Postal de Ochate para estimular tus pesadillas. |
¿Y allí qué hay? Pues aparte de ruinas y leyendas, nada más; pero como en el interior de España sobran los manjares y el silencio, algo de paz encontraremos en los pueblos de alrededor.
Ojalá sea así. Más vale que vayamos con las pilas cargadas, porque a Belchite y a Ochate se va a lo que se va: a pasar miedo.
La idea es plantar una tienda de campaña, previo permiso, en los lugares donde más psicofonias y manifestaciones paranormales se han registrado y pasar la noche en vela. Por supuesto, una grabadora captará lo que el oído no alcance a escuchar.
De Ochate apenas sé nada: al parecer diversas plagas y epidemias se han cebado con la población en los últimos dos siglos. De hecho fue localidad más poblada del Condado de Treviño a mediados del siglo XIX hasta que tres oleadas de enfermedades acabaron con sus habitantes. Lo curioso del caso es que estas pandemias no afectaron a los habitantes de los pueblos y aldeas cercanos.
Los que allí han ido aseguran que una voz de niña repite incesantemente la palabra: "kampora", mientras que lo que podría ser el fantasma de una mujer pregunta: "¿Quién se ha dejado la puerta cerrada?".
Por si fuera poco, algunos lugareños han visto efectos visuales propios de una superproducción cinematográfica. Poca broma con Ochate.
El caso, o mejor dicho, los casos de Belchite son más conocidos. Durante la Guerra Civil la pequeña población sufrió asedios de los dos bandos duante varias semanas con el resultado trágico de unos 12.000 muertos a causa sobre todo de los bombardeos y cañonazos.
El dictador Franco dejó la población tal y como quedó, con bombas sin explotar incluidas, como símbolo de su victoria final contra los Republicanos. Hoy en día es uno de los recuerdos de los horrores de la guerra y un paraíso para los amigos de lo paranormal.
Iglesia de San Agustín, Belchite. |
Al menos los parapsicólogos que han realizado los estudios no tuvieron que experimentar los fenómenos in situ, sino que lo comprobaron al examinar las grabaciones.
Uno puede creer o no en lo paranormal, pero seguro que la experiencia aporta algo nuevo, aunque sea una decepción, un resfriado o un miedo autoinducido. En cualquier caso, me parece un tema apasionante y una forma original, económica y ecológica de pasar las vacaciones.
Y a la que descubramos que estos pueblos fantasma se han convertido en parques temáticos, daremos media vuelta rumbo a los ricos embutidos y al vino de la región. Quizá hallemos algún camino misterioso que nos lleve hasta una pedanía donde los viejos del lugar nos adviertan: "no sigáis por ahí. Retroced". Entonces, muertos de miedo, continuaremos hasta divisar una vieja ermita o un pueblo abandonado.
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