Ahora me da pereza investigarlo (y mira que cuesta poco), pero diría que Bohemian Rhapsody, la obra maestra de Queen, termina con este verso: "anyway the wind blows" (de todas formas, sopla el viento).
Y no busco la letra, porque, tal y como recuerdo la canción, me gustaría que terminara así. Este verso, cantado casi en un susurro, suena hermoso. Con descaro, me lo apropio y le doy un sentido que no tiene en la canción: al final, todos somos más o menos iguales.
Buscamos respuestas, nos perturban las preguntas que nos asaltan en mitad del camino, y tenemos miedo al tránsito por la vida, siempre incierto, y por eso llega un momento en el que nos detenemos. Parada obligatoria tras la velocidad, la incertidumbre y el tránsito salvaje.
El otro día, en lugar de rebelarme como es costumbre contra las diabluras del marketing, se me cayó la baba ante una equipación del Barça para bebés. El kit completo era ligero como una hoja. Podía sostenerlo con una mano y palpar su suavidad con la otra.
A mí, al contrario que a otros, la pausa se me ha estabilizado. Se acabaron los deseos de ir más lejos que los demás. De vivir aventuras en países lejanos. De huir.
Una nueva vida, limpia y ligera como una equipación deportiva para bebés, tal vez sea la solución a los males del mundo. Conseguir que esa persona descubra la felicidad poco a poco, al contrario que su padre, que ha tenido que ir a buscarla a un mar de abismos, quizá sea un motivo hermoso para vivir.
Lo que ocurre es que en mitad de la poesía que me susurro en soledad irrumpe el ruido de los temores mundanos. ¿Conseguiré darle un hogar? ¿Calmaré mi neurosis aguda antes de que se la pueda contagiar? ¿Tendrá valor su madre para asumir un futuro aún más incierto?
Aparte, la gran duda: ¿puede un asiduo a la infelicidad como yo transformarse para que la vida nueva que florezca disfrute de la luz que merece?
Uno se acostumbra a las sombras, pero quizá sea momento de dejar el respaldo cómodo del miedo y la furia, para tratar de conseguir lo verdaderamente difícil: vivir plenamente la vida como es y sacarle el mejor provecho.
Y digo que al final no somos tan diferentes porque a mis padres, a otros muchos padres, les debió de ocurrir lo mismo en alguna etapa de su vida, aunque desgraciadamente para algunos de nosotros se les olvidara pronto cuál era el sentido original de dar el paso. Si es que alguna vez se detuvieron a pensarlo, porque tener hijos por inercia tiene muchos números para acabar mal.
Supongo, y así de paso descargo de cualquier culpa a mis padres, que en la educación de un hijo influyen tantos factores que hagas lo que hagas siempre puedes tener la sensación de no haber estado a la altura. Factores como la situación económica y la personal, el contexto sociocultural, la propia cultura de los padres, la influencia de ciertas ideologías y uno que siempre se suele obviar, el carácter de la niña o del niño.
Me parece que yo, y todos los que sientan la necesidad de ser madres y padres, tenemos como prioridad principal ponernos guapos por dentro antes de dar el paso. Lo demás importará también, pero menos. Dos mentes, o una, sensibilizadas para transmitir felicidad podrán más que un sueldo miserable, un piso de alquiler cochambroso y la ropita de prestado (sin kits del Barça).
Veremos y, al final, el viento soplará de todas formas.
Y no busco la letra, porque, tal y como recuerdo la canción, me gustaría que terminara así. Este verso, cantado casi en un susurro, suena hermoso. Con descaro, me lo apropio y le doy un sentido que no tiene en la canción: al final, todos somos más o menos iguales.
Buscamos respuestas, nos perturban las preguntas que nos asaltan en mitad del camino, y tenemos miedo al tránsito por la vida, siempre incierto, y por eso llega un momento en el que nos detenemos. Parada obligatoria tras la velocidad, la incertidumbre y el tránsito salvaje.
El otro día, en lugar de rebelarme como es costumbre contra las diabluras del marketing, se me cayó la baba ante una equipación del Barça para bebés. El kit completo era ligero como una hoja. Podía sostenerlo con una mano y palpar su suavidad con la otra.
A mí, al contrario que a otros, la pausa se me ha estabilizado. Se acabaron los deseos de ir más lejos que los demás. De vivir aventuras en países lejanos. De huir.
Una nueva vida, limpia y ligera como una equipación deportiva para bebés, tal vez sea la solución a los males del mundo. Conseguir que esa persona descubra la felicidad poco a poco, al contrario que su padre, que ha tenido que ir a buscarla a un mar de abismos, quizá sea un motivo hermoso para vivir.
Lo que ocurre es que en mitad de la poesía que me susurro en soledad irrumpe el ruido de los temores mundanos. ¿Conseguiré darle un hogar? ¿Calmaré mi neurosis aguda antes de que se la pueda contagiar? ¿Tendrá valor su madre para asumir un futuro aún más incierto?
Aparte, la gran duda: ¿puede un asiduo a la infelicidad como yo transformarse para que la vida nueva que florezca disfrute de la luz que merece?
Uno se acostumbra a las sombras, pero quizá sea momento de dejar el respaldo cómodo del miedo y la furia, para tratar de conseguir lo verdaderamente difícil: vivir plenamente la vida como es y sacarle el mejor provecho.
Y digo que al final no somos tan diferentes porque a mis padres, a otros muchos padres, les debió de ocurrir lo mismo en alguna etapa de su vida, aunque desgraciadamente para algunos de nosotros se les olvidara pronto cuál era el sentido original de dar el paso. Si es que alguna vez se detuvieron a pensarlo, porque tener hijos por inercia tiene muchos números para acabar mal.
Supongo, y así de paso descargo de cualquier culpa a mis padres, que en la educación de un hijo influyen tantos factores que hagas lo que hagas siempre puedes tener la sensación de no haber estado a la altura. Factores como la situación económica y la personal, el contexto sociocultural, la propia cultura de los padres, la influencia de ciertas ideologías y uno que siempre se suele obviar, el carácter de la niña o del niño.
Me parece que yo, y todos los que sientan la necesidad de ser madres y padres, tenemos como prioridad principal ponernos guapos por dentro antes de dar el paso. Lo demás importará también, pero menos. Dos mentes, o una, sensibilizadas para transmitir felicidad podrán más que un sueldo miserable, un piso de alquiler cochambroso y la ropita de prestado (sin kits del Barça).
Veremos y, al final, el viento soplará de todas formas.
Comentarios