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Intrusos y el doble crimen del guionista

Desde Luis Buñuel no ha surgido ningún director de cine español que remueva los cimientos de la Historia del cine. Por supuesto que ha habido y hay grandes realizadores, pero ninguno indiscutible. Parecía que Amenábar lo podría conseguir, pero filmó Ágora, una obra que decepcionó a casi todos. Julio Médem también estaba entre los futuribles, pero llegaron La pelota Vasca y Caótica Ana*.

En el pasado García Berlanga, Borau, Bardem, Saura y algunos otros llegaron mucho más lejos, pero la inercia de sus últimos trabajos malversó el potencial de su legado, de forma que se quedaron en viejas glorias del cine español, aunque hayan rodado películas universales.

Con la nueva hornada de directores españoles los ha habido tan ambiciosos (y valientes) como Jaume Collet-Serra, Isabel Coixet y Juan Carlos Fresnadillo, que desde su segundo film se pasó a Hollywood y rodó la estimable 28 semanas despues, una película de zombis con una primera mitad alucinante que acababa borracha de sí misma, acelerada y torpe.

En el caso de intrusos, Fresnadillo se ha rodeado de actores muy solventes, fruto de una coproducción internacional que daba para más. Al menos, cuenta con inspiradoras localizaciones en la campiña inglesa y de unos medios técnicos, que sin brillar, nos alejan del fantasma de la serie B.

Sin embargo, a Fresnadillo se le ha atado en corto para que cuente la misma historia de fantasmas de siempre y, por si fuera poco, para casi toda la familia. El caso es que ni siquiera en un terreno tan acotado ha conseguido salir triunfante.

Lo que ha creado Fresnadillo es un film de sobremesa que, en ocasiones, raya en el melodrama de posguerra y que combina dos tiempos y dos historias interconectadas de las que se deduce, desde el principio, el final que todo lo armoniza. Algo previsible también al contar con un rompecabezas de apenas dos piezas.

Hasta llegar al desenlace nos aguardan unos pocos sustos, un misterio que deja de serlo muy pronto y escasos motivos para pasar miedo.

Se echan de menos los viejos recursos de buen director de suspense como el juego de los puntos de vista, los momentos de tensión con el fuera de campo, etc. Por lo demás, ni el diseño de los personajes ni los efectos especiales dan para un festín visual ni tan sólo una escena para el recuerdo.

De todas maneras, es el guión la parte más endeble del conjunto. Una historia manida, previsible, mezcla de novelón y de thriller paranormal que no quiere molestar ni inquietar a ningún espectador.

Al mal sabor de boca de haber asistido a una mala primera versión de un borrador de guión se une la broma pesada que supone encontrarse en todas las librerías con Carahueca, obra de Nicolás Casariego, el guionista de Intrusos. Un apéndice a la película que se supone que explica más detalles acerca del malo de la función.
En ocasiones, la ambición de algunos pone en evidencia su concepción del ser humano como un individuo sin criterio que se traga una mala película con una buena promoción y, en lugar de irritarse, regala su dinero y su tiempo al guionista.

Si, para colmo, Carahueca resulta mucho mejor que Intrusos, a Fresnadillo se le podrían derretir las alas de cera hollywoodienses antes de lo que desearíamos.

*Cierto es que todos los grandes realizadores han contado con tropiezos entre sus mejores obras y sería injusto sepultar para siempre a Amenábar o Médem por sus últimos proyectos. El problema es que no resisten la comparación con los maestros del género, como es el caso de Buñuel. Aunque sólo sea por volumen de trabajo. Me explico: en lo que Amenábar prepara un nuevo film, Luis Buñuel ya había estrenado cuatro o cinco películas. En este último caso, sí que se puede defender que uno o dos de los films resulten más flojos. En cambio, los directores actuales no deberían permitirse el lujo de lanzar dos films regulares seguidos, habida cuenta de la cantidad de tiempo con la que han contado para gestar sus trabajos.

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