Estás en una redacción multipoblada, y a poco que te descuides te roban la silla. No conoces a la mayoría de la gente y los becarios cambian cada dos por tres. Como eres nuevo, te han mandado tirar de teletipo, que es copiar y recortar noticias aparentemente inócuas.
Ahí estás tú, reproduciendo palabra por palabra las noticias que te envían mascaditas desde el ciberespecacio de los periodistas, llámese EFE o Europa Press. Tanto monta. Al día siguiente saldrán las mismas fotos, los mismos textos, sobre los mismos temas en todos los diarios. Pero por fin has conseguido un trabajo como periodista, no hay que ser tan negativo...
O tal vez sí... Ni se te ocurra salirte de los temas de siempre ni metas demasiado la uña en la noticia que te toca reproducir. Por supuesto, nada de estilo personal. Lo último que envías al redactor jefe es la crónica de un concierto que todavía no ha empezado. Da lo mismo: es de Estopa y siempre tocan lo mismo.
Sales de la redacción más frustrado que Belén Esteban en una partida de Trivial Pursuit, porque alguien de arriba se ha chivado a tu jefe de sección que tardas demasiado en escribir las noticias y que a veces se te va la pinza cambiando cosas.
Derrumbado frente al televisor, cazas al vuelo un programa de esos de cotilleos entre famosos. Ahí sí que llevan un ritmo infernal de trabajo. Acusaciones gravísimas y respuestas hirientes se suceden a una velocidad pasmosa. Además, todo el mundo sorprende con nuevas fuentes y protagonistas de más y más hilos en torno a un árbol de temas al que salen ramas y ramas. Si quieren, pueden saber hasta la ropa interior que llevaba hace diez años la criada de la vecina de la prima de la suegra de Belén Esteban.
Qué idioteces: cambias en busca de algo más sano para tu cerebro. Aunque empiezas a tener sueño y sólo son las diez.
Por un momento, despejas tus prejucios, dejas el debate aburrido entre izquierda y derecha y regresas al programa de los famosillos. En una de las conexiones descubres que un periodista lleva veinticuatro horas haciendo guardia en la puerta de un ex cantante al que le ha picado una cobra en la oreja. Da un listado completo de las visitas que ha recibido. Incluso se ha colado en el portal y ha averiguado que su buzón es el único en el que no hay publicidad de una pizzeria a domicilio.
Momentazo: durante la conexión llega un repartidor en moto. El periodista corre a preguntarle para quién son las pizzas y, si se trata del famosete, qué voz tenía al pedirla, si es verdad que es alérgico al champiñón y si se confirma que se ha cambiado al islamismo y ha exigido que le retiren el bacon a la pizza de bacon.
Ahora imagínate todo ese despliegue, ese ímpetu por conocer la verdad, aplicado a los grandes empresarios y a los políticos que nos han puesto al borde del caos. Tendríamos un Watergate cada dos minutos, pero el periodismo haría mucho bien a la democracia. O por lo menos nos sentiríamos mejor, ¿verdad?
Ahí estás tú, reproduciendo palabra por palabra las noticias que te envían mascaditas desde el ciberespecacio de los periodistas, llámese EFE o Europa Press. Tanto monta. Al día siguiente saldrán las mismas fotos, los mismos textos, sobre los mismos temas en todos los diarios. Pero por fin has conseguido un trabajo como periodista, no hay que ser tan negativo...
O tal vez sí... Ni se te ocurra salirte de los temas de siempre ni metas demasiado la uña en la noticia que te toca reproducir. Por supuesto, nada de estilo personal. Lo último que envías al redactor jefe es la crónica de un concierto que todavía no ha empezado. Da lo mismo: es de Estopa y siempre tocan lo mismo.
Sales de la redacción más frustrado que Belén Esteban en una partida de Trivial Pursuit, porque alguien de arriba se ha chivado a tu jefe de sección que tardas demasiado en escribir las noticias y que a veces se te va la pinza cambiando cosas.
Derrumbado frente al televisor, cazas al vuelo un programa de esos de cotilleos entre famosos. Ahí sí que llevan un ritmo infernal de trabajo. Acusaciones gravísimas y respuestas hirientes se suceden a una velocidad pasmosa. Además, todo el mundo sorprende con nuevas fuentes y protagonistas de más y más hilos en torno a un árbol de temas al que salen ramas y ramas. Si quieren, pueden saber hasta la ropa interior que llevaba hace diez años la criada de la vecina de la prima de la suegra de Belén Esteban.
Qué idioteces: cambias en busca de algo más sano para tu cerebro. Aunque empiezas a tener sueño y sólo son las diez.
Por un momento, despejas tus prejucios, dejas el debate aburrido entre izquierda y derecha y regresas al programa de los famosillos. En una de las conexiones descubres que un periodista lleva veinticuatro horas haciendo guardia en la puerta de un ex cantante al que le ha picado una cobra en la oreja. Da un listado completo de las visitas que ha recibido. Incluso se ha colado en el portal y ha averiguado que su buzón es el único en el que no hay publicidad de una pizzeria a domicilio.
Momentazo: durante la conexión llega un repartidor en moto. El periodista corre a preguntarle para quién son las pizzas y, si se trata del famosete, qué voz tenía al pedirla, si es verdad que es alérgico al champiñón y si se confirma que se ha cambiado al islamismo y ha exigido que le retiren el bacon a la pizza de bacon.
Ahora imagínate todo ese despliegue, ese ímpetu por conocer la verdad, aplicado a los grandes empresarios y a los políticos que nos han puesto al borde del caos. Tendríamos un Watergate cada dos minutos, pero el periodismo haría mucho bien a la democracia. O por lo menos nos sentiríamos mejor, ¿verdad?
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