A raíz de la pegada del libro El mundo sin nosotros, de Alan Weisman, han surgido varios proyectos televisivos. Entre ellos la serie de History Channel, La tierra sin humanos, y un documental canadiense emitido por National Geographic Channel, que en español han titulado La tierra sin humanos (Aftermath: Population Zero).
Aviso para navegantes: la comunidad científica ya ha tildado el libro y, por tanto, a sus hijos televisivos de especulación científica con pocos agarres reales.
Sin embargo, a mí me interesa reflexionar sobre el material que he visto, que es el documental La tierra sin humanos. ¿Merece la pena? Definitivamente. Más por su interés que por su factura técnica. De todas formas, con algún arreglo que otro, bien podría haber colado en los cines. Aparte de los cortes publicitarios típicos tras lo que se retoma la información anterior, el documental cojea a la hora de enfocar por igual procesos importantes como el desbordamiento de los ríos que otros detalles menos significativos, como el estado en el que quedará la torre Eiffel o la estatua de la libertad.
¿De qué va el documental? Pues a estas alturas ya te lo imaginarás: cómo quedaría el mundo si el ser humano desapareciera de repente. La conclusión a la que se llega es muy simple, por eso no me duele destripar su final. Aunque si no lo quieres saber, tienes derecho a no seguir leyendo.
El final es previsible: la naturaleza reconquista su lugar. Los bosques se abren paso entre el cemento hasta enterrarlo para siempre; los animales dejan de estar extintos, aunque algunas especies quedan trastocadas para siempre por culpa de la domesticación a las han sido sometidas durante siglos. Sin embargo hay otro elemento perturbador: la basura generada por el hombre, por ejemplo el plástico, quedará durante muchos siglos.
Aunque lo más preocupante son los residuos radioactivos. Pasarán miles de años hasta que desaparezcan para siempre. Quizá sus efectos tan continuados pasen de generación en generación de animales y plantas hasta perpetuarse en su genética en forma de mutación. Pero el documental ata en corto y no recorre este camino. En realidad, son muchas las variantes que decide no diversificar, porque cada vez que se abre un camino especulativo aparecen dos, tres, cuatro o cien senderos más, con cada vez menos objetividad. Por eso y porque el documental duraría décadas e implicaría a cientos de científicos.
Me quedo con el temor a ese peligro latente y callado que entrañan las centrales nucleares. Sé, a ciencia cierta, que algún día, en algún país, se volverá a vivir una tragedia como la de Chernóbil. Por no hablar del famoso botón que sobrevoló los despropósitos de la Guerra fría.
Ojo, yo no digo que tengamos que rezar cada noche a que no falle la central de turno. Digo, en cambio, que se vayan cerrando paulatinamente y saquemos la energía de alguna parte, aunque sea a costa de gastar un poco menos.
Aviso para navegantes: la comunidad científica ya ha tildado el libro y, por tanto, a sus hijos televisivos de especulación científica con pocos agarres reales.
Sin embargo, a mí me interesa reflexionar sobre el material que he visto, que es el documental La tierra sin humanos. ¿Merece la pena? Definitivamente. Más por su interés que por su factura técnica. De todas formas, con algún arreglo que otro, bien podría haber colado en los cines. Aparte de los cortes publicitarios típicos tras lo que se retoma la información anterior, el documental cojea a la hora de enfocar por igual procesos importantes como el desbordamiento de los ríos que otros detalles menos significativos, como el estado en el que quedará la torre Eiffel o la estatua de la libertad.
¿De qué va el documental? Pues a estas alturas ya te lo imaginarás: cómo quedaría el mundo si el ser humano desapareciera de repente. La conclusión a la que se llega es muy simple, por eso no me duele destripar su final. Aunque si no lo quieres saber, tienes derecho a no seguir leyendo.
El final es previsible: la naturaleza reconquista su lugar. Los bosques se abren paso entre el cemento hasta enterrarlo para siempre; los animales dejan de estar extintos, aunque algunas especies quedan trastocadas para siempre por culpa de la domesticación a las han sido sometidas durante siglos. Sin embargo hay otro elemento perturbador: la basura generada por el hombre, por ejemplo el plástico, quedará durante muchos siglos.
Aunque lo más preocupante son los residuos radioactivos. Pasarán miles de años hasta que desaparezcan para siempre. Quizá sus efectos tan continuados pasen de generación en generación de animales y plantas hasta perpetuarse en su genética en forma de mutación. Pero el documental ata en corto y no recorre este camino. En realidad, son muchas las variantes que decide no diversificar, porque cada vez que se abre un camino especulativo aparecen dos, tres, cuatro o cien senderos más, con cada vez menos objetividad. Por eso y porque el documental duraría décadas e implicaría a cientos de científicos.
Me quedo con el temor a ese peligro latente y callado que entrañan las centrales nucleares. Sé, a ciencia cierta, que algún día, en algún país, se volverá a vivir una tragedia como la de Chernóbil. Por no hablar del famoso botón que sobrevoló los despropósitos de la Guerra fría.
Ojo, yo no digo que tengamos que rezar cada noche a que no falle la central de turno. Digo, en cambio, que se vayan cerrando paulatinamente y saquemos la energía de alguna parte, aunque sea a costa de gastar un poco menos.
Comentarios