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Un cuento de una duquesa (en realidad, un articuento)

Sólo falta el toro... ¡Y olé!
Érase una vez una duquesa anciana que siempre sonreía a los periodistas que le perseguían. ¿Y por qué la perseguían? Pues porque regalaba titulares y momentos televisivos.



Tanta gracia hacia a los españoles, que incluso los pobres le reían los chascarrillos. La veían bondadosa y simpática. Y hacían una excepción con la duquesa, porque en general odiaban a los aristócratas, los latifundistas y la gente que vive de rentas.

La ilustrísima (e ilustradísima) señora, alcanzada ya cierta edad, empezó a decir disparates y, pese a que se le entendía cada vez menos, un día dejó a todos con la boca abierta.

Que se casaba, sí o sí. Eso no lo dijo a los periodistas, pero ante la noticia, sus chocheos alcanzaron una dimensión inusitada. Y cada vez que abría la boca era como si se reafirmara.


Localizaron al aforunadoa un señor muy apuesto para su edad, los sesenta, y demasiado serio como para pensar que andaba pensando en un montaje. Demasiado serio como para haberse vuelto loco y que no se le note.

La cuestión ineludible: ¿Es posible el amor entre un hombre de 60 años hacia una de las señoras más ricas del mundo que, dicho sea de paso, tiene 85 inviernos?

Los hijos de la duquesa, ante el peligro de desfalco sentimental, entraron en ira contra el joven Alfonso y acabaron descalifando a su mamá, doña Cayetana.

Y se dijo que era un amor imposible. Por eso, seguramente, sus súbditos, su público, tuvieron más interés aún en la boda. ¡Que triunfe el amor!, clamaron formando un coro de un puñado de millones de voces.

Entonces se casó y los medios de comunicación se burlaron de la escenita de un baile muy extraño, pero no tanto para una señora de su edad.

Se fueron de luna de miel... Se supone. Y su público se quedó tan contento, que casi se olvidó de su heroína durante unos días.

A las pocas semanas, ya de regreso en Sevilla, se dio un vuelco inesperado a la bella historia de amor.

La duquesa se fisura la pelvis.

Con lo caro que se vende el espacio para las noticias, ni siquiera para la honorabilísima duquesa hubo excepción.

El público pensó lo peor.

No eran ansias de dinero y poder lo del joven Alfonso, tampoco amor... ¡Era lascivia!

Por fin, una página web se explayo más:

La duquesa se fisura la pelvis por una caída.

Inmediatamente, el público se dijo: "Si es que ya lo sabíamos. Ese jovenzuelo lo tenía todo planeado".

Claro, pensaron, como en los mejores dramones de época: la ha empujado escaleras abajo.

Y en el Palacio de Dueñas, nada menos, apuntaló otro medio de comunicación.

"¡Con las escaleras que tiene!", se escuchó en las calles de Sevilla, aunque casi nadie había podido entrar al palacio.



El caso es que entre unas idioteces y otras al público se le había olvidado que la Duquesa de Alba es uno de los símbolos vivientes (hasta la fecha) de la buena salud del feudalismo en España.

Señores (señora, en este caso) y vasallos. Tierras y monumentos en posesión de una sola familia. Ayudas y subvenciones que van a sumarse a las millonarias rentas de la nobleza en lugar de los campesinos que se han consumido en unas tierras que les pertenecen.

La pregunta es: ¿Quién escucha hoy a Víctor Jara? Quedan su espíritu inagotable.






Noticia que ha inspirado este articuento: El País

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