La felicidad es un testículo fuera del calzoncillo, una meada tranquila después de dos horas de espera, tu canción favorita en un local desconocido, un regalo sin fecha señalada, una buena noticia de la gente que te importa, dormir pensando que el día ha ido bien, un gol de tu equipo en el último minuto, la sonrisa sincera de alguien antipático, el rumor de una fuente en el camino, la mirada de una chica después de verte horrible en el espejo, descubrir que eres más joven de lo que pensabas justo antes del cumpleaños, el segundo día de un viaje largo, el punto final de un relato, una llamada para saber cómo te va, y todo lo que el rubor me impide contar.
He sido monaguillo antes que fraile. Es decir, he pasado por una redacción de una revista de videojuegos y desde hace más de cinco años me dedico a la docencia. De hecho, cuando nuestro Gobierno y la molt honorable Generalitat quieran, regresaré a los institutos y me dedicaré, primero, a educar a los alumnos y, en segundo lugar, a enseñarles inglés. Por este orden. Calculo que más de la mitad de mis alumnos de ESO (de 12 a 16 años) juegan a videojuegos con consolas de última generación, esto es, PlayStation 3 y Xbox 360 (dentro de unos meses, esta información quedará obsoleta: hay dos nuevas consolas a la vista). Deduzco, a su vez, que de este alto porcentaje de estudiantes, la mayoría, y no sólo los niños, querrá hacerse con el último título de la saga GTA: la tan esperada quinta parte.
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