Me refiero a mis padres, mis tíos, mis abuelos. Ellos siempre soñaron con poder decidir quién les gobernaría. Si te parece poco importante, ponte en su situación: imagínate que naces en los años veinte y cuando empiezas a salir del cascarón estalla una guerra civil y, a partir de ahí, toda la vida esperas en vano que te den la libertad para escuchar ideas nuevas, para reflexionar sobre cómo quieres que sea el futuro de tus seres queridos, para, en fin, evolucionar en todos los sentidos.
Una persona a la que le roban su derecho a decidir quién le representa es una nulidad. Sólo puede hacer tres cosas. Una mente pensante y un corazón palpitante atrapados en una tríada: abandonar su país, amargarse la vida en una lucha continua o resignarse a vivir sin dignidad.
Si todavía no captas el mensaje, hazte a la idea de que mucha gente murió por vivir en democracia. No sólo le ocurrió a los grandes personajes de la Historia como Miguel Hernández sino a cualquier persona que cayera en desgracia por un rumor de querer ejercer su libertad. Además, esto ha ocurrido en muchos países y está pasando ahora mismo.
Que no te venza el desánimo. La democracia real ya existe. Es cierto que se podría mejorar un aspecto fundamental en el sistema de referéndum actual: la representatividad. Las listas abiertas y una proporción justa de los votos vendrían a paliar el problema, aunque existen muchas discrepancias sobre la forma de llevarlas a cabo. También presentarían defectos, pero al menos sería un sistema más justo en esencia. ¿Acaso no es ésta la excusa que siempre dirimen para justificar los fallos del sistema democrático?
No pretendo entrar ni salir en este tema. Estoy muy lejos de ser un experto en política. Pero sé que hay muchos ancianos en este país que se visten de gala para votar bien temprano. Tienen un motivo. Y esa razón es la misma que me empuja a mí a votar. No necesito vivir bajo un régimen opresor para entender la emoción que a mucha gente le produce introducir su voto en una urna.
Sí, los partidos políticos mayoritarios son sospechosos de fraude, corrupción e incompetencia. Algunos incluso acaparan varios juicios, escándalos y condenas. ¿Hay que dejar de votar por eso? En el fondo es una excusa para paliar nuestra pereza mental y, algo peor, el autoengaño que nos ha hecho creer que sólo hay dos opciones y que no votar a ninguna de las dos es efectuar un voto inútil, lo que irremediablemente nos conduce a considerarnos inútiles porque dicen por ahí que "tonto es el que hace tonterías".
Al igual que las películas de entretenimiento fingen ser tratados ético-filosóficos, pero no lo pueden ser; el Sistema (ese conjunto de normas escritas y no escritas que determinan nuestras relaciones y afectan a nuestro pensamiento) se ha empecinado en chantajearnos. Este Sistema calcado de un Megasistema made in USA, a través de su apuesta por el bipartidismo, nos dice: sólo A y B están preparados para gobernar. Cuando falle A, vota a B, y viceversa. Es bueno para un país que nos gobierne un partido político consistente. Es bueno para el Sistema que haya alternancia democrática. Al fin y al cabo A y B no se diferencian demasiado. Eso sí: no se te ocurra intentar votar a C, D y menos aún a Z, porque en esa coctelera de ideas vacías de contenido hemos introducido dos conceptos antagónicos: no merece la pena votar (todos son iguales) y cuando votes, ejerce el voto útil, porque si apuestas por un caballo perdedor, estás tirando el dinero y en tu vida vas a tener unas veinte oportunidades para votar.
Sin embargo, tú sabes que votar no equivale a echar la quiniela, aunque estés cabreado porque te sientes indignado como tantas otras miles de personas en todo el mundo (por cierto, los que tenemos la suerte de no estar inmersos en una hambruna o una guerra). Y volviendo a la paradoja anterior: ¿verdad que ambas ideas son un clamor: no importa a quién votes, por un lado, y no desperdicies tu voto, por el otro? Algo falla, ¿no crees?
Uno de mis objetivos en la vida es expresarme bien. No tengo la esperanza de convencer a nadie de mis ideas. Además, qué coño, esto es Internet: la mayoría de la gente cree que todo debe de ser simpático, corto, intrascendente, divertido, etc. Pues fíjate si es poco importante Internet que forma parte activa de nuestras vidas. Ya, demasiado abstracto... ¿Vale como ejemplo la revolución islámica? No hay que ir tan lejos. La gente le dedica varias horas al día y esto no es como la televisión, unidireccional. Con Internet la gente se relaciona, se informa, aprende, estudia, se divierte y, claro, también pierde el tiempo. Pero eso también depende de ti. Sólo tú deberías decidir hacia dónde diriges tu tiempo y tus energías.
Por lo pronto, el 20 de noviembre, aunque lo tengo crudo para encontrar una opción política que me inspire confianza, aunque me sienta desmoralizado como el que más, me levantaré de la cama, me afeitaré, me daré una ducha y llegaré hasta el colegio electoral con mis mejores galas (en mi caso, un jersey ancho y cómodo, unos vaqueros y unas zapatillas). Después de votar me sentiré un poco más libre y, si consigo vencer al morbo, me iré a dormir sin saber cuál de los dos partidos favoritos, A o B, sostendrá el mango, la sartén y el aceite. Al fin y al cabo, cuando uno tiene la conciencia tranquila, importa poco lo que hagan los demás.
Si somos muchos los que usamos el cerebro para materializar nuestras ideas y nuestros proyectos de futuro en un par de papeletas, tal vez tengamos la oportunidad de creer en un mañana mejor.
¿Final ingenuo o idealista? Yo no sé tú, pero a mí me gusta pensar que cada cual hace lo posible por vivir en un mundo más habitable. Y el que no lo hace es que no lo ha intentado lo suficiente o, simplemente, tiene otros objetivos en la vida más urgentes. Cada vez que intento pensar en personas con objetivos más importantes en mente me viene a la cabeza el huraño señor Scrooge, de Cuento de Navidad, la obra de Dickens. Efectivamente, no es tan sencillo detectar a la legión de "scrooges", pero eso no significa que en esencia tengan el mismo fondo.
Una persona a la que le roban su derecho a decidir quién le representa es una nulidad. Sólo puede hacer tres cosas. Una mente pensante y un corazón palpitante atrapados en una tríada: abandonar su país, amargarse la vida en una lucha continua o resignarse a vivir sin dignidad.
Si todavía no captas el mensaje, hazte a la idea de que mucha gente murió por vivir en democracia. No sólo le ocurrió a los grandes personajes de la Historia como Miguel Hernández sino a cualquier persona que cayera en desgracia por un rumor de querer ejercer su libertad. Además, esto ha ocurrido en muchos países y está pasando ahora mismo.
Que no te venza el desánimo. La democracia real ya existe. Es cierto que se podría mejorar un aspecto fundamental en el sistema de referéndum actual: la representatividad. Las listas abiertas y una proporción justa de los votos vendrían a paliar el problema, aunque existen muchas discrepancias sobre la forma de llevarlas a cabo. También presentarían defectos, pero al menos sería un sistema más justo en esencia. ¿Acaso no es ésta la excusa que siempre dirimen para justificar los fallos del sistema democrático?
No pretendo entrar ni salir en este tema. Estoy muy lejos de ser un experto en política. Pero sé que hay muchos ancianos en este país que se visten de gala para votar bien temprano. Tienen un motivo. Y esa razón es la misma que me empuja a mí a votar. No necesito vivir bajo un régimen opresor para entender la emoción que a mucha gente le produce introducir su voto en una urna.
Sí, los partidos políticos mayoritarios son sospechosos de fraude, corrupción e incompetencia. Algunos incluso acaparan varios juicios, escándalos y condenas. ¿Hay que dejar de votar por eso? En el fondo es una excusa para paliar nuestra pereza mental y, algo peor, el autoengaño que nos ha hecho creer que sólo hay dos opciones y que no votar a ninguna de las dos es efectuar un voto inútil, lo que irremediablemente nos conduce a considerarnos inútiles porque dicen por ahí que "tonto es el que hace tonterías".
Al igual que las películas de entretenimiento fingen ser tratados ético-filosóficos, pero no lo pueden ser; el Sistema (ese conjunto de normas escritas y no escritas que determinan nuestras relaciones y afectan a nuestro pensamiento) se ha empecinado en chantajearnos. Este Sistema calcado de un Megasistema made in USA, a través de su apuesta por el bipartidismo, nos dice: sólo A y B están preparados para gobernar. Cuando falle A, vota a B, y viceversa. Es bueno para un país que nos gobierne un partido político consistente. Es bueno para el Sistema que haya alternancia democrática. Al fin y al cabo A y B no se diferencian demasiado. Eso sí: no se te ocurra intentar votar a C, D y menos aún a Z, porque en esa coctelera de ideas vacías de contenido hemos introducido dos conceptos antagónicos: no merece la pena votar (todos son iguales) y cuando votes, ejerce el voto útil, porque si apuestas por un caballo perdedor, estás tirando el dinero y en tu vida vas a tener unas veinte oportunidades para votar.
Sin embargo, tú sabes que votar no equivale a echar la quiniela, aunque estés cabreado porque te sientes indignado como tantas otras miles de personas en todo el mundo (por cierto, los que tenemos la suerte de no estar inmersos en una hambruna o una guerra). Y volviendo a la paradoja anterior: ¿verdad que ambas ideas son un clamor: no importa a quién votes, por un lado, y no desperdicies tu voto, por el otro? Algo falla, ¿no crees?
Uno de mis objetivos en la vida es expresarme bien. No tengo la esperanza de convencer a nadie de mis ideas. Además, qué coño, esto es Internet: la mayoría de la gente cree que todo debe de ser simpático, corto, intrascendente, divertido, etc. Pues fíjate si es poco importante Internet que forma parte activa de nuestras vidas. Ya, demasiado abstracto... ¿Vale como ejemplo la revolución islámica? No hay que ir tan lejos. La gente le dedica varias horas al día y esto no es como la televisión, unidireccional. Con Internet la gente se relaciona, se informa, aprende, estudia, se divierte y, claro, también pierde el tiempo. Pero eso también depende de ti. Sólo tú deberías decidir hacia dónde diriges tu tiempo y tus energías.
Por lo pronto, el 20 de noviembre, aunque lo tengo crudo para encontrar una opción política que me inspire confianza, aunque me sienta desmoralizado como el que más, me levantaré de la cama, me afeitaré, me daré una ducha y llegaré hasta el colegio electoral con mis mejores galas (en mi caso, un jersey ancho y cómodo, unos vaqueros y unas zapatillas). Después de votar me sentiré un poco más libre y, si consigo vencer al morbo, me iré a dormir sin saber cuál de los dos partidos favoritos, A o B, sostendrá el mango, la sartén y el aceite. Al fin y al cabo, cuando uno tiene la conciencia tranquila, importa poco lo que hagan los demás.
Si somos muchos los que usamos el cerebro para materializar nuestras ideas y nuestros proyectos de futuro en un par de papeletas, tal vez tengamos la oportunidad de creer en un mañana mejor.
¿Final ingenuo o idealista? Yo no sé tú, pero a mí me gusta pensar que cada cual hace lo posible por vivir en un mundo más habitable. Y el que no lo hace es que no lo ha intentado lo suficiente o, simplemente, tiene otros objetivos en la vida más urgentes. Cada vez que intento pensar en personas con objetivos más importantes en mente me viene a la cabeza el huraño señor Scrooge, de Cuento de Navidad, la obra de Dickens. Efectivamente, no es tan sencillo detectar a la legión de "scrooges", pero eso no significa que en esencia tengan el mismo fondo.
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