Actor cómico al que le da por llorar. |
En épocas más gélidas, como soy un ser humano débil, me he visto tirado en el sofá haciendo cualquier cosa y con la tele de fondo. En ocasiones, el canal era Telecinco. Y, así, casi sin querer, me he ido empapando de una historia bastante absurda, pero supuestamente real.
Para los que quieran desperdiciar sus neuronas con estos programas de cotilleos de Telecinco voy a esforzarme en redactar un resumen:
Todo empieza con un par de tonadilleras, que son cantantes con un cinco por ciento de flamenco, sesenta por ciento de Concha Piquer, veinte por ciento de Mary Trini y un quince por ciento de divismo. A saber, Isabel Pantoja y Rocío Jurado.
De Isabel Pantoja se sabe mucho: es una señora mitad gitana mitad paya que gusta a casi todos los señores (y señoras) de más de cincuenta años. Cuando se quedó viuda del torero Paquirri, a mitad de los ochenta, dio el pelotazo con un disco titulado Marinero de luces. A partir de ahí se creó una leyenda: la viuda perenne, aunque por supuesto tenía las relaciones amorosas que le daba la gana, pero en aquella época todavía existía el concepto de intimidad. Su hijo con el torero, un trasto feo, empezaba a golfear recién salido de la adolescencia.
En cualquier caso, el siguiente pelotazo de la Pantoja fue liarse con un ex alcalde de Marbella, casado por aquel entonces y corrupto como el que más. Durante muchos años, un programa de Telecinco, Aquí hay tomate, presentado por Jorge Javier Vázquez, le dio cera. Luego, el programa se acabó por pasarse de la ralla y la relación de la Pantoja con el corrupto, también. Justo entonces Paquirrín se hizo famoso por no dar palo al agua, por su tremenda fealdad y por su predilección por el alcohol, la noche y las chicas de mala reputación.
Más o menos era la época, 2006, en la que moría por culpa del cáncer Rocío Jurado, una artista con mucha más trayectoria profesional que la Pantoja, pero con un pasado amoroso bastante turbio. Se casó con un ex boxeador a finales de los setenta, tuvo una hija, Rociíto, de adolescencia díscola, y luego volvió a contraer nupcias con un torero de controvertida sexualidad.
A finales de 2009, los programas de cotilleo viven un nuevo esplendor. La culpa es, sobre todo, del nuevo proyecto de Jorge Javier Vázquer, Sálvame, un programa televisión que ocupa toda la franja horaria vespertina de Telecinco. La receta: comentaristas relacionados con famosos con mucha mala leche y una cara dura a prueba de bombas.
Poco a poco, Telecinco sacrifica su programación, más o menos variada, por un ramillete de subprogramas, incluido el show de Ana Rosa Quintana, que viven de la sinergia con Sálvame y su hijo favorito, Sálvame Deluxe (lo mismo pero los viernes por la noche). Esto de la sinergia es un poco eufemístico. En realidad, Telencinco aprovecha casi la mitad de su programación en primetime en torno a los temas y personajes de Sálvame, desde los realities como Supervivientes a Gran Hermano, etc.
Obviamente, todos estos espacios están guionizados. Es decir, son una ficción. Es mentira que tal personaje odia al otro, o que un programa de la misma cadena tenga rivalidad con otro, por mucho que provengan de productoras distintas.
Lo que pasa es que se trata de programas con un guión de hierro, nada improvisados, y los supuestos periodistas que juzgan a los famosos y a sus propios colegas, unos actores contrastados.
¿Cuándo se nota más? Cuando se atacan entre ellos mismos. A partir de un comentario o una acción determinada, hay una reacción mayoritaria pero tardía (los guionistas necesitan un día o dos para pensar el siguiente paso) en contra de esa persona. Luego, ese colaborador díscolo se disculpa, los otros se vuelven comprensivos, y todo arreglado hasta... (la magia de la televisión) el programa siguiente.
Este verano, y entro ya en materia, no me he perdido gran cosa. El seudoperiodista Víctor Sandoval se ha cansado de echar mierda sobre su ex pareja Nacho Polo, porque parece que ya tiene un entretenimiento sexual que lo mantiene relajado.
Otro asunto, de nuevo, es que Amador Mohedano, hermano de Rocío Jurado y su representante, y su mujer, Rosa Benito (ganadora del último Supervivientes) siguen acumulando sospechas sobre su situación sentimental y sus negocios.
A todo esto, Paquirrín se ha líado con la modelo más guapa de Supervivientes, Jessica Bueno. Una antigua amiga de la Miss Sevilla y su madre continúan echando pestes sobre la muchacha y casi todo el mundo duda de que exista amor entre semejante engendro y la guapa sevillana.
El notición, otra vez, es la ruptura entre la analfabeta Belén Esteban y su pareja, un camarero aparentemente normal. Seguramente se trata de una simple bronca, pero en el programa les vendrá bien que dure unas semanas más.
Y, aparte, lo de siempre: se cuestiona la ética o la vida privada de los propios colaboradores hasta que quedan libres de sospecha en un teatro muy bien dirigido e interpretado, pero nulos artística y culturalmente.
¿Qué tengo en contra de Sálvame y de la sinergia de Telecinco con programas afines? Pues la verdad, nada. Es igual de benigno y dañino que un culebrón televisivo. Ojalá la audiencia supiera que el noventa por ciento de lo que se escenifica y dice es ficción. No vaya a ser que a algún idiota se le ocurra imitar a los personajes.
Poco me importa, pero existe un riesgo para los protagonistas de esta farsa: que se crean sus propias mentiras. De hecho, uno de los principales protagonistas, el bruto e insensible Kiko Matamoros no se habla con su hermano Coto a partir de un desencuentro en un programa que desarrolló esta fórmula en su última y peor etapa, Crónicas Marcianas. Pero todos los trabajos tienen su riesgo.
A día de hoy, sólo salen perjudicados los famosos honestos a los que atacan estos desalmados actores. Pero me consta que cada vez son menos. Todo queda en casa. Y si uno de estos famosillos se siente injuriado por los seudoperiodistas de cualquier programa rosa de Telecinco siempre tiene la opción de acudir a otro programa de la cadena y cobrar una millonada.
A la larga, lo malo es que los que van de periodistas acabarán convirtiéndose en los famosos y no habrá ni una sola voz externa en la función. De todas formas, yo confío en que la mayoría de los telespectadores ya se huelan el pastel y dejen de darle comba a este circo hasta que se aburran.
Y no hay más, señores. Puro espectáculo de nivel bajo. Tan positivo o negativo como ver una serie de perros policía o jugar al parchís. Todo depende de la proporción. Alguien que juegue al parchís todo el día cuatro horas y que identifique sus derrotas o victorias con su desarrollo personal acabará muy mal. Pues lo mismo con los telecotilleos.
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