Los veranos entonces eran interminables, pero menos calurosos, porque siempre buscábamos la brisa del mar y casi nunca teníamos obligaciones que nos alejaran tierra adentro.
El invierno nos dejó canciones, como Hold on your heart, de un Genesis que se resistía a morir y como repasábamos los temas de las cintas y los LP hasta el infinito, aquella canción perduró hasta el verano con su reguero de nostalgia de unos meses extrañamente cálidos.
Brilla el sol en noviembre y es por eso que hoy vuelve a mí la melodía anacrónica de una canción que ya nació fuera de su época y me traslada a un verano teñido del invierno anterior.
Era la época de la pureza, de la ignorancia y del descubrimiento de un mundo que era pequeño en extensión, pero hondo, muy hondo, como deben de ser los abismos.
Hoy me siento un poco perdido y cansado y los ecos de aquella adolescencia enamorada no me ayudan demasiado a orientarme en el presente. A decir verdad, es como si en mi memoria se hubieran instalado un montón de personajes ajenos a mí, y éste es uno más.
Por tanto, no importa la persona a la que amé, porque sólo era una excusa. Ni importa la canción, porque realmente es una balada pop, algo mejor que la media, pero también más aburrido. Ni aquel verano era verdadero entonces ni lo puede ser ahora.
Creo que entonces me sentía capaz de todo. Si me hubiesen preguntado, habría jurado que mi mortalidad era sólo una sospecha. Aunque es posible que no fuera así y que tuviera las mismas grietas que siempre, pero en lugares distintos del cascote.
Maldita nostalgia, a veces eres una falsa tabla de salvación.
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