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Lo más importante en la vida

Es curioso pero uno espera siempre una respuesta a este enigma: ¿qué es lo más importante en la vida? Con un poquito de inteligencia, es sencillo llegar a la conclusión de que deberían ser muchas cosas o personas, no un solo elemento. Sin embargo, en el fondo esperamos que alguien nos diga el secreto.

De pequeño, y durante demasiados años, pensaba que lo más importante era ser bueno. Para mí eso equivalía a obrar como Jesucristo. En realidad, era un Jesús muy particular. Me lo había compuesto yo mismo a partir del catecismo, un libro ilustrado sobre el Mesías y fragmentos de varias películas. Resulta un tanto escandoloso que ni siquiera al hacer la Comunión ni el catequista ni el cura de marras insistiera en que tuviéramos una biblia. Llegué a pensar que sólo los sacerdotes tenían una.


La verdad es que no cambié mi percepción de "lo más importante" hasta que pasé por la adolescencia. Durante unos años quise ser un conquistador enamorado del amor. Algo así como un perro del Hortelano de los enamoramientos con acné. Y fue un desastre. Evidentemente.

Luego, cuando se me pasaron las fiebres, me obsesioné con una estupidez: ésa que reza que hay que plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Técnicamente ya había plantado un árbol cuando tenía unos 9 años en el colegio, pero es probable que yo sólo aguantara el tronco del eucaliptus cuando algún maestro lo metiera en el agujero. La opción de tener un hijo la aparqué hasta los 30, que me imaginaba con casa propia, trabajo estable y pareja, a poder ser una de la que me fiara porque siempre quise formar una familia modélica. El resultado fue que me puse a escribir poesías a eso de los 16 años y alguna historia absurda. Con 19 terminé mi primer cuento y hasta ahora.

Salí de la Universidad con mucha hambre de mundo y se me metió en la cabeza que quería ser crítico de cine de Fotogramas. Para conseguirlo, estuve escribiendo entre dos y tres críticas semanales durante más de seis años. También con el mismo objetivo me enrolé en diversos trabajos de redactor hasta que me cansé hace cuatro años más o menos. No lo conseguí, pero obtuve algo mejor: dejó de interesarme.

A partir de los 29 años, más o menos, decidí que escribir literatura era lo más importante en la vida y he escrito mucho, pero parece ser que no lo suficientemente bien. O tal vez no me sé vender. Quizá sea uno más en un cosmos de escritores con potencial. Probablemente sea esto último. Prefiero no pensarlo demasiado y escribir.

Hasta hace un año lo más importante en la vida era recuperar la salud y conservarla, y desear que ocurriera lo mismo con mis seres queridos. Aunque a ratos el primer premio de mis más altas metas pasaba a ser tener una casa, conseguir un trabajo estable y otros asuntos importantes, pero materiales.

Desde hace poco estoy convencido de que lo verdaderamente importante en la vida es encontrarle varios sentidos a la existencia, a poder ser complementarios.

Sé que es algo demasiado vago, pero no puedo explicitar más porque entonces hablaría de mis propias circunstancias. Creo que cada persona encontrará diferentes sentidos a su vida. Quizá uno solo (por ejemplo, la religión, que suele llevar mal la competencia).

A estas alturas tampoco me da vergüenza reconocer que los sentidos que yo le veo a mi vida son conocerme a mí mismo, amar de verdad a las personas valiosas bajo mi punto de vista y dirigirme a pasos cortos y a veces torpes hacia una felicidad interna que no necesite de muchos complementos.

Por supuesto, espero solucionar el tema de la economía con un buen trabajo, me gustaría vivir en un lugar agradable, quizá querriatener hijos con la persona idónea para soportar a este pesado y, claro, escribir historias que me superen y que encandilen al lector como me ocurre a mí con las joyas de la literatura. Aparte, viajar, crear en diferentes disciplinas, aprender de casu todas las artes, disfrutar de los momentos mundanos y sin pretensiones de las buenas compañías. Y, faltaría más, una sociedad más justa, la paz mundial, etc.

Por eso pienso que lograr que los sentidos a mi vida encajen en sus múltiples ramificaciones es, a la vez, el primer paso y el objetivo fundamental. Lo más increíble de todo es que estoy llegando a la paz gracias a la enfermedad y a no pocos infortunios. No digo que haya que celebrar cada mala noticia del médico, pero sé que siempre hay un camino si se sabe buscar.

He dado por sabidas cosas que no estaba preparado para entender. He dado por conseguidos sentimientos y personas que no eran de mi propiedad. Y me volveré a equivocar, pero al menos sabré dónde dirigirme cuando me ponga en pie. Y tú, ¿a qué esperas?

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