A continuación, una crítica de una película que es en sí misma un spoiler de sí misma. Por tanto, la crítica no puede ser menos. Quienes quieran ir a verla sin que les desengrane el interrogante que aparece en el cartel promocional, que no sigan leyendo. De todas maneras, a los diez minutos de sentarse en la butaca de cine ya sabrán la respuesta.
Dicho esto, empezamos: me he enfrentado varias veces a films del director Roland Emmerich y siempre entro en la sala de cine con las expectativas bajas.
Vi, porque era muy joven entonces, Independence Day, y me pareció una pesadilla, incluso para un adolescente. Años más tarde acabé, sin saber por qué, en una sala alemana viendo Godzilla y no me fui corriendo porque necesitaba a mis acompañantes para volver a la residencia universitaria. De El Patriota no me acuerdo (palabra). Después vino El día de mañana y... ¡me lo pasé pipa! De veras que la disfruté: todavía recuerdo la escena de los estadounidenses emigrando hacia México (la he magnificado con el tiempo, seguro, pero merece la pena). Hace unos años me quedé pasmado ante el intento de historia de hombres de las cavernas cuyo título no quiero buscar en Google: todavía no logro entender cómo Emmerich se las compuso para hacer algo tan raro, tan arrítmico, tan icónico en ocasiones y tan falto de emoción.
Ahora vamos con Anonymous. Ya de por sí hay que vacunarse para asistir a una ficción absoluta, puro desvarío histórico, que juega con escritores que son leyenda: Ben Jonson, Christopher Marlowe y, por supuesto, William Shakespeare y que nos emplaza en un Londres isabelino retratado con fidelidad histórica: edificios, personajes, clima político, casi todo lo necesario, aunque simplificado.
Dejando la veracidad histórica aparte, la película entretiene, aunque los desenlaces de las subtramas paterno-filiales se adivinen sin mucho esfuerzo. En cambio, la historia del sufrido Conde de Oxford (Rhys Ifans) como un noble que se debate entre los intereses palaciegos y su pasión por la escritura adquiere la fuerza necesaria para no desistir ante las patéticas apariciones de William Shakespeare, que sale caricaturizado como un egoísta bufón. En efecto, el suspense que podría prometer Anonymous sobre la posibilidad de que Shakespeare fuera un impostor no existe (para mí un grave error de guión). Desde el principio esta incógnita queda despejada. Por cierto, muy buen inicio, con Derek Jacobi (experto en interpretaciones shakesperianas) dirigiéndose al público de un teatro (nosotros, en realidad) para narrar la historia en off.
Los constantes flashbacks, fastforwards y tirabuzones narrativos, más efectistas que necesarios, podrán marear a más de un espectador. Los primeros cambios se anuncian con rótulos indicando el lugar y la fecha aproximada, pero luego desaparecen dejando al público a su suerte.
Vamos con lo positivo: estéticamente, el film funciona. Ni le sobran ornamentos ni se le nota el cartón-piedra que suele manifestarse en las películas de ambientación histórica. Merece la pena también asistir a fragmentos de la obra shakesperiana tal y como se debieron representar en el mítico teatro The Globe, hoy reconstruido en Londres para las delicias de los turistas.
Para los amantes de la literatura la película puede quedarse en una burda patraña, el reverso de la moneda de Shakespeare in love, que era igual de falsa, pero mucho más idílica.
Los que quieran pasar un buen rato cinematográfico se quedarán con la magnífica interpretación de Ifans y de Vanessa Redgrave en el papel de la Reina Isabel. Puede que les llame la atención la ambientación, muy lograda, pero poco más.
Ideal, eso sí, para niños y adolescentes que no quieren saber nada sobre literatura e historia (como iniciación, no como lección). Ojo, porque ver esta película en versión doblada es asesinarla de antemano. Así que como lección de inglés también resulta válida.
Dicho esto, empezamos: me he enfrentado varias veces a films del director Roland Emmerich y siempre entro en la sala de cine con las expectativas bajas.
Vi, porque era muy joven entonces, Independence Day, y me pareció una pesadilla, incluso para un adolescente. Años más tarde acabé, sin saber por qué, en una sala alemana viendo Godzilla y no me fui corriendo porque necesitaba a mis acompañantes para volver a la residencia universitaria. De El Patriota no me acuerdo (palabra). Después vino El día de mañana y... ¡me lo pasé pipa! De veras que la disfruté: todavía recuerdo la escena de los estadounidenses emigrando hacia México (la he magnificado con el tiempo, seguro, pero merece la pena). Hace unos años me quedé pasmado ante el intento de historia de hombres de las cavernas cuyo título no quiero buscar en Google: todavía no logro entender cómo Emmerich se las compuso para hacer algo tan raro, tan arrítmico, tan icónico en ocasiones y tan falto de emoción.
Ahora vamos con Anonymous. Ya de por sí hay que vacunarse para asistir a una ficción absoluta, puro desvarío histórico, que juega con escritores que son leyenda: Ben Jonson, Christopher Marlowe y, por supuesto, William Shakespeare y que nos emplaza en un Londres isabelino retratado con fidelidad histórica: edificios, personajes, clima político, casi todo lo necesario, aunque simplificado.
Dejando la veracidad histórica aparte, la película entretiene, aunque los desenlaces de las subtramas paterno-filiales se adivinen sin mucho esfuerzo. En cambio, la historia del sufrido Conde de Oxford (Rhys Ifans) como un noble que se debate entre los intereses palaciegos y su pasión por la escritura adquiere la fuerza necesaria para no desistir ante las patéticas apariciones de William Shakespeare, que sale caricaturizado como un egoísta bufón. En efecto, el suspense que podría prometer Anonymous sobre la posibilidad de que Shakespeare fuera un impostor no existe (para mí un grave error de guión). Desde el principio esta incógnita queda despejada. Por cierto, muy buen inicio, con Derek Jacobi (experto en interpretaciones shakesperianas) dirigiéndose al público de un teatro (nosotros, en realidad) para narrar la historia en off.
Los constantes flashbacks, fastforwards y tirabuzones narrativos, más efectistas que necesarios, podrán marear a más de un espectador. Los primeros cambios se anuncian con rótulos indicando el lugar y la fecha aproximada, pero luego desaparecen dejando al público a su suerte.
Vamos con lo positivo: estéticamente, el film funciona. Ni le sobran ornamentos ni se le nota el cartón-piedra que suele manifestarse en las películas de ambientación histórica. Merece la pena también asistir a fragmentos de la obra shakesperiana tal y como se debieron representar en el mítico teatro The Globe, hoy reconstruido en Londres para las delicias de los turistas.
Para los amantes de la literatura la película puede quedarse en una burda patraña, el reverso de la moneda de Shakespeare in love, que era igual de falsa, pero mucho más idílica.
Los que quieran pasar un buen rato cinematográfico se quedarán con la magnífica interpretación de Ifans y de Vanessa Redgrave en el papel de la Reina Isabel. Puede que les llame la atención la ambientación, muy lograda, pero poco más.
Ideal, eso sí, para niños y adolescentes que no quieren saber nada sobre literatura e historia (como iniciación, no como lección). Ojo, porque ver esta película en versión doblada es asesinarla de antemano. Así que como lección de inglés también resulta válida.
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