Ir al contenido principal

Antes de cortar cabezas, usemos las nuestras

Si los controladores aéreos terminan en la cárcel por abandonar sus puestos de trabajo, no será en nombre de la justicia, sino del linchamiento público.

Claro que la montaron muy gorda. Por supuesto que han explotado en el peor momento, antes del puente más ansiado del año, y en la peor coyuntura, cuando más de la mitad de los españoles daría un dedo por estar en su situación laboral y económica. Pero eso no significa que tengan que renunciar a sus derechos.

Lo que quiero decir es que, independientemente de su estatus, deberían tener la oportunidad de realizar huelgas o, en cualquier caso, de llevar a cabo todas las reivindicaciones que, como grupo, creyeran convenientes. ¿O es que cobrar mucho dinero les obliga a esclavizarse? A fin de cuentas, fue el Gobierno de Aznar el que les subió los sueldos. ¿Tú te negarías a un incremento en la nómina?

Ojo, porque a mí me fastidiaron un viaje. Y eso es lo de menos. Peor lo han pasado otros y te aseguro que he seguido algunos casos por todos los medios de comunicación que me ha sido posible. Tampoco me hacía falta. Es fácil imaginar que entre los afectados se encontraban enfermos que necesitaban seguir un tratamiento, familias que no se encontraban desde hacía mucho tiempo, empresarios que se jugaban un gran capital, parejas que querían adoptar a un niño, gente que quería llevar el féretro de un ser querido a su lugar de origen, y todos los etcéteras que se te ocurran.

Considero que los controladores deben pagar los platos rotos. Pero se me ocurre algo mejor que martirizarlos con la amenaza de ponerlos entre rejas (aunque sé, a ciencia cierta, que el sentido común se impondrá y no pasarán por ese trago). Se me ocurre que, ya que tienen un buen sueldo, respondan con parte de su patrimonio a las pérdidas económicas. Y en el caso de que se encuentren indicios de mala fe en algunos trabajadores, que se les excluya de una profesión para la que quizá no estén ya preparados. Hay muchos más trabajos que pueden hacer. Enviarlos a la cárcel sería salvaje. Darles una indemnización y dos años de paro para que reorienten su carrera es equipararlos a cuatro millones de españoles que han tenido que pasar por un proceso similar: en cuanto no han sido útiles, se han ido a la puñetera calle.

Con todo, no quisiera que perdiéramos de vista unos cuantos datos:
-Es AENA la responsable última del desastre de los controladores.
-Son USCA, su sindicato mayoritario, y el Ministerio de Fomento los principales culpables de que no se haya solucionado el conflicto por medio del diálogo.
-Es el Gobierno, en última instancia, el único organismo que podría haber previsto una huelga encubierta, y el que ha tenido varios años para preparar un equipo militar capaz de sustituir a los trabajadores en rebeldía.
-Además, al Gobierno no le viene nada mal que toda la atención mediática se centre en el problema de los controladores, en los informes de WikiLeaks, etc., etc. Así no se habla del paro, por ejemplo. A la oposición, por lo visto, tampoco le parece mal. Así, ya pueden pedir más dimisiones y seguir acorralando a Zapatero.

Respecto al estado de alarma no creo que haya que poner el grito en el cielo. Los militares de hoy en día no tienen nada que ver con los del 23-F. Por tanto, me parece un mal menor. Supongo que es el factor que menos agravará el estrés de los controladores. Sobre todo, porque no les están apuntando con el fusil. Ahora mismo los controladores deben de estar pasando por un suplicio peor: saberse los enemigos número uno, contemplar la amenaza de la cárcel...

Lo importante de todo este embrollo es que los españoles no se vuelvan a dejar engañar. No queremos las cabezas de los controladores. Lo que queremos, en primera instancia, es que no vuelva a ocurrir un caos similar. Lo último que deseamos es que se produzca un linchamiento sólo porque la gran masa quiera sangre. En la Alemania de los años treinta, la mayoría optó por el nacionalsocialismo de Hitler. Eran muchos, estaban cabreados y durante décadas han tenido que arrepentirse de su gravísimo error.

Comentarios

Entradas populares de este blog

GTA V no es un juego para niños

He sido monaguillo antes que fraile. Es decir, he pasado por una redacción de una revista de videojuegos y desde hace más de cinco años me dedico a la docencia. De hecho, cuando nuestro Gobierno y la molt honorable Generalitat quieran, regresaré a los institutos y me dedicaré, primero, a educar a los alumnos y, en segundo lugar, a enseñarles inglés. Por este orden. Calculo que más de la mitad de mis alumnos de ESO (de 12 a 16 años) juegan a videojuegos con consolas de última generación, esto es, PlayStation 3 y Xbox 360 (dentro de unos meses, esta información quedará obsoleta: hay dos nuevas consolas a la vista). Deduzco, a su vez, que de este alto porcentaje de estudiantes, la mayoría, y no sólo los niños, querrá hacerse con el último título de la saga GTA: la tan esperada quinta parte.

Redescubriendo temas musicales: Jesus to a child

Las canciones que más adentro nos logran tocar son, en ocasiones, las más sencillas. La letra de Jesus to a child descolocará a los que asuman, por desconocimiento, que la belleza de la expresión escrita requiere complejidad. La sintaxis es clara, el vocabulario, sencillo, y la composición en su conjunto constituye una metáfora: el amante sufre la pérdida del ser querido, pero a pesar de la tristeza es capaz de comparar el hallazgo del amor verdadero con la limpieza de corazón con la que Jesucristo amaba a los niños, que son, por antonomasia, los seres humanos más puros que existen. Por este motivo, mucha gente interpreta la letra como una exaltación de los sentimientos nobles y, en realidad, la letra se puede explicar en clave de amistad idealizada o de amor perfecto en cuanto en tanto no deja lugar a la contaminación de otros sentimientos que no tengan que ver con la piedad y el desprendimiento.

Empleados más puteados del mes (Cash Converters)

Es una franquicia que no ha dejado de crecer con la crisis. Sin embargo, y a pesar de abrir nuevos locales, todo apunta a que les va fatal. Lo primero que percibes es que los empleados no cobran incentivos por vender más, o si los reciben, son de pena. Haz la prueba. Intenta entrar cuando quedan diez minutos para el cierre. De repente, todos desaparecen hasta que a menos ocho minutos una voz cavernosa te invita a marcharte. Inmediatamente, la persiana cae como si fuera confeti. Luego está el mal rollo entre ellos. El otro día un señor me atiende en la zona en la que te compran los productos, bastante sórdida siempre, y llegan dos compañeros con un avioncito teledirigido. Poco más y se los come. Delante de mí y sin reparos, les echó una bronca de mil demonios.