No me refiero a la gente que prefieren encerrarse entre las cuatro paredes de la casa antes que hacerlo en los confines de un pub o de un cine para autoengañarse con la idea de que han salido.
Hablo de esas personas a las que les sobran las viviendas y se lucran alquilándolas a los que ni siquiera tienen una. En concreto quiero dirigirme a los que exigen avales y depósitos para arrendar sus posesiones, piden precios abusivos y, en cambio, sólo ofrecen las manos para hacerse con la mensualidad.
Por supuesto que yo no puedo decidir quién irá al infierno, y mucho menos demostrar(me) que existe un lugar similar post mortem. ¿Similar a qué? se preguntará el lector ávido de gramaticalidad. Similar a otros infiernos que existen en los suburbios, los solares plagados de chabolas, las casa de enfrente donde vive el maltratador y, cómo no, los campamentos en los que las moscas se comen a los niños desnutridos.
Era una amenaza falsa, por tanto. Ni siquiera alcanza el estatus de maldición. Aunque parezca increíble dada mi mala leche y el titulito del post, en realidad es un deseo de buena voluntad.
Me gustaría que los caseros que viven de rentas pensaran en los inquilinos como algo más que un dispensador de dinero negro.
Imagino que más allá de la entrevista en la que examinan a los posibles moradores de su casa, lo natural es que esas personas dejen de parecerlo. Se les pasa un sobre por debajo de la puerta, se recoge el dinero en el lugar convenido y eso es todo.
Bien, vivimos en una sociedad deshumanizada. Todos nos servimos la misma excusa bien caliente. En realidad, ahí va un secreto: los inquilinos tampoco quieren verle la cara a los caseros. Básicamente a estos personajes sólo les interesa meter la nariz en sus casas, hogares de otras personas a las que necesitan controlar. Es sencillo: si han hecho un agujero en la pared, tal vez pretendan tirar un tabique sin avisarlos. Si encuentran el salón desordenado, podría ser que estuvieran atravesando una mala racha. ¿Quién les pagará si los inquilinos se quedan sin trabajo?
Sin embargo, no todo es tan fácil. Los conflictos se suceden en la vida. Ocurren y esperamos que sea así, aunque mejor si les cae el meado a otros, ¿verdad? Los inquilinos lo saben muy bien. Dicen que el dinero no da la felicidad y esta tontería circula como otras muchas sin que nadie pueda demostrarlo. Por desgracia, los inquilinos no suelen alquilar viviendas reformadas ni nuevas ni siquiera recién pintadas. A menudo necesitan dos o tres limpiezas a fondo, mucho desinfectante y valor. A veces incluso esconden trampas en forma de grietas, baldosas que se salen del sitio, goteras, etc.
Los problemas aparecen sin buscarlos en cualquier casa. Si te pertenece, calibras las ventajas y desventajas de solventarlos inmediatamente o dejarlos para cuando la economía vaya mejor o ese amigo que sabe tanto de arreglar grifos esté disponible.
¿Qué ocurre si vives de prestado? Pues que dependes de alguien al que temes o respetas porque a) te podría subir el alquiler o echar del piso y b) tiene más dinero que tú.
Imagino que la vida de un casero que sólo se dedica a recoger los sobres a principios de mes debe de ser poco dramática. Más bien aburrida. Entonces, ¿por qué resisten tanto a colaborar para que su casa no se caiga a pedazos?
En cuanto se les molesta más de la cuenta con peticiones como: envíeme a alguien para que me repare el sistema de calefación, o tápeme esa gotera de hace tres meses como sea, pero ya, por el amor de Dios, se vuelven invisibles. Algunos incluso se mosquean. Otros se sienten indignados.
A mí me han contado el caso de unos inquilinos que sólo consiguen contactar con el casero unos seis o siete días después del percance. Me cuentan que han estado sin agua, sin agua caliente, sin techo incluso y que el casero ni siquiera les ha descontado un céntimo del pago del mes siguiente. Sospecho, además, que el casero estaría incurriendo en la ilegalidad pues no existe contrato alguno, cobra en B (como se dice ahora) y, para colmo, la vivienda no existe en el catastro, aunque sí está en la base de datos de Gas Natural, Hidroeléctrica, Telefónica... incluso ¡Hacienda!
Y los que piensen que la culpa es suya por no buscar otro piso de alquiler entonces no han entendido nada. Tal vez el deseo que expresé al principio tenga un error en el remite. En el fondo, lo confieso, me importa bien poco la ética de los caseros desalmados. Me preocupa mucho más que las personas de buena voluntad acaben bajo las ruedas de sus flamantes Mercedes.
Imagen vía La Forja
Hablo de esas personas a las que les sobran las viviendas y se lucran alquilándolas a los que ni siquiera tienen una. En concreto quiero dirigirme a los que exigen avales y depósitos para arrendar sus posesiones, piden precios abusivos y, en cambio, sólo ofrecen las manos para hacerse con la mensualidad.
Por supuesto que yo no puedo decidir quién irá al infierno, y mucho menos demostrar(me) que existe un lugar similar post mortem. ¿Similar a qué? se preguntará el lector ávido de gramaticalidad. Similar a otros infiernos que existen en los suburbios, los solares plagados de chabolas, las casa de enfrente donde vive el maltratador y, cómo no, los campamentos en los que las moscas se comen a los niños desnutridos.
Era una amenaza falsa, por tanto. Ni siquiera alcanza el estatus de maldición. Aunque parezca increíble dada mi mala leche y el titulito del post, en realidad es un deseo de buena voluntad.
Me gustaría que los caseros que viven de rentas pensaran en los inquilinos como algo más que un dispensador de dinero negro.
Imagino que más allá de la entrevista en la que examinan a los posibles moradores de su casa, lo natural es que esas personas dejen de parecerlo. Se les pasa un sobre por debajo de la puerta, se recoge el dinero en el lugar convenido y eso es todo.
Bien, vivimos en una sociedad deshumanizada. Todos nos servimos la misma excusa bien caliente. En realidad, ahí va un secreto: los inquilinos tampoco quieren verle la cara a los caseros. Básicamente a estos personajes sólo les interesa meter la nariz en sus casas, hogares de otras personas a las que necesitan controlar. Es sencillo: si han hecho un agujero en la pared, tal vez pretendan tirar un tabique sin avisarlos. Si encuentran el salón desordenado, podría ser que estuvieran atravesando una mala racha. ¿Quién les pagará si los inquilinos se quedan sin trabajo?
Sin embargo, no todo es tan fácil. Los conflictos se suceden en la vida. Ocurren y esperamos que sea así, aunque mejor si les cae el meado a otros, ¿verdad? Los inquilinos lo saben muy bien. Dicen que el dinero no da la felicidad y esta tontería circula como otras muchas sin que nadie pueda demostrarlo. Por desgracia, los inquilinos no suelen alquilar viviendas reformadas ni nuevas ni siquiera recién pintadas. A menudo necesitan dos o tres limpiezas a fondo, mucho desinfectante y valor. A veces incluso esconden trampas en forma de grietas, baldosas que se salen del sitio, goteras, etc.
Los problemas aparecen sin buscarlos en cualquier casa. Si te pertenece, calibras las ventajas y desventajas de solventarlos inmediatamente o dejarlos para cuando la economía vaya mejor o ese amigo que sabe tanto de arreglar grifos esté disponible.
¿Qué ocurre si vives de prestado? Pues que dependes de alguien al que temes o respetas porque a) te podría subir el alquiler o echar del piso y b) tiene más dinero que tú.
Imagino que la vida de un casero que sólo se dedica a recoger los sobres a principios de mes debe de ser poco dramática. Más bien aburrida. Entonces, ¿por qué resisten tanto a colaborar para que su casa no se caiga a pedazos?
En cuanto se les molesta más de la cuenta con peticiones como: envíeme a alguien para que me repare el sistema de calefación, o tápeme esa gotera de hace tres meses como sea, pero ya, por el amor de Dios, se vuelven invisibles. Algunos incluso se mosquean. Otros se sienten indignados.
A mí me han contado el caso de unos inquilinos que sólo consiguen contactar con el casero unos seis o siete días después del percance. Me cuentan que han estado sin agua, sin agua caliente, sin techo incluso y que el casero ni siquiera les ha descontado un céntimo del pago del mes siguiente. Sospecho, además, que el casero estaría incurriendo en la ilegalidad pues no existe contrato alguno, cobra en B (como se dice ahora) y, para colmo, la vivienda no existe en el catastro, aunque sí está en la base de datos de Gas Natural, Hidroeléctrica, Telefónica... incluso ¡Hacienda!
Y los que piensen que la culpa es suya por no buscar otro piso de alquiler entonces no han entendido nada. Tal vez el deseo que expresé al principio tenga un error en el remite. En el fondo, lo confieso, me importa bien poco la ética de los caseros desalmados. Me preocupa mucho más que las personas de buena voluntad acaben bajo las ruedas de sus flamantes Mercedes.
Imagen vía La Forja
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