Lo han vuelto a decir. Otro estudio seudocientífico afirma que los videojuegos vienen montados en los caballos de los jinetes apocalípticos (no enlazo el artículo porque no sé a quién le estoy dando de comer). Según la teoría de ese y otros trabajos, Pac-Man y Tetris son juegos de combate.
En cualquier caso, supongo que habrá que matizar que hay videojuegos violentos y otros muchos que no lo son.
Sin embargo, si jugar a un videojuego violento nos vuelve violentos; ver una película o una serie violenta, también.
Y si le damos la vuelta al calcetín, jugar a Los Sims nos convierte en pijos; a Tetris, en cubistas y a Pac-Man, en cazafantasmas.
Tampoco es verdad que en algunos juegos violentos muy bien documentados como Call of Duty o Battlefield (algunos de sus últimos capítulos) nos enseñen a combatir en conflictos bélicos. Vamos, yo no pienso hacer la prueba. De hecho, soy pacifista y considero que las guerra sólo deberían existir en la ficción.
El chalado que un día mata a otra persona estaba loco mucho antes de jugar a un videojuego. De lo contrario, la fiebre por la novela negra de los últimos tiempos habría desatado una ola de psicópatas.
Vamos a ver, según la ley simplista que convierte a los jugadores en violento, según mi colección de juegos, yo soy futbolista profesional, entrenador, cantante consagrado, golfista de élite, astronauta valiente e incluso espadachín que salta de tejado en tejado y viaja en el tiempo. ¿Cómo lo véis?
Otro asunto mucho más serio y demostrable es que jugar compulsivamente da rienda suelta a ciertas neurosis. Exactamente igual que abusar de otros medios de entretenimiento. Lo cierto es que los videojuegos, por su capacidad de provocar adicción, son más fáciles de asumir para desconectar de la realidad. No creo que haya mucha gente que se encierre en casa cuando las cosas le van mal y se lea todo Borges sin parar.
Los problemas de acabar enganchado a los videojuegos son, en cualquier caso, consecuencia de conflictos anteriores de los sujetos que quieren enmascarar la raíz del asunto.
Por supuesto, los niños son presa fácil de una adicción lúdica, aunque está por ver que cambien sus esquemas mentales si están mínimamente equilibrados. De todas maneras, la solución está en manos de los padres: existen muchas maneras de saber si un videojuego se adecúa al menor o no (desde la recomendación de la edad en la carátula hasta webs especializadas). Si los progenitores consienten que un menor tenga en su habitación todo lo necesario para pasar las noches en vela conectado, ya sea a Internet o a un juego, o a ambas opciones, entonces no hay nada que hacer.
Dentro de quince días habrá otra noticia alarmante sobre el mundo de los videojuegos y, sospechosamente, una campaña brutal para anunciar un juego violento y ultramillonario. Soy incapaz de establecer la conexión, por más evidente que se presente.
En cualquier caso, supongo que habrá que matizar que hay videojuegos violentos y otros muchos que no lo son.
Sin embargo, si jugar a un videojuego violento nos vuelve violentos; ver una película o una serie violenta, también.
Y si le damos la vuelta al calcetín, jugar a Los Sims nos convierte en pijos; a Tetris, en cubistas y a Pac-Man, en cazafantasmas.
Tampoco es verdad que en algunos juegos violentos muy bien documentados como Call of Duty o Battlefield (algunos de sus últimos capítulos) nos enseñen a combatir en conflictos bélicos. Vamos, yo no pienso hacer la prueba. De hecho, soy pacifista y considero que las guerra sólo deberían existir en la ficción.
El chalado que un día mata a otra persona estaba loco mucho antes de jugar a un videojuego. De lo contrario, la fiebre por la novela negra de los últimos tiempos habría desatado una ola de psicópatas.
Vamos a ver, según la ley simplista que convierte a los jugadores en violento, según mi colección de juegos, yo soy futbolista profesional, entrenador, cantante consagrado, golfista de élite, astronauta valiente e incluso espadachín que salta de tejado en tejado y viaja en el tiempo. ¿Cómo lo véis?
Otro asunto mucho más serio y demostrable es que jugar compulsivamente da rienda suelta a ciertas neurosis. Exactamente igual que abusar de otros medios de entretenimiento. Lo cierto es que los videojuegos, por su capacidad de provocar adicción, son más fáciles de asumir para desconectar de la realidad. No creo que haya mucha gente que se encierre en casa cuando las cosas le van mal y se lea todo Borges sin parar.
Los problemas de acabar enganchado a los videojuegos son, en cualquier caso, consecuencia de conflictos anteriores de los sujetos que quieren enmascarar la raíz del asunto.
Por supuesto, los niños son presa fácil de una adicción lúdica, aunque está por ver que cambien sus esquemas mentales si están mínimamente equilibrados. De todas maneras, la solución está en manos de los padres: existen muchas maneras de saber si un videojuego se adecúa al menor o no (desde la recomendación de la edad en la carátula hasta webs especializadas). Si los progenitores consienten que un menor tenga en su habitación todo lo necesario para pasar las noches en vela conectado, ya sea a Internet o a un juego, o a ambas opciones, entonces no hay nada que hacer.
Dentro de quince días habrá otra noticia alarmante sobre el mundo de los videojuegos y, sospechosamente, una campaña brutal para anunciar un juego violento y ultramillonario. Soy incapaz de establecer la conexión, por más evidente que se presente.
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