Aparte también se titula "Get the gringo"... |
La visión de la carcel en la que acaba el ladrón sn nombre al que interpreta Mel Gibson es una de las más dantescas que este cronista ha visto, incluso en los intentos más inspirados como La zona gris (Tim Blake Nelson).
Por más humor -negrísimo- que los guionistas pongan en boca y puños de Gibson, la tragedia humana prevalece, aunque esto funciona por sensibilidades.
No casa, de todas maneras, la crudeza del presidio, desde luego, con el trío de mafiosos antagonistas y el peculiar leitmotiv de su jefe, Javier, que no es otro que quedarse con un órgano del niño que ayuda al antihéroe, un crío que, por cierto, quiere asesinar al tal Javier porque el muy malévolo se cargó a su padre para quedarse con el mismo órgano que planea arrebatarle y, no contento con eso, explota a su madre.
La cuestión es: ¿hacía falta montar un artefacto tan inasumible en mitad de un marco hiperrealista?
Por eso resulta una pena que la sordidez del relato no case con la increíble y, a la par, estereotipada visión de los mafiosos de pacotilla. Porque el salto de los horrores de la penitenciaría a modo de poblado postapocalíptico hacia el trajín torpe de los malos de turno exige una suspensión de la verosimilitud muy por encima incluso de lo que se suele esperar en un thriller hoolywoodiense.
Pero tampoco es una producción para disparar el consumo de palomitas. Es otra cosa.
Da la sensación durante todo el metraje de asistir a una obra indefinida, quizá compuesta por muy dispares autores o quizá llevada por un exceso de ambición o de virtuosismo que ni tienen los guionistas (entre los que figura el propio Gibson) ni el realizador.
Lo peor de todo es que no se puede tomar muy en serio como cine denuncia ni se acaba disfrutando como fórmula de escape. Este film, al fin y al cabo, supone una rareza. Sin embargo, cualquier connotación positiva me temo que queda anulada por la sospecha más que razonable de que todos los elementos que chirrían están ahí por error.
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