Sólo falta el toro... ¡Y olé! Érase una vez una duquesa anciana que siempre sonreía a los periodistas que le perseguían. ¿Y por qué la perseguían? Pues porque regalaba titulares y momentos televisivos. Tanta gracia hacia a los españoles, que incluso los pobres le reían los chascarrillos. La veían bondadosa y simpática. Y hacían una excepción con la duquesa, porque en general odiaban a los aristócratas, los latifundistas y la gente que vive de rentas. La ilustrísima (e ilustradísima) señora, alcanzada ya cierta edad, empezó a decir disparates y, pese a que se le entendía cada vez menos, un día dejó a todos con la boca abierta.
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