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Sin un punto de gracia

¡Se nos va la tecla!
Me han robado el punto del teclado y ya no puedo escribir moderno, sincopado, como si me ahogase, dejando las palabras en islas de punto a punto, como si fueran más importantes unas que otras y no tuviera más remedio que precintarlas y exhibirlas aparte; se puede escribir con puntos y coma, pero no es lo mismo, a la mayoría les parece un signo prepotente, porque además casi todo el mundo cree que su chulería no tiene fundamento, pues lo consideran un signo menor, como el color ámbar de los semáforos, entre el rojo y el verde, pero sin una utilidad teórica muy destacada y, sobre todo, con una irreverencia en la práctica que ha acarreado que nada ni nadie quiera ser de ese color (ropa naranja, pintura ocre, cielos crepusculares, pero nunca ámbar); en fin, problemas metafóricos aparte, la verdad es que sin el punto del teclado, que además lleva a cuestas otro signo supermoderno, los dos puntos, las posibilidades de escribir algo con cierta pretensión de perdurar se anulan; a lo mejor es una cura de humildad; vamos a tomarlo así; la Providencia me ha robado la tecla del punto para que escriba a la española, con sus períodos largos y las alambicadas subordinadas que se enredan unas con otras como para crear una ilusión de creación inteligente de manera que la procesión de palabras y conjunciones, cual batallón, amilane al lector, incapaz de seguir la primera parte del discurso, y por eso, dispuesto a rendirse admitiendo la última parte, esto es, que los discursos bien entramados valen más por su carpa que por el espectáculo circense; calma, respiración honda y cambio de tercio, porque se puede decir mucho con pocas letras, pero ¿a dónde vas hoy en día, con el tinglado de la modernidad estética al alza, sin poder acabar un párrafo en puntos suspensivos ni citar una dirección web ni siquiera escribir un e-mail correctamente? En realidad, lo que me molesta más es que todo mi mundo se tambalea ante la ausencia de una tecla, ¡una mísera tecla!

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