David se sintió paralizado frente a la hoja en blanco. Por primera vez en mucho tiempo no encontraba nada de qué hablar.
Pensó por un momento en criticar la actualidad, pero supuso que el lector ya estaría harto de reflexiones sobre la ley Sinde, el debate de la jubilación a los 67 años o los buenos tiempos de la telebasura. Sin embargo, las conclusiones son demasiado obvias. Son temas planos, sin ninguna profundidad: David cree que todo el mundo está sacando tajada de la piratería excepto los top-manta (no habla de los mafiosos que los explotan) y el consumidor, porque hay más asistentes que nunca en los conciertos y en los cines. Retrasar la jubilación es inhumano y un contrasentido: el ser humano no es una máquina productiva que, como antes cotizaba al alta, se podía prejubilar a los 55. Y la telebasura prevalece porque responde a la demanda de evadirse sin gastar una neurona. ¿Tan simple?
A David no le cabía duda de que casi todos los temas sobre los que podía escribir tenían poco interés o ninguno. De pronto se sentía incapaz de descubrir nuevos caminos o de realizar piruetas con la escritura con algún pretexto. ¿Para qué?
Entonces, decidió optar por el camino fácil: analizaría los últimos estrenos de cine como Balada triste de trompeta, pero la película se autodefine demasiado bien y deja pocas interpretaciones en el aire. Además, es triste de cojones. No, mejor no hablar de cine últimamente. Todo excepto Nerds, Pa negre y Poesía le ha parecido deslucido. Ni siquiera esos tres títulos trascenderán más allá del momento en el que han brotado como patatas en la arena del desierto.
La música: un aluvión de títulos nuevos por escuchar. Casi todos suenan igual. Además, ahora está escuchando música clásica. ¿A alguien le interesa la opinión de un profano que descubre sinfonías con más de dos siglos de historia?
Libros: también está con los clásicos. David no se fía de las novedades, porque además cuestan un riñón. Aparte, está leyendo los mangas de Zetman: ¿adónde podría ir con eso? A ninguna parte. Justo donde quiere estar.
Pocas veces le ha ocurrido esto. Por lo menos no con tanta intensidad. Tiene la convicción absoluta de que los temas serios son bromas de mal en gusto. Sobre todo, se refiere a la política. David empieza a sospechar que la cultura es sólo una moda disfrazada de calidad para calmar necesidades impuestas.
Ni siquiera encuentra consuelo en las frivolidades: hablar del fútbol del Barça carece de atractivo. Es como cantar las excelencias de la capilla sixtina sin tener ni idea de arte. Sólo que el fútbol no es arte, sino un espectáculo. Tampoco los delirios consumistas lo animan: no le gustaría tener una televisión en 3D para ver películas con unas gafas puestas sobre las gafas de pasta. No le interesan los nuevos sistemas de videojuegos que detectan el movimiento ni nada que no sea una vivienda digna, inaccesible para su bolsillo.
Si no estuviera tan cansado, ya entrada la madrugada, saldría por las calles a respirar los sonidos de la realidad nocturna. Quizá volvería de otro humor, con el mismo bloqueo para escribir, pero más despierto, justo lo menos indicado para irse a la cama.
En el fondo, le gustaría observar a su novia mientras duerme, pero la cama está vacía. Se lamenta de haber perdido la oportunidad de hacerlo cuando sólo tenía que encender la lamparilla de noche y abrir los ojos. Tendrá que conformarse con los sueños.
Pensó por un momento en criticar la actualidad, pero supuso que el lector ya estaría harto de reflexiones sobre la ley Sinde, el debate de la jubilación a los 67 años o los buenos tiempos de la telebasura. Sin embargo, las conclusiones son demasiado obvias. Son temas planos, sin ninguna profundidad: David cree que todo el mundo está sacando tajada de la piratería excepto los top-manta (no habla de los mafiosos que los explotan) y el consumidor, porque hay más asistentes que nunca en los conciertos y en los cines. Retrasar la jubilación es inhumano y un contrasentido: el ser humano no es una máquina productiva que, como antes cotizaba al alta, se podía prejubilar a los 55. Y la telebasura prevalece porque responde a la demanda de evadirse sin gastar una neurona. ¿Tan simple?
A David no le cabía duda de que casi todos los temas sobre los que podía escribir tenían poco interés o ninguno. De pronto se sentía incapaz de descubrir nuevos caminos o de realizar piruetas con la escritura con algún pretexto. ¿Para qué?
Entonces, decidió optar por el camino fácil: analizaría los últimos estrenos de cine como Balada triste de trompeta, pero la película se autodefine demasiado bien y deja pocas interpretaciones en el aire. Además, es triste de cojones. No, mejor no hablar de cine últimamente. Todo excepto Nerds, Pa negre y Poesía le ha parecido deslucido. Ni siquiera esos tres títulos trascenderán más allá del momento en el que han brotado como patatas en la arena del desierto.
La música: un aluvión de títulos nuevos por escuchar. Casi todos suenan igual. Además, ahora está escuchando música clásica. ¿A alguien le interesa la opinión de un profano que descubre sinfonías con más de dos siglos de historia?
Libros: también está con los clásicos. David no se fía de las novedades, porque además cuestan un riñón. Aparte, está leyendo los mangas de Zetman: ¿adónde podría ir con eso? A ninguna parte. Justo donde quiere estar.
Pocas veces le ha ocurrido esto. Por lo menos no con tanta intensidad. Tiene la convicción absoluta de que los temas serios son bromas de mal en gusto. Sobre todo, se refiere a la política. David empieza a sospechar que la cultura es sólo una moda disfrazada de calidad para calmar necesidades impuestas.
Ni siquiera encuentra consuelo en las frivolidades: hablar del fútbol del Barça carece de atractivo. Es como cantar las excelencias de la capilla sixtina sin tener ni idea de arte. Sólo que el fútbol no es arte, sino un espectáculo. Tampoco los delirios consumistas lo animan: no le gustaría tener una televisión en 3D para ver películas con unas gafas puestas sobre las gafas de pasta. No le interesan los nuevos sistemas de videojuegos que detectan el movimiento ni nada que no sea una vivienda digna, inaccesible para su bolsillo.
Si no estuviera tan cansado, ya entrada la madrugada, saldría por las calles a respirar los sonidos de la realidad nocturna. Quizá volvería de otro humor, con el mismo bloqueo para escribir, pero más despierto, justo lo menos indicado para irse a la cama.
En el fondo, le gustaría observar a su novia mientras duerme, pero la cama está vacía. Se lamenta de haber perdido la oportunidad de hacerlo cuando sólo tenía que encender la lamparilla de noche y abrir los ojos. Tendrá que conformarse con los sueños.
Comentarios
Puedes hacer como yo, si es que te dicen que si. Volver con tu (ex)chica y refugiarte en su calor. Yo lo he hecho y al menos la ansiedad ha remitido bastante, aunque creo que sigue de fondo una depresión que no se de donde surge, pero creo que está muy relacionada con ese descrédito del mundo en el que vivimos, que se precipita hacia las peores visiones de la ciencia ficción. Y lo peor de todo, con nuestra ayuda.
ah, otra cosa que puede funcionar... emborráchate, pero no lo cogas como costumbre.
un saludo desde las montañas de la marina baixa.
Quizá nos estamos dejando llevar por un exceso de conciencia provocado por un exceso de información que sólo nos trae más culpa y más sensación de indefensión.
Sin perder de vista el Norte, me voy a proponer, y ya lo estoy haciendo, disfrutar de veras de las manos amigas y de mi pequeño huerto de ideas y propósitos.
Suerte para los dos.
Y un gran abrazo.