Sí, de veras. Se metían alquitrán, nicotina, y no sé cuántas porquerías más en los pulmones.
No cobraban. Al contrario, pagaban por el tabaco, que así se llamaba el veneno, y algunos se gastaban el salario de dos horas. Cada día de la semana.
Eso es, cada día. Pero de pronto, el Gobierno decidió prohibir fumar en lugares cerrados públicos y hubo una gran polémica. Los fumadores se quejaron, pero los que más alboroto montaron fueron, con diferencia, los dueños de los bares y restaurantes.
No, por suerte el Gobierno no se achantó. En aquella época bastaba con decir "viene de Europa" para que la gente se resignara. Y en verdad la ley venía de la Unión Europea, que era un complot para que los países más ricos engañaran a los más pobres, pero eso ya te lo contaré otra día. El caso es que el sector de la hostelería llegó a alegrarse de la prohibición del Gobierno.
Pues, es sencillo de entender. De repente, los fumadores empezaron a pasar frío en las terrazas con tal de seguir incubando un posible cáncer de pulmón. Y, al mismo tiempo, la gente que no solía entrar en las cafeterías y bares porque les molestaba el humo llenaron los locales con ancianos, niños e incluso asmáticos y gente atada a una botella de oxígeno.
Por si fuera poco, con el tiempo, los fumadores de las terrazas se adaptaron al frío (el calentamiento de la atmósfera también ayudó) y las cafeterías se vieron obligadas a solicitar más metros de las aceras públicas para llenarlas de mesas.
Ahí está el quid de la cuestión. La prohibición no logró erradicar el consumo de tabaco. Al contrario, lo fomentó, porque lo marginal atrae más a los humanos. Eso lo sabe todo el mundo. En cambio, se creó un clima social propicio para que el Estado subiera los impuestos del tabaco y recaudar millones de los antiguos euros.
No, la gente no se cuestionaba por qué el Gobierno permitía la venta de algo tan peligroso para la salud. Además, los ciudadanos le encontraron el gustillo a tomar el fresco en la terraza y probar, de paso, los diferentes tipos de hachís y marihuana, ya que se puso de moda el tabaco de liar.
No cobraban. Al contrario, pagaban por el tabaco, que así se llamaba el veneno, y algunos se gastaban el salario de dos horas. Cada día de la semana.
Eso es, cada día. Pero de pronto, el Gobierno decidió prohibir fumar en lugares cerrados públicos y hubo una gran polémica. Los fumadores se quejaron, pero los que más alboroto montaron fueron, con diferencia, los dueños de los bares y restaurantes.
No, por suerte el Gobierno no se achantó. En aquella época bastaba con decir "viene de Europa" para que la gente se resignara. Y en verdad la ley venía de la Unión Europea, que era un complot para que los países más ricos engañaran a los más pobres, pero eso ya te lo contaré otra día. El caso es que el sector de la hostelería llegó a alegrarse de la prohibición del Gobierno.
Pues, es sencillo de entender. De repente, los fumadores empezaron a pasar frío en las terrazas con tal de seguir incubando un posible cáncer de pulmón. Y, al mismo tiempo, la gente que no solía entrar en las cafeterías y bares porque les molestaba el humo llenaron los locales con ancianos, niños e incluso asmáticos y gente atada a una botella de oxígeno.
Por si fuera poco, con el tiempo, los fumadores de las terrazas se adaptaron al frío (el calentamiento de la atmósfera también ayudó) y las cafeterías se vieron obligadas a solicitar más metros de las aceras públicas para llenarlas de mesas.
Ahí está el quid de la cuestión. La prohibición no logró erradicar el consumo de tabaco. Al contrario, lo fomentó, porque lo marginal atrae más a los humanos. Eso lo sabe todo el mundo. En cambio, se creó un clima social propicio para que el Estado subiera los impuestos del tabaco y recaudar millones de los antiguos euros.
No, la gente no se cuestionaba por qué el Gobierno permitía la venta de algo tan peligroso para la salud. Además, los ciudadanos le encontraron el gustillo a tomar el fresco en la terraza y probar, de paso, los diferentes tipos de hachís y marihuana, ya que se puso de moda el tabaco de liar.
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