La gente que merece la pena no se hace notar, pero cala.
Tiene educación: no interrumpe sin un motivo importante. Cierra la puerta tras de sí cuando entra en la habitación. Antes de poner la música, te pregunta si te molesta. Puede parecer una tontería, pero la suma de detalles crea el conjunto.
Aunque le sobren motivos para maldecir, sonríe. Pasa por momentos complicados, pero sabe que no merece la pena salpicar con su problema a los demás. Prefiere calmarse hasta que encuentre una solución o, simplemente, los nuevos tiempos amenazcan sin nubarrones.
No da consejos y sabe recibirlos sin enconarse en una disputa que en realidad es la negación a aceptar otras realidades.
Tiene palabra. Es decir, se moja a la hora de mostrar su apoyo a una persona o a una causa y luego la cumple. Mejor dicho, su palabra tiene valor. Por eso, no utiliza el móvil ni Internet para cambiar una cita de hora o de día, o suspenderla indefinidamente. Si lo hace, es por un motivo grave. Otro detalle.
Es antibelicista y nunca aprobaría un linchamiento ni la emprendería contra alguien más débil. La estrategia de hacer frente común contra las personas que considera hostiles le queda lejísimos.
Sabe también que todos, muy en el fondo, nos sentimos especiales y muy importantes, pero es consciente de que no está solo en el mundo. De hecho, entiende la lucha del ser humano, cualquier lucha justa, como una batalla colectiva que no entiende de nombres propio. Quizá esto le ayude a no rendirse nunca si la causa lo merece. Porque si le derrotan, habrá alguien en alguna parte y en cualquier momento que continuará su trabajo.
Podría haber vivido en este siglo, cinco antes o seis después. Tiene algo de atemporal. Paradójicamente, vive su tiempo intensamente.
En general, trata de aportar cada día algo más al planeta del que forma parte. No siempre lo consigue, pero es un propósito general. Una constante.
Más importante todavía: se respeta a sí mismo y por eso respeta a los demás.
La gente que merece la pena no se alía con el ruido y la furia ni busca la notoriedad. Por eso, aunque tú no lo sepas, el mundo está repleto de personas que merecen la pena y que han tenido la mala suerte de vivir en una época en la que se valora todo lo contrario de lo que representan.
Se puede intentar sin ser Gandhi. |
Aunque le sobren motivos para maldecir, sonríe. Pasa por momentos complicados, pero sabe que no merece la pena salpicar con su problema a los demás. Prefiere calmarse hasta que encuentre una solución o, simplemente, los nuevos tiempos amenazcan sin nubarrones.
No da consejos y sabe recibirlos sin enconarse en una disputa que en realidad es la negación a aceptar otras realidades.
Tiene palabra. Es decir, se moja a la hora de mostrar su apoyo a una persona o a una causa y luego la cumple. Mejor dicho, su palabra tiene valor. Por eso, no utiliza el móvil ni Internet para cambiar una cita de hora o de día, o suspenderla indefinidamente. Si lo hace, es por un motivo grave. Otro detalle.
Es antibelicista y nunca aprobaría un linchamiento ni la emprendería contra alguien más débil. La estrategia de hacer frente común contra las personas que considera hostiles le queda lejísimos.
Sabe también que todos, muy en el fondo, nos sentimos especiales y muy importantes, pero es consciente de que no está solo en el mundo. De hecho, entiende la lucha del ser humano, cualquier lucha justa, como una batalla colectiva que no entiende de nombres propio. Quizá esto le ayude a no rendirse nunca si la causa lo merece. Porque si le derrotan, habrá alguien en alguna parte y en cualquier momento que continuará su trabajo.
Podría haber vivido en este siglo, cinco antes o seis después. Tiene algo de atemporal. Paradójicamente, vive su tiempo intensamente.
En general, trata de aportar cada día algo más al planeta del que forma parte. No siempre lo consigue, pero es un propósito general. Una constante.
Más importante todavía: se respeta a sí mismo y por eso respeta a los demás.
La gente que merece la pena no se alía con el ruido y la furia ni busca la notoriedad. Por eso, aunque tú no lo sepas, el mundo está repleto de personas que merecen la pena y que han tenido la mala suerte de vivir en una época en la que se valora todo lo contrario de lo que representan.
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