Nunca se queda igual, pero sana. |
Éramos novios. Los dos. Ni Ella más que yo, ni yo más que Ella. Los dos juntos por mucho tiempo. Qué buena pareja. Pues sí. Por fuera sí.
Parecía que duraríamos muchos años. Pensaba yo entonces que lo importante era durar. Como si lo primordial fuera llegar a la meta. Todo el mundo sabe que lo importante es disfrutar del camino. Pues yo no lo sabía cuando era muy joven.
La cosa iba mal entre los dos. En realidad nunca fue bien. Pero yo era cabezota. Muy cabezota. Y lo soy todavía.
El caso es habíamos estado muchos años juntos, pero el último había sido horrible. Sólo lo recuerdo a fragmentos. Debió de ser más que horrible.
Poco antes de la tormenta final se coló un pajarraco en la escena sombría.
Viste y vestía de negro, pero no era un pajarraco, sino una persona. Un Tipo tirando a vulgar con mucho mal rollo. No tenía buenos amigos. No hacía el amor a menudo. Pero yo lo conocía y lo vi muy solo. Nos hicimos más amigos que nunca. Unos tres años antes de que le robara un beso a mi novia. Ironías de la vida.
Poco antes de jugármela, le conté al Tiparraco, llamémosle T, que Ella y yo pasábamos por una crisis tremebunda.
Hablábamos mucho de mi relación. La verdad es que la relación era una mierda. Pero yo creía en ella y quería salvarla. Hablo de la relación. De la chica desconfiaba, porque todo el mundo debería desconfiar de las mujeres que no saben vivir solas. De los hombres también.
Soy un tipo bastante noble. De no ser rencoroso, sería muy noble. Por eso luché hasta el final.
Un día Ella me dijo que T le había robado un beso. Vete tú a saber quién robó a quién.
Por supuesto, me enfadé mucho con T y dejé de hablarle. Sin embargo, no le intenté pegar, que es lo que normalmente habría hecho. Eso o algo peor. Estuve a punto. Lo confieso.
Es raro. Pero me seguía dando pena T. Más asco que pena.
Después de aquello, T llamó a Ella por teléfono en mi presencia y descubrí que había algo más. Pero me callé. Las cosas iban mal. En casa. En el trabajo. En mis emociones. Mi mente. Mi cuerpo. Y, por supuesto, en mi relación.
A partir de esa llamada junto al puerto (menudo lugar más poco apropiado), Ella empezó a comportarse de modo extraño. Más extraño de lo normal, que es mucho decir.
Pero para entonces yo quería salvar la relación, confiar en Ella, y me puse la coraza de tortuga y quise avanzar hacia la batalla sin mirar hacia los lados. Ojo, porque no hay que mirar atrás, pero hay que mirar a los lados. Yo le resté importancia a la llamada y a T. Y me centré en arreglar un piso muy mal parido para convertirlo en hogar. Para que Ella fuera feliz.
Pero Ella hacía cosas muy raras. Y yo me empecé a poner nervioso. Más que de costumbre.
Yo también empecé a hacer cosas raras. Y la relación fue a peor.
Después de un viaje en agosto todo estalló de la peor manera. Ella enloqueció. Yo casi. Y detrás estaba T, pero yo tenía demasiados fantasmas alrededor (dándome por culo) para darme cuenta.
Pasó y pasé una semana de pesadilla. En una de ésas, Ella se puso enfrente de la puerta para que no saliera (después de apagarme los fusibles cuando yo trabajaba con el ordenador). Me dijo que me fuera, y luego que no me fuera. El caso es que yo tenía que salir y se pegó a la puerta como una pegatina. Yo la aparté y Ella se dejó llevar, se cayó (no se hizo daño) y un tiempo después dijo que yo le había pegado. ¿Yo a una mujer? ¿A una mujer que quería? Menuda broma más macabra.
Sin saber por qué, me echaron de mi casa. Me dieron un dinero y ya está. El caso es que se la quedó Ella. Algo sospeché pues la familia de Ella había actuado con mucha rapidez para quitarme del tablero. Y enseguida pensé en T. Sí, T era la clave. Todos sabían que yo jugaba contra T. Menos yo.
En plena tormenta, no le di importancia a T. Bastante tenía con lo que me venía encima.
Hay que decir que T es un tipo feo, más feo que yo aún, que por lo menos no doy miedo. Yo soy un feo simpático y eso es más de lo que algunos feos pueden decir.
T da miedo. A mí no. Pero entiendo que puede dar miedo.
Ella y su familia dieron el golpe perfecto para que T me robara mi vida. Ella era mi vida.
Pero algo les falló en su plan. En pocas semanas descubrí que Ella no era mi vida. No podía serlo. Nadie que ocupara mi corazón podría hacerme tanto daño.
Ella me dijo e hizo cosas horribles. Y continuó tratando de amargarme los días hasta cinco o seis años más tarde. Cinco o seis años de llamadas y mensajes aberrantes o tentadores (alternativamente). Después del primer año, todos sus intentos fueron baldíos, porque yo no decía nada. Yo era feliz y era responsable: no debía sucumbir a las provocaciones.
A lo importante: T quiso robarme la vida y sé que se llevó su merecido. Lo sé. Está mal decirlo, pero me alegro. No mucho. Me alegro lo justo.
Ella debió de creer que el problema era yo. Pero el problema seguía y yo vivía lejos, sin comunicación alguna con Ella. Después de seis años... ¿de quién sería la culpa?
Yo era a feliz a mi modo. Y lo soy. A mi modo. Y fui un caballero. La tuve a mis pies muchas veces y pude haberla destrozado. Pude haber barrido a Ella, a su familia y a T con sólo unas palabras. O una carta. Pero no lo necesitaba.
Porque yo era feliz.
Ahora dicen que Ella y T son felices. Por fin. Y yo creo que la vida es demasiado corta como para guardarles rencor.
Tampoco les deseo lo mejor. Pero da igual porque yo no reparto el bien y el mal. Yo no reparto nada.
En realidad, económicamente la ruptura le fue muy bien a Ella. Y T también gana dinero, incluso más que Ella, que gana bastante. Eso me da rabia, pero reconozco que no es culpa de nadie.
Yo soy pobre, pero feliz. No me desbordo, pero no me seco. Fluyo. ¿Feliz? Sí. A mi modo.
Ahora saco un capítulo del pasado casi olvidado para rendirme homenaje. Porque nadie me pidió disculpas: ni Ella, ni sus apoderados ni el ladrón. Y porque no me gustaría que pensaran que soy tonto.
Feo, tal vez. Menos que algunos. Pero tonto no. Un pelín neura. Maniático en algunas cosas... Muchos defectos. Pero menos que otros.
Tonto no.
Ahora sí voy terminando. Felices los que se merezcan ser felices. Aunque la vida nunca es justa. Da y quita. Quita y da. Y no depende de mis deseos. Ni de los tuyos, ja, ja, ja, ja. Depende de cada uno. Ni siquiera de las circunstancias. De cada persona.
Me habría gustado recibir unas disculpas formales. Mejor todavía... informales. Pero no pasa nada, porque ya no las necesito. Lástima de los recuerdos de tantos años que he tachado sin querer.
Inconscientemente.
Pero si no recuerdo lo bueno, tampoco lo malo. El caso es que me faltan diez años y pico de biografía.
Da igual. Podría ser peor. Por lo tanto, todo está bien.
De todas maneras, T me robó y Ella me engañó. Pero yo les he perdonado. Por lo que no pido justicia. Aunque la vida ya se encarga de esos asuntos. O no. Me da igual.
A ciencia cierta sé que esta historia es tan vieja como el mundo. Yo la cuento para rendirme homenaje. Ya lo dije antes. Y porque puedo, claro, porque sé transmitir pensamientos y emociones de un modo ordenado (me esfuerzo en disimularlo por razones de estilo).
Eso sí, no me pidas, si me lees ahora, que te conserve el cariño, que te admire en la nostalgia ni que te eche de menos. Eso no puede ser. Ni debe. Sería de tontos.
Y yo no lo soy.
Lo mejor que puedes hacer es desearme suerte. He tenido una pizca. Lo reconozco. Pero necesito un poco más porque soy bastante torpe. No tonto. Torpe.
Yo seré feliz y vosotros lo intentaréis. A vuestro modo. Y de todas maneras el mundo seguirá girando hasta que se le acabe la cuerda.
Y si no, da igual. Hay otros mundos. Palabra.
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