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El cantar del mío gilipollas 2

Cada dos días me despierto con una misma obsesión: comprobar si la Consejera de Educación de Catalunya me da trabajo o no.

Y cuando es que no, como hoy, me hundo un rato, porque no sé hasta cuándo llegará la sequía laboral.

Me repito a mí mismo que no hay que desesperar, que lo mejor es aprovechar el tiempo para hacer deporte, leer, incluso disfrutar del ocio, ir con los amigos, etc.

Pero me temo que yo soy de los que se quedaría paralizado tres meses si me dijeran que me quedan dos semanas de vida.

Volviendo al asunto laboral, cuesta creer que me encuentre en este agujero negro tras los sacrificios de dos años trabajando en institutos de Barcelona un tercio de jornada por poco más de 600 euros con la esperanza de acumular experiencia de cara al curso siguiente.

¿Qué hice mal? Renunciar al tercio de jornada. Aspirar a, por lo menos, trabajar media jornada. Más que nada para sentirme parte del centro en el que trabajo y, también, claro, para pagar el alquiler y tener para comer e ir al cine.

Pues parece que no, que algunos sólo tenemos derecho a lamentarnos en este muro invisible.

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