En septiembre tendré que disimular mi fastidio cuando alguien me venga con la preguntita: ¿dónde has ido de vacaciones? Lo que me tocará las narices no será la pregunta en sí, sino el comentario anterior: nosotros este año hemos estado en Marruecos. Íbamos a ir a Brasil, pero la crisis...
Estas conversaciones se pueden dar entre profesores. Los que tienen plaza. Los sustitutos somos un mundo aparte: siempre con la soga al cuello (¿nos llamarán el curso que viene? ¿dónde nos tocará? ¿Jornada completa, media o un tercio?), invisibles en junio cuando se planifica el curso siguiente, profes de segunda para los alumnos, que saben que andamos mal de autoestima.
Dentro de poco, a opositar toca. El futuro en una carta. Un mal día, un mal tema, y al limbo durante unos cuantos años más.
En verdad, a mí viajar a Brasil me importa un comino. Me conformo con que el proceso de oposiciones no me deje amargado como hace dos años, cuando descubrí que no se trataba de comprobar la validez de un docente, sino de cumplir con un trámite de descartes.
Ir a opositar es como pescar en un río al que no te puedes asomar para saber si lleva agua o no. Tú tiras la caña como te han enseñado y aguantas con paciencia hasta que se hace de noche. Luego, si consigues alguna pieza de pescado, pasas por la lonja y te las pesan unos señores encerrados en una sala. Luego, sin haber visto la báscula siquiera, te indican en qué puesto has quedado con respecto a los pescadores de ese muelle, y no sólo eso, sino con respecto a los de otros puertos y ríos.
Si te dan la medallita, te convocan otro día para que presentes tus méritos que, por otra parte, ellos ya tienen en el ordenador. La cuestión es ponerle más suspense a una vida ansiosa.
Hace dos años, todas las lonjas fueron indicando el mismo número de ganadores al unísono. Si había doscientas medallas de oro al mejor pescador y veinte lonjas, al final dio la casualidad de que cada lonja había seleccionado diez ganadores. Diez por veinte, doscientos. Ni hecho a propósito.
Y los demás nos quedamos compuestos y sin ganas de vacaciones. Al fin y al cabo, ya no es el crédito para la agencia de viajes lo que perdimos, sino la ilusión para hacer la maleta.
Este año estaremos atentos a la jugada, aunque será inevitable que se den absurdos como que no le den la plaza a un interino que lleva veinte años dando clase. Las conclusiones de este tipo de decisiones dan para pensar: un tribunal de profesores le dice a una colega que no da la talla y, sin embargo, al siguiente curso tiene la plaza asegurada por antigüedad en la bolsa de trabajo.
Me cargaré de fe y de estampitas, ya que ir con la lección aprendida no es suficiente. Por supuesto, tendré la mochila preparada por si acaso. Al fin y al cabo, ¿qué tiene Brasil que no tenga Benidorm?
Estas conversaciones se pueden dar entre profesores. Los que tienen plaza. Los sustitutos somos un mundo aparte: siempre con la soga al cuello (¿nos llamarán el curso que viene? ¿dónde nos tocará? ¿Jornada completa, media o un tercio?), invisibles en junio cuando se planifica el curso siguiente, profes de segunda para los alumnos, que saben que andamos mal de autoestima.
Dentro de poco, a opositar toca. El futuro en una carta. Un mal día, un mal tema, y al limbo durante unos cuantos años más.
En verdad, a mí viajar a Brasil me importa un comino. Me conformo con que el proceso de oposiciones no me deje amargado como hace dos años, cuando descubrí que no se trataba de comprobar la validez de un docente, sino de cumplir con un trámite de descartes.
Ir a opositar es como pescar en un río al que no te puedes asomar para saber si lleva agua o no. Tú tiras la caña como te han enseñado y aguantas con paciencia hasta que se hace de noche. Luego, si consigues alguna pieza de pescado, pasas por la lonja y te las pesan unos señores encerrados en una sala. Luego, sin haber visto la báscula siquiera, te indican en qué puesto has quedado con respecto a los pescadores de ese muelle, y no sólo eso, sino con respecto a los de otros puertos y ríos.
Si te dan la medallita, te convocan otro día para que presentes tus méritos que, por otra parte, ellos ya tienen en el ordenador. La cuestión es ponerle más suspense a una vida ansiosa.
Hace dos años, todas las lonjas fueron indicando el mismo número de ganadores al unísono. Si había doscientas medallas de oro al mejor pescador y veinte lonjas, al final dio la casualidad de que cada lonja había seleccionado diez ganadores. Diez por veinte, doscientos. Ni hecho a propósito.
Y los demás nos quedamos compuestos y sin ganas de vacaciones. Al fin y al cabo, ya no es el crédito para la agencia de viajes lo que perdimos, sino la ilusión para hacer la maleta.
Este año estaremos atentos a la jugada, aunque será inevitable que se den absurdos como que no le den la plaza a un interino que lleva veinte años dando clase. Las conclusiones de este tipo de decisiones dan para pensar: un tribunal de profesores le dice a una colega que no da la talla y, sin embargo, al siguiente curso tiene la plaza asegurada por antigüedad en la bolsa de trabajo.
Me cargaré de fe y de estampitas, ya que ir con la lección aprendida no es suficiente. Por supuesto, tendré la mochila preparada por si acaso. Al fin y al cabo, ¿qué tiene Brasil que no tenga Benidorm?
Comentarios
Yo no digo que no me gustaría ir a Brasil, pero depende del plan. El turismo de hotelazo-ciudad fuera de la realidad de los países exóticos no me llama la atención, y para el que me gusta, el de coger al autobús y mezclarme con la gente me falta coraje y dinero para el avión. Todo se andará.
Respecto a Benidorm, los vileros (los de La Vila Joiosa) estamos genéticamente predispuestos para echar pestes de nuestros vecinos. De todas maneras, se ha convertido en una de las capitales europeas del alcohol de garrafón y las discotecas sobaqueras. En verano está petadísimo, y en invierno también, pero del INSERSO. No es la única capital del turismo barato en España, pero en Inglaterra miran muy mal al turista de allí que se va a Benidorm.
Merece la pena una visita, igualmente, porque es un lugar muy decadente y extraño. Si tuvieras 18 años o 80 lo disfrutarías más. Cerca, te aconsejo Altea, que es preciosa. Mi pueblo da para dos horitas. De todas maneras, en la costa alicantina ya sabes lo que te vas a encontrar: playa, chiringuito, zonas de pubs y mucho calor. Las políticas culturales han borrado de su agenda la provincia de Alicante y si tienes otras inquietudes que ver topless de baja ralea, te aburrirás un rato.
Para morir, directamente. puedes ir a Torrevieja. Es lo más parecido a un cementerio de hormigón y personas-gamba.
No sé, métete en los foros de losviajeros o viajeros.net, que seguro que encontrarás gente más objetiva. Lo mío es una mezcla de observación y fobia.
De todas maneras, Alicante tiene sitios como Dénia, Altea, el peñón de Ifach en Calpe (pero sólo el peñón), Elche y, para mí, poco mejor que eso. Luego hay playas y calitas a miles, pero hay que huir de las grandes poblaciones.
Ya no sé ni a qué viene todo este rollo que te he soltado.
Saludos!