Durante mucho tiempo me aferré a la idea errónea de que existía la amistad verdadera y, además, pensé que dependía de mí si aquellas amistades se mantenían o se acababan esfumando.
Cometí el error de culparme porque muchos amigos perdieron el interés por mí, por lo que vivía y por cómo lo vivía. Lo achacaba a mi carácter difícil, como si ellos fuesen ángeles...
Lo más grave es que también me culpé cuando fui yo el que perdió el interés por ellos, aunque por mi sentido de la lealtad nunca los dejara de lado (o, al menos, casi nunca).
También es cierto que he visto cómo, sorprendentemente, algunas amistades, muy pocas, se han fortalecido con la distancia y con el tiempo. Son pocos, pero se merecen todo mi cariño.
Sin embargo, no es menos verdad que he comprobado cómo los lazos que creía fuertes se desligaban con suma facilidad y con demasiada frecuencia.
Cuando me marché de La Vila Joiosa a Barcelona perdí un puñado de amigos. Cuando pasé por momentos realmente malos, me percaté de que había perdido muchos más de los que había imaginado en un primer momento. Incluso gente a la que trataba de animar desde la distancia, ocultando mis propios problemas. Éstos fueron los primeros en desaparecer de mi vida. Tan pronto en cuanto rehicieron su vida sentimental, se curaron de alguna enfermedad, se calmaron, etc. me dieron puerta. A mí y a todo el amor que había volcado en ellos.
Mientras, durante los cuatro primeros años en Barcelona me negaba a acostumbrarme a la idea de tener amigos de temporada, de esos con los que intimas mientras permaneces en un lugar de trabajo, o en un curso, etc. y que luego se esfuman sin que puedas hacer nada por evitarlo. Con la misma facilidad con la que me veía obligado a cambiar de trabajo, los nuevos amigos se desvanecían y aparecían otros. Me costó mucho afrontar aquellas pérdidas. De hecho, me centré más en el dolor que me ocasionaba perder a los nuevos amigos que en la ilusión de conocer gente nueva. Ahora es diferente: yo mismo empiezo a tratar a los nuevos amigos con precaución y distancia.
A los 35 años he visto que no soy el único que pone barreras antes de quedar dos o tres veces seguidas con la misma persona. Como si ese gesto fuese un contrato de amistad condenado al fracaso. La diferencia es que creo que muchas personas actúan así por desinterés. Yo lo hago para no sufrir.
Además, no creo que Barcelona sea una ciudad fácil para hacer amigos. Es muy difícil que un amigo te abra las puertas de su casa en Barcelona. Tanto como para mí lo es invitar a conocidos.
Respecto a los viejos amigos de La Vila Joiosa, observo con cada vez más indiferencia que cada cual ha ido haciendo su vida como si sólo existiera su pequeño entorno. La mayoría de los casados han centrado su vida social en un consenso, a mi juicio absurdo, con su pareja sobre las personas que deben frecuentar y las que no. Como si tuviéramos que pedir permiso a alguien para sentir el valor de una amistad. Como si alcanzar el dudoso sueño de la estabilidad sentimental y económica significara renunciar a la alegría de los viejos amigos.
Algunos, por suerte, se han mantenido más o menos igual, pero con cada vez menos tiempo. Menos tiempo para hacer una llamada, para enviar un e-mail y supongo que para acordarse de mí y de otras personas.
Antes me torturaba pensando en que era el único idiota que añoraba a los viejos amigos, el único que siempre estaba ahí, pendiente de sus tropiezos y alegrías, dispuesto siempre a escribir, hablar, escuchar.
Creo que finalmente lo han conseguido: veo que mi mundo se estrecha, como el suyo, pero también intento ampliarlo por otros terrenos, ahondando más en la calidad de las personas que me arropan y de las cosas que trato de hacer. En realidad, ya no sufro cuando un amigo experimenta una metamorfosis y se convierte en un apéndice de su mujer, su familia o su trabajo. A veces incluso me divierte la idea. Me gustaría entenderlo, pero no puedo.
Me da rabia, no lo niego, que estos desertores de la amistad hayan conseguido arrancarme la ingenuidad que mantenía casi intacta desde la infancia. Pero lo importante es vivir el presente, que para algo es lo único que existe.
Al fin al cabo, la vida es un largo viaje en tren: algunos paisajes se repiten, otros desaparecen para siempre y en alguno, no en todos los que te encandilan, consigues recrearte un tiempo.
NOTA: Dedicado a todos esos amigos que tanto dolor me causaron al defraudarme y que campean indiferentes a los viejos tiempos felices de antaño, instalados en una burbuja, a veces bonita, siempre impuesta, repetida, poco original y me temo que impostada. Vosotros os lo perdéis. ¿Y yo? Ya no pienso revisar el libro de las hojas muertas. Nunca más.
Actualización a 10 de marzo de 2011: cambio foto de grupo por algo más genérico a petición de uno de los integrantes de la imagen. La dichosa foto puede verse en mi espacio de Facebook, aunque sólo está disponible para amigos, conocidos y parientes.
Cometí el error de culparme porque muchos amigos perdieron el interés por mí, por lo que vivía y por cómo lo vivía. Lo achacaba a mi carácter difícil, como si ellos fuesen ángeles...
Lo más grave es que también me culpé cuando fui yo el que perdió el interés por ellos, aunque por mi sentido de la lealtad nunca los dejara de lado (o, al menos, casi nunca).
También es cierto que he visto cómo, sorprendentemente, algunas amistades, muy pocas, se han fortalecido con la distancia y con el tiempo. Son pocos, pero se merecen todo mi cariño.
Sin embargo, no es menos verdad que he comprobado cómo los lazos que creía fuertes se desligaban con suma facilidad y con demasiada frecuencia.
Cuando me marché de La Vila Joiosa a Barcelona perdí un puñado de amigos. Cuando pasé por momentos realmente malos, me percaté de que había perdido muchos más de los que había imaginado en un primer momento. Incluso gente a la que trataba de animar desde la distancia, ocultando mis propios problemas. Éstos fueron los primeros en desaparecer de mi vida. Tan pronto en cuanto rehicieron su vida sentimental, se curaron de alguna enfermedad, se calmaron, etc. me dieron puerta. A mí y a todo el amor que había volcado en ellos.
Mientras, durante los cuatro primeros años en Barcelona me negaba a acostumbrarme a la idea de tener amigos de temporada, de esos con los que intimas mientras permaneces en un lugar de trabajo, o en un curso, etc. y que luego se esfuman sin que puedas hacer nada por evitarlo. Con la misma facilidad con la que me veía obligado a cambiar de trabajo, los nuevos amigos se desvanecían y aparecían otros. Me costó mucho afrontar aquellas pérdidas. De hecho, me centré más en el dolor que me ocasionaba perder a los nuevos amigos que en la ilusión de conocer gente nueva. Ahora es diferente: yo mismo empiezo a tratar a los nuevos amigos con precaución y distancia.
A los 35 años he visto que no soy el único que pone barreras antes de quedar dos o tres veces seguidas con la misma persona. Como si ese gesto fuese un contrato de amistad condenado al fracaso. La diferencia es que creo que muchas personas actúan así por desinterés. Yo lo hago para no sufrir.
Además, no creo que Barcelona sea una ciudad fácil para hacer amigos. Es muy difícil que un amigo te abra las puertas de su casa en Barcelona. Tanto como para mí lo es invitar a conocidos.
Respecto a los viejos amigos de La Vila Joiosa, observo con cada vez más indiferencia que cada cual ha ido haciendo su vida como si sólo existiera su pequeño entorno. La mayoría de los casados han centrado su vida social en un consenso, a mi juicio absurdo, con su pareja sobre las personas que deben frecuentar y las que no. Como si tuviéramos que pedir permiso a alguien para sentir el valor de una amistad. Como si alcanzar el dudoso sueño de la estabilidad sentimental y económica significara renunciar a la alegría de los viejos amigos.
Algunos, por suerte, se han mantenido más o menos igual, pero con cada vez menos tiempo. Menos tiempo para hacer una llamada, para enviar un e-mail y supongo que para acordarse de mí y de otras personas.
Antes me torturaba pensando en que era el único idiota que añoraba a los viejos amigos, el único que siempre estaba ahí, pendiente de sus tropiezos y alegrías, dispuesto siempre a escribir, hablar, escuchar.
Creo que finalmente lo han conseguido: veo que mi mundo se estrecha, como el suyo, pero también intento ampliarlo por otros terrenos, ahondando más en la calidad de las personas que me arropan y de las cosas que trato de hacer. En realidad, ya no sufro cuando un amigo experimenta una metamorfosis y se convierte en un apéndice de su mujer, su familia o su trabajo. A veces incluso me divierte la idea. Me gustaría entenderlo, pero no puedo.
Me da rabia, no lo niego, que estos desertores de la amistad hayan conseguido arrancarme la ingenuidad que mantenía casi intacta desde la infancia. Pero lo importante es vivir el presente, que para algo es lo único que existe.
Al fin al cabo, la vida es un largo viaje en tren: algunos paisajes se repiten, otros desaparecen para siempre y en alguno, no en todos los que te encandilan, consigues recrearte un tiempo.
NOTA: Dedicado a todos esos amigos que tanto dolor me causaron al defraudarme y que campean indiferentes a los viejos tiempos felices de antaño, instalados en una burbuja, a veces bonita, siempre impuesta, repetida, poco original y me temo que impostada. Vosotros os lo perdéis. ¿Y yo? Ya no pienso revisar el libro de las hojas muertas. Nunca más.
Actualización a 10 de marzo de 2011: cambio foto de grupo por algo más genérico a petición de uno de los integrantes de la imagen. La dichosa foto puede verse en mi espacio de Facebook, aunque sólo está disponible para amigos, conocidos y parientes.
Comentarios
Crec q l'amistat com tu la plantejes hi ha q guanyarsela i treballarla, i molts dels nostres amics i nosaltres mateixos, hem perdut moltes oportunitats per a fer-ho (i no parle dels ultims 10 anys).
... Per cert, van haver reaccions??
En fin, tu porta't bé amb mi que jo sóc fidel i leal com un gosset amb dents afilades :-)))
Quizá me haya faltado matizar algún aspecto como que también hay mujeres que son apéndices de sus parejas masculinas. Si no lo trato así es porque hablaba de amigos masculinos.
Además, mis respetos a toda forma de vida que no implique una falta de respeto a las demás.
No comulgo con la idea de familia nuclear, cerrada en sí misma, pero la respeto.
De nuevo, disculpas se alguien se ha sentido ofendido. Más que una ofensa, esta opinión pretendía ser una especie de llanto por la idea de amistad, muy pueril pero entrañable, que se ha acabado yendo por la borda.