Medidas como ésta recuerdan a otros tiempos. |
El problema es que la realidad europea supera la ficción más rocambolesca. El problema para los europeos, claro.
Aunque la mayoría de la gente no se dé por enterada, la frontera española con Francia está sellada. Cada persona que quiera cruzar los Pirineos con dirección a la piel de toro tendrá que identificarse y gustar a las fuerzas de seguridad.
Los ciudadanos franceses, italianos y griegos, sobre todo si son jóvenes y no llevan camisas Tommy Hilfiger bien planchaditas, tardarán un poco más en cruzar la frontera. En el caso de que les dejen cruzarla.
Si la policía detecta que los jóvenes tienen relación con altercados catalogados de antisistema, podrían quedarse en el limbo de la zona de Aduanas.
Hemos sellado el país para alojar a los vampiros del Banco Central Europeo (BCE). Es la era infantiloíde, pero también es la era de la oscuridad, y los vampiros hipercapitalistas se saben invencibles. Por eso se permiten el lujo de dejarse ver en ciudades como Barcelona, que presenta un historial de desobediencia civil más que considerable.
Ellos saben que Barcelona es una ciudad viva y que su gente no acostumbra a aceptar con sumisión los abusos de los poderes. A nadie escapa que el BCE es cómplice de la actual contracrisis, la derivada de las medidas de austeridad, y los que organizan este tipo de cumbres internacionales pueden ser egoístas, lameculos e hijos de perra, pero que nadie los tome por gilipollas.
El anzuelo está puesto y los grupos antisistema picarán. Cuatro contenedores quemados, una decena de escaparates rotos y la sombra del estado policial se extenderá más aún sobre España y, por supuesto, Europa.
Que gran parte de los vampiros se muestren a pleno sol mediterráneo no sólo constituye una provocación para justificar futuras represiones, sino una demostración de su poder.
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