocados más una suma estimable de votos en blanco (los nulos son tema aparte) merecen una trascedencia igual, cuando menos, al número de ciudadanos que han participado en esta acción u omisión.
Desde ese punto de vista, no me vale con que los políticos de turno saquen datos de votantes a la hora de justificar que han sido democráticamente elegidos y, por lo tanto, hay que dejarles trabajar en paz.
Si restamos la gente que ha decidido no votar o ha depositado un voto en blanco del total de electores, obtenemos una mayoría que ha dejado de ser silenciosa. Ahora me gustaría que, además, tuviera sus derechos plenamente vigentes en la ley, como por ejemplo, paralizar la vida política hasta que se regeneren nuestros supuestos representantes.
Mientras haya listas con imputados, tránsfugas, un sistema tan poco representativo, corruptos y todo tipo de secuestradores de la democracia, veo totalmente justificado que los indignados se planten delante de los ayuntamientos y de los parlamentos.
Eso sí, a los salvajes, ni agua. Y a los alcaldes que pasean con su perro por la calle también hay que dejarlos en paz, no vaya a ser que utilice un jet privado o un helicóptero como Felip Puig, primer cadáver político viviente del gobierno de Artur Mas, alias Tijeritas II.
No digo que no ocurriera, porque mis obligaciones y una faringitis, me han impedido asistir. Digo, porque lo sé de buena tinta, que los salvajes eran una minoría frente a los indignados. Tampoco sabré nunca qué parte de este circo fue dirigida por la policía secreta. Aunque basta con habérselo dejado a huevo a los indignados para que estallase la ira de algunos, que en el fondo es lo que le conviene a los poderosos.
Temo ahora que se vaya inflando una campaña contra los indignados aprovechando las gamberradas de unos pocos.
Temo también que el movimiento del 15M se convierta en una bola pegajosa que aglutine todo, desde los intentos de IU por ganar votos hasta las quejas necesarias de los colectivos de gays y lesbianas de Madrid pasando por los trasnochados de la extrema derecha mediática que siguen jugando a meter a ETA en todas las sopas.
A propósito, ojalá no les tengan que poner escolta nunca por jugar con fuego y mentir a costa de una organización terrorista que aún no ha desaparecido. Lo digo en serio, aunque sean individuos tan dañinos como don Federico y su amigo César Vidal: sólo con que hubiera cincuenta agitadores más como ésos, tendríamos la guerra de los 100 años montada. Son unos pésimos profesionales. Son, sobre todo, unos agitadores irresponsables que merecen el ostracismo.
De todas maneras, aquí queda pendiente una reflexión. Si estamos de acuerdo en que hay que legislar siempre a favor de la ciudadanía, entonces se debería incluir una claúsula en los referéndums que contemplara abstenciones, votos en blanco y votos en nulo.
En mi modesta opinión, una participación que raye el cincuenta por ciento o que ni siquiera llegue a la mitad de los electores convocados más una suma estimable de votos en blanco (los nulos son tema aparte) merecen una trascedencia igual, cuando menos, al número de ciudadanos que han participado en esta acción u omisión.
Desde ese punto de vista, no me vale con que los políticos de turno saquen datos de votantes a la hora de justificar que han sido democráticamente elegidos y, por lo tanto, hay que dejarles trabajar en paz.
Si restamos la gente que ha decidido no votar o ha depositado un voto en blanco del total de electores, obtenemos una mayoría que ha dejado de ser silenciosa. Ahora me gustaría que, además, tuviera sus derechos plenamente vigentes en la ley, como por ejemplo, paralizar la vida política hasta que se regeneren nuestros supuestos representantes.
Mientras haya listas con imputados, tránsfugas, un sistema tan poco representativo, corruptos y todo tipo de secuestradores de la democracia, veo totalmente justificado que los indignados se planten delante de los ayuntamientos y de los parlamentos.
Eso sí, a los salvajes, ni agua. Y a los alcaldes que pasean con su perro por la calle también hay que dejarlos en paz, no vaya a ser que utilice un jet privado o un helicóptero como Felip Puig, primer cadáver político viviente del gobierno de Artur Mas, alias Tijeritas II.
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